Populismos buenos y populismos malos
Los extremos tienen grandes dificultades para pactar. Por eso es mejor escenificar una moci¨®n de censura que pactarla. La paradoja es que quienes desean hacerse cargo de la totalidad o la consiguen o se retiran al rinc¨®n de la minor¨ªa
En tiempos de incertidumbre, establecer alguna distinci¨®n n¨ªtida ofrece m¨¢s ventajas psicol¨®gicas que pol¨ªticas. Reconforta saberse en el lado bueno de la historia y, sobre todo, tener alguien sobre el que desplegar toda la ira (aunque la designaci¨®n del destinatario no sea del todo acertada y nosotros mismos tengamos algunos reproches que hacernos a nosotros mismos). Esta funci¨®n de antagonismo consolador la ejercen contraposiciones del estilo de la casta y la gente, el pueblo y el sistema, la trama y los inocentes, el establishment y la periferia, perdedores y ganadores de la crisis, aparatos y bases. Cada una de ellas aporta un matiz a la descripci¨®n del combate, todas tienen sus buenas razones, pero tambi¨¦n un elemento de debilidad y paradoja, e incluso pueden representar alg¨²n peligro amenazante para esa democracia en la que dicen querer profundizar.
Otros art¨ªculos del autor
Para apaciguar ese temor hay quien ha recurrido a introducir otra entre buenos y malos populismos (lo cual plantea la paradoja de que ya no estar¨ªamos ante una distinci¨®n tan rotunda sino un curioso menage ¨¤ trois que deber¨ªa obligarnos a disquisiciones m¨¢s sutiles, que una campa?a electoral por supuesto no permite). Adem¨¢s de los malos per se, habr¨ªa populismos buenos y populismos malos. No han faltado analistas o miembros de la nueva izquierda populista que han reintroducido de este modo la categor¨ªa supuestamente periclitada de derecha e izquierda. ?En qu¨¦ quedamos? ?Se hab¨ªa superado la distinci¨®n entre izquierda y derecha o la mantenemos a nuestra disposici¨®n para usar de ella cuando nos convenga, como hac¨ªan otros con el ¡°uso alternativo del derecho¡±?
En ciertos pa¨ªses, como Portugal, Espa?a o Italia, hay un populismo democratizador y progresista, mientras que en otros, como Francia, Alemania u Holanda, el populismo se ha traducido en un movimiento reaccionario. Si alguien recuerda (como Ruben Am¨®n en estas p¨¢ginas) las coincidencias entre unos y otros, provocar¨ªa que los aludidos sacaran a pasear todas sus buenas intenciones, pero el problema persiste una vez terminada la jaur¨ªa digital. Pensemos en el caso de las actuales elecciones presidenciales francesas. No solo se trata de que entre los votantes de cada candidato quienes m¨¢s tienen a Le Pen como su segunda mejor opci¨®n son aquellos que presuntamente menos se le parecen, los de M¨¦lenchon; tampoco me refiero a las evidentes coincidencias program¨¢ticas (salida de la UE, posicionamiento geoestrat¨¦gico, pol¨ªticas sociales, soberan¨ªa nacional), sino a las similitudes de l¨®gica pol¨ªtica: ambos comparten una descripci¨®n antagonista del espacio pol¨ªtico; para ambos est¨¢ muy claro qui¨¦n es el pueblo y qui¨¦n no lo es. Y esto a m¨ª me preocupar¨ªa incluso aunque estuviera inequ¨ªvocamente del lado de los buenos.
La izquierda radical dispone de t¨¦rminos (trama, casta) que son herramientas de exclusi¨®n masiva
Chantal Mouffe vino en apoyo de Jean-Luc M¨¦lenchon durante la campa?a electoral al introducir esa distinci¨®n entre el populismo de radicalizaci¨®n democr¨¢tica y el populismo autoritario en un art¨ªculo en Le Monde. He tenido diversas ocasiones la posibilidad de discutir con Mouffe esta distinci¨®n porque me parece que no es sensible a su potencial antipluralista, como han se?alado, entre otros, Pierre Rosanvallon en su magn¨ªfico libro Le peuple intruovable, G¨¦rard Grunberg o, m¨¢s extensamente, Bernard Manin en sus estudios sobre la democracia representativa. Esta estrategia es un instrumento potencial de exclusi¨®n. Quienes la utilizan est¨¢n continuamente tentados de confundir al adversario pol¨ªtico con un enemigo del pueblo. Quien dispone del arma privilegiada que identifica con precisi¨®n lo ¡°popular¡±, administra al mismo tiempo la legitimidad. En la medida en que declara como adversarios del pueblo a quienes no comparten una determinada posici¨®n pol¨ªtica es muy f¨¢cil que acaben pensando que los discrepantes no pertenecen a la comunidad pol¨ªtica.
En cambio, el pluralismo (que podr¨ªamos adjetivar como liberal, republicano o socialdem¨®crata) insiste en mantener la distinci¨®n categ¨®rica entre el desacuerdo pol¨ªtico y la no pertenencia a la comunidad. Es un principio democr¨¢tico fundamental que quien discrepa sigue perteneciendo a los nuestros y tiene los mismos derechos a hacer o¨ªr su voz que si formara parte de la mayor¨ªa. Hay momentos de decisi¨®n en los que se reconfiguran minor¨ªas y mayor¨ªas, mandatos que no proceden del pueblo soberano sino del modesto recuento de votos que determina qui¨¦n manda y qui¨¦n debe obedecer por un tiempo, no quien forma parte o no del pueblo. Lo importante es que esta minor¨ªa es excluida de las funciones de gobierno pero no de la pertenencia a la colectividad, al pueblo. Esa posici¨®n (haber perdido pero no abandonar la comunidad) se traduce en la posibilidad siempre abierta de, bajo determinadas condiciones, revisar e incluso revocar las decisiones adoptadas, lo que viene acompa?ado por el derecho de la minor¨ªa a dejar de serlo en alg¨²n momento y convertirse en mayor¨ªa. Para que eso sea una posibilidad real, las minor¨ªas actuales deben disponer de los medios de supervisi¨®n, control y cr¨ªtica pero, sobre todo, del derecho de no ser considerados como enemigos exteriores o adversarios del pueblo.
Este es el n¨²cleo del debate que me interesa, de lo que resulta verdaderamente preocupante, m¨¢s all¨¢ de las escaramuzas electorales del momento. Los populistas de izquierdas reiteran sus convicciones pluralistas y debemos aceptar la sinceridad de sus convicciones, lo cual es perfectamente compatible con unos conceptos y unas pr¨¢cticas que las contradicen. El pluralismo es muy exigente y a ninguna mayor¨ªa triunfante le gusta que le pongan dificultades. Conocedores de esa tendencia, deber¨ªamos abstenernos de ciertos modos de argumentar y movilizar que pueden afectar a los derechos de quienes no piensan como nosotros.
?C¨®mo explicas a los tuyos que has pactado con quienes no pertenecen al pueblo pero necesitas?
Del mismo modo que ciertos elitismos expulsan sistem¨¢ticamente del ¡°nosotros¡± que manda a los que cons?deran ignorantes o el populismo de derechas tiene un concepto del nosotros nacional que excluye a casi todos los de fuera (y a buena parte de los de dentro), el populismo de izquierdas tiene a su disposici¨®n, con los t¨¦rminos que pone en circulaci¨®n (casta, sistema, trama, ¨¦lites¡), de poderosos instrumentos de exclusi¨®n masiva.
?ntimamente unido al problema de excusi¨®n que lleva impl¨ªcito un antagonismo as¨ª entendido, est¨¢n los derivados de su simplicidad: su tendencia a ritualizar y gesticular la oposici¨®n; su preferencia por los temas de agenda pol¨ªtica en los que las diferencias son m¨¢s llamativas frente a otros con menores desacuerdos; su propensi¨®n a quedar embelesados por una cierta magia de las palabras que suele ir unida a una excesiva confianza en el poder de la escenificaci¨®n; su preferencia por la rotundidad frente a los matices.
Teniendo en cuenta esta simplicidad conceptual y, sobre todo, la desconfianza que producen hacia dentro y hacia fuera, no es extra?o que tengan tambi¨¦n enormes dificultades para ponerse pactar con otros. ?C¨®mo explicas a los tuyos que has acordado algo con quienes no pertenecen al pueblo y que, sin embargo, necesitas para cambiar las cosas, aunque no en la medida en que desear¨ªas? Es la paradoja de quienes desean hacerse cargo de la totalidad: que o la consiguen por procedimientos violentos (lo que no parece ser el caso) o se retiran al rinc¨®n de la minor¨ªa escogida pero improductiva, que mantiene ¨ªntegras las esencias pero no ha cambiado nada de esa realidad que tanto les indignaba.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Pol¨ªtica e investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco. Su ¨²ltimo libro es La democracia en Europa (Galaxia-Gutenberg).
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