Generaciones de mastuerzos
TENGO UN vago recuerdo de una vi?eta de Forges que quiz¨¢ cuente veinte o m¨¢s a?os. La escena era algo as¨ª: un ni?o, en una playa, se dispone a cortarle la mano a un ba?ista dormido con unas enormes tijeras; alguien avisa al padre de la criatura ¨C¡°Pero mire, imp¨ªdaselo, haga algo¡±¨C, a lo que ¨¦ste responde con convencimiento: ¡°No, que se me frustra¡±. Hace veinte o m¨¢s a?os ya se hab¨ªa instalado esta manera de ¡°educar¡± a los cr¨ªos. De mimarlos hasta la n¨¢usea y nunca prohibirles nada; de no re?irlos siquiera para que no se sientan mal ni infelices; de sobreprotegerlos y dejarlos obrar a su antojo; de permitirles vivir en una burbuja en la que sus deseos se cumplen; de hacerles creer que su libertad es total y su voluntad omnipotente o casi; de alejarlos de todo miedo, hasta del instructivo y preparatorio de las ficciones, convenientemente expurgadas de lo amenazante y ¡°desagradable¡±; de malacostumbrarlos a un mundo que nada tiene que ver con el que los aguarda en cuanto salgan del cascar¨®n de la cada vez m¨¢s prolongada infancia.
S¨ª, hace tanto de esta plaga pedag¨®gica que muchos de aquellos ni?os son ya j¨®venes o plenos adultos, y as¨ª nos vamos encontrando con generaciones de cabestros que adem¨¢s ir¨¢n en aumento. Ya es vieja, de hecho, la actitud ins¨®lita de demasiados adolescentes, que, en cuanto se desarrollan y se convierten en tipos altos y fuertes (habr¨¢n observado por las calles cu¨¢ntos muchachos tienen pinta de mastuerzos), pegan a sus profesores porque ¨¦stos los han echado de clase o los han suspendido; o pegan a sus propios padres porque no los complacen en todo o intentan ejercer algo de autoridad, tarde y en vano. Pero bueno, con los adolescentes cabe la esperanza. Es una edad dif¨ªcil (y odiosa), es posible que una vez dejada atr¨¢s evolucionen y se atemperen. Lo grave y desesperante es que son ya muchos los adultos ¨Chasta el punto de ser padres¨C que se comportan de la misma forma o peor incluso. Tambi¨¦n hace tiempo que leemos noticias o reportajes en los que se nos informa de padres y madres que pegan a los profesores porque ¨¦stos han castigado a su v¨¢stago tras recibir un pu?etazo del angelito; o que agreden a m¨¦dicos y enfermeras si consideran que no han sido atendidos como se merecen. Semanas atr¨¢s supimos de las reyertas de progenitores varios en los campos de f¨²tbol infantil en los que sus hijos ensayan para convertirse en Messis y Cristianos: palizas a los pobres ¨¢rbitros, peleas feroces entre estos pueriles padres-hinchas, amenazas a los entrenadores por no alinear a sus supuestos portentos. Por las mismas fechas sali¨® en televisi¨®n el caso de un due?o de perro de presa (resultan una especie peligrosa, los due?os adoradores de sus animales) al que un se?or reconvino por llevarlo suelto. La respuesta del tal due?o fue furibunda: noque¨® al se?or y, una vez ¨¦ste ca¨ªdo, se hart¨® de darle patadas por doquier, cabeza incluida, y lo mand¨® al hospital, qu¨¦ menos. Y hay diputados talludos que llevan estampado en su camiseta a un ¡°m¨¢rtir¡± correligionario que le dio una tunda a un socialista y est¨¢ por ello condenado.
"Lo grave y desesperante es que son ya muchos los adultos ¨Chasta el punto de ser padres¨C que se comportan de la misma forma o peor incluso".
Se habr¨¢n percatado ustedes de que llamarle la atenci¨®n a alguien por algo mal hecho o molesto para los dem¨¢s, o por una infracci¨®n de tr¨¢fico, equivale hoy a jugarse el cuello. (No digamos defender a una mujer a la que se est¨¢ maltratando o, dicho peor y a las claras, inflando a hostias.) Es frecuente que el infractor, el que comete una tropel¨ªa o impide dormir a sus vecinos, lejos de recapacitar y disculparse, monte en c¨®lera y le saque una navaja o una llave inglesa al ciudadano c¨ªvico y quejoso. Mi sobrina Clara, hace meses, cometi¨® el ¡°error¡± de pedirle educadamente a una mujer que bajara un poco el volumen de la atronadora m¨²sica que obligaba a padecer a los pasajeros de un autob¨²s: le cay¨® una buena, no s¨®lo por parte de la mujer, sino de otros viajeros igual de bestias. El conductor, por supuesto, se hizo al instante invisible, como se lo hacen asimismo los guardias municipales madrile?os ante cualquier altercado del que prev¨¦n que pueden salir descalabrados. Todo el mundo se achanta ante el matonismo reinante. Es comprensible en los ciudadanos. No en los polic¨ªas y guardias, porque se les paga para proteger a los pac¨ªficos y cumplidores de los desmanes de los violentos y col¨¦ricos.
?C¨®mo es que hay tantos hombres y mujeres hechos y derechos con esas actitudes cen¨²tricas? Me temo que son los coet¨¢neos, ya crecidos, de aquel ni?o de Forges. Gente a la que nunca, a lo largo de la larga infancia, se le ha llevado la contraria ni se le ha frenado el despotismo. ¡°Hago lo que me da la gana y nadie es qui¨¦n para pedirme a m¨ª nada, ni que baje el volumen ni que lleve sujeto a mi perro-killer¡±. Como esa forma de ¡°educar¡± sigue imperando y aun va a m¨¢s (hay quienes propugnan que los ni?os han de ser ¡°plenamente libres¡± desde el d¨ªa de su nacimiento), prep¨¢rense para un pa¨ªs en el que todas las generaciones est¨¦n dominadas por mastuerzos iracundos y abusivos. La verdad, dan pocas ?ganas de llegar vivo a ese futuro.
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