Cr¨ªtica de la raz¨®n chunga
La posverdad no se teoriza apenas sino que, sobre todo, se practica, y ese es el problema. Lo que est¨¢ en juego no es la verdad de lo que se dice, sino la verdad de quien lo dice, su presunta autenticidad
Desde un cierto punto de vista parece claro que en la historia todo es cuesti¨®n de grado. Ello significa, por lo pronto, que la afirmaci¨®n de que no hay nada nuevo bajo el sol, aunque pudiera ser verdad, solo ser¨ªa en el mejor de los casos trivialmente verdadera. En efecto, para cualquier rasgo que podamos se?alar como el m¨¢s especifico e inalienable de nuestro presente, siempre hay alguien dispuesto a argumentar que ya pod¨ªamos encontrarlo en alg¨²n momento, incluso remoto, del pasado.
Pongamos algunos ejemplos sobradamente conocidos: no faltan quienes, displicentes, sostienen que el mayor de los avances tecnol¨®gicos actuales no resiste la comparaci¨®n en trascendencia con el descubrimiento de la rueda, que la historia de los conflictos b¨¦licos (que es en gran medida la historia misma de la humanidad) sufri¨® una sustancial alteraci¨®n cuando los hombres aprendieron a matar a distancia o que la invenci¨®n del fusil de repetici¨®n alter¨® por completo la pol¨ªtica al convertir en inviable una estrategia insurreccional en las calles, de acuerdo con el razonamiento de Marx en su texto Las luchas de clases en Francia.
Otros art¨ªculos del autor
Pero tal vez la forma adecuada de plantear las cosas no pase por intentar refutar lo anterior a base de buscar, en el otro extremo del p¨¦ndulo argumentativo, una opci¨®n que se le enfrente por completo, de modo que quede dise?ada una disyuntiva excluyente en medio de la cual no haya m¨¢s remedio que definirse. Probablemente nos convendr¨ªa m¨¢s equilibrar la imagen, remotamente parmen¨ªdea, de que todo permanece siempre igual a s¨ª mismo bajo la atenta mirada del astro rey, por otra fluvial, de inspiraci¨®n difusamente heraclitiana. Dir¨ªamos entonces que, en realidad, cualquier presente debe ser entendido como la desembocadura de un pasado tan largo como desigualmente caudaloso, condici¨®n que afecta tanto a nuestras realidades como a las ideas con las que las pensamos.
Tiremos de este ¨²ltimo cabo e intentemos ser concretos (si es que en materia de ideas cabe serlo). As¨ª, queda fuera de toda duda que m¨¢s pronto que tarde dejaremos de hablar de esa posverdad acerca de la cual todo el mundo echa su cuarto a espadas ¨²ltimamente. Y su ca¨ªda en el olvido arrastrar¨¢ en la misma direcci¨®n a expresiones como la de "hechos alternativos" y similares, en un proceso an¨¢logo al que han seguido tantas expresiones y etiquetas que en su momento parec¨ªan constituir el alfa y omega del debate ideol¨®gico. Pero semejante futuro de caducidad no deber¨ªa mover a confusi¨®n, y hacer que rest¨¢ramos toda importancia a lo que en cada momento se discute. El hecho de que dentro de un tiempo determinadas pol¨¦micas se planteen en t¨¦rminos diferentes a los actuales no puede constituir un argumento para considerar irrelevantes a estos ¨²ltimos. Entre otras razones porque las discusiones venideras los tomar¨¢n como base para los suyos, de id¨¦ntica forma que nosotros tomamos en consideraci¨®n los de quienes nos precedieron, aunque hayamos terminado sustituy¨¦ndolos por otros.
Que una pol¨¦mica se plantee de forma diferente en el futuro no significa que sea irrelevante
Lo que ahora hay, dec¨ªamos, se desprende de lo que hubo, y nada tiene de extra?o que los hechos objetivos hayan pasado a ser menos influyentes en la opini¨®n p¨²blica que las emociones y las creencias personales viniendo, como venimos, de un cuestionamiento generalizado de la raz¨®n (por euroc¨¦ntrica, cientificista o cualquier otro pecado m¨¢s o menos equivalente). No deber¨ªan escandalizarse tanto frente a los defensores de la teor¨ªa de los hechos alternativos (con Kellyanne Conway, consejera de la presidencia del ejecutivo de Donald Trump, a la cabeza) quienes, por su parte, desde hace tiempo ven¨ªan haciendo bandera precisamente de que no hay hechos sino de que todo son interpretaciones.
Resulta obvio, desde luego, que quien cuestiona que los hechos constituyan la instancia ante la que dirimir en ¨²ltimo t¨¦rmino las discrepancias te¨®ricas en cierto modo se est¨¢ blindando contra la refutaci¨®n de sus planteamientos, buscando un refugio seguro a salvo de la cr¨ªtica. Pero si al reconocimiento del error se accede o bien a trav¨¦s de la contrastaci¨®n emp¨ªrica o bien a trav¨¦s de los argumentos del otro, de nuevo tampoco parece que est¨¦n en las mejores condiciones de escandalizarse ante los defensores de la posverdad quienes con tanta ligereza le hacen ascos al di¨¢logo con el argumento de que a fin de cuentas todo son relaciones de poder y prefieren, cuando de debatir en p¨²blico sus ideas se trata, el schmittismo-leninismo.
Y qu¨¦ decir, en fin, de quienes hasta ayer mismo pon¨ªan el acento en la importancia de las emociones tambi¨¦n en el espacio p¨²blico, convirtiendo a quien recelara de semejante actitud en antip¨¢tico defensor de la fr¨ªa racionalidad ilustrada. Para ellos lo importante no era cargarse de razones sino, por as¨ª decirlo, cargarse de emociones, acaso porque, en tiempos de incertidumbre generalizada, de pocas cosas creen estar m¨¢s seguros que de sus propios sentimientos. En el fondo, su ideal era, por servirnos del planteamiento de Christian Salmon (Storytelling: La m¨¢quina de fabricar historias y formatear las mentes), sustituir el viejo concepto de opini¨®n p¨²blica por el de emoci¨®n p¨²blica.
Para muchos hoy lo importante no es cargarse de razones sino de emociones
Importa resaltar estos antecedentes de la posverdad para no desenfocar, por en¨¦sima vez, los problemas. Son pocos (aunque muy poderosos) los que hacen hoy apolog¨ªa expresa de la categor¨ªa, pero muchos los que han contribuido a generar las condiciones de posibilidad te¨®rica para su generalizaci¨®n. Con otras palabras, la posverdad no se teoriza apenas sino que, sobre todo, se practica, y ese es el problema. Pero el nexo es inequ¨ªvoco: si decaen tanto el control objetivo como la cr¨ªtica intersubjetiva, las propuestas que a partir de dicho momento se presenten en el espacio p¨²blico solo podr¨¢n obtener su validez de ese v¨ªnculo directo entre el l¨ªder y la ciudadan¨ªa que promueven determinados populismos, tanto en el plano de la pol¨ªtica como en el del discurso en cuanto tal. Un v¨ªnculo en el que lo que est¨¢ en juego no es la verdad de lo que se dice, sino la verdad de quien lo dice, su presunta autenticidad. Los contenidos no importan porque en realidad nunca se trat¨® de eso, sino de escenificar a trav¨¦s de palabras la identificaci¨®n con alguien, as¨ª como la reafirmaci¨®n en aquello de lo que ya se ven¨ªa convencido de casa.
En ese sentido, lo propio ser¨ªa afirmar que tales populistas no gustan porque llamen a las cosas por su nombre, sino porque llaman a las cosas por el nombre que a los que escuchan les gusta. Qu¨¦ cerca est¨¢n, tal vez sin saberlo, de la famosa frase que un Chico Marx disfrazado de Groucho pronunciaba en Sopa de Ganso: ??A qui¨¦n va usted a creer, a m¨ª o a sus propios ojos??.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona y portavoz del PSOE en la Comisi¨®n de Educaci¨®n del Congreso de los Diputados. Su ¨²ltimo libro se titula El ojo de halc¨®n (Barcelona, ARPA, 2017).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.