Querido padre
NO OLVIDO tu empe?o en que yo deber¨ªa ser abogado, el primero entre mis m¨¢s de 50 primos hermanos en obtener un t¨ªtulo profesional, no quedarme nunca atr¨¢s viniendo como ven¨ªamos de una familia de m¨²sicos pobres, mi abuelo y sus hijos, que se ganaban la vida tocando en todo lo que les viniera a mano, bailes galantes, procesiones de santos, misas de gloria, entierros solemnes y lo mismo serenatas, no pocos de mis t¨ªos tambi¨¦n compositores bohemios de valses, foxtrots y boleros, menos vos, que te negaste rotundamente a hacerte cargo del contrabajo, pesado de cargar en las andanzas musicales, y mejor te decidiste por el comercio abriendo la tienda frente a la plaza, esquina con la iglesia parroquial, donde todas las tardes recalaban tus hermanos de la orquesta Ram¨ªrez antes de que el repique de las campanas los convocara para tocar el rosario de las seis, y ese tiempo de espera se iba en un jolgorio de risas, historias de enga?os amorosos y negocios fracasados contados a distintas voces, y nadie se salvaba de aquella insidia festiva en la que menudeaban los apodos, ni siquiera ellos, que se burlaban sin piedad de s¨ª mismos, aun de sus desgracias.
Nunca contradije tu voluntad de convertirme en letrado, cuyo destino era vencer en juicio al m¨¢s docto y temible de los adversarios, llegar a magistrado, ser notario de propietarios ricos.
Nunca contradije tu voluntad de convertirme en letrado, cuyo destino era vencer en juicio al m¨¢s docto y temible de los adversarios, llegar a magistrado, ser notario de propietarios ricos, porque aquel era una apuesta al todo que era el t¨ªtulo profesional, o al nada que campeaba en tu insistencia en recordarme que las penurias de la pobreza, siendo vos parte de una familia de 12 hermanos, no te hab¨ªan permitido pasar del tercer grado de primaria, lo suficiente para hacer las cuentas de la tienda y escribir la lista de los clientes que compraban mercanc¨ªas al cr¨¦dito, cereales, queso, queros¨ªn, velas, cigarrillos, f¨®sforos, latas de sardina, telas por yarda, medias de seda, calcetines, bl¨²meres, talcos y lociones, sobre el piso ajedrezado aquel anuncio que colocaste, una pareja recortada en cart¨®n, tama?o natural, el caballero galante vestido de esmoquin tropical, el cabello bien peinado con brillantina Glostora, ella de ce?ido traje escotado que se deshac¨ªa en vuelos como la espuma.
La tienda pagar¨ªa mis estudios, no importaban en adelante las estrecheces, y fuiste a dejarme en tren a Le¨®n, donde estaba la universidad, para entregarme a un mundo ajeno y diferente del que ya nunca regresar¨ªa, atr¨¢s para siempre la quietud de las noches cuando antes de cerrar la tienda entraban los cazadores de venados a comprar pilas para los focos de cabeza y municiones de rifle 22, porque la vida all¨¢ lejos comenz¨® a ser distinta para m¨ª a los 17 a?os, aulas atestadas de estudiantes principiantes, manifestaciones callejeras contra la dictadura de Somoza, una de ellas disuelta a balazos apenas a semanas de mi llegada con dos de mis compa?eros de banca asesinados, y antes de presentarme delante de vos con mi t¨ªtulo de abogado y notario p¨²blico primero te llev¨¦ mi primer libro de cuentos, no me hab¨ªas enviado a hacerme escritor sino doctor en Derecho, y tem¨ª entonces lo que iba a decirme un tendero que no le¨ªa libros, que de escribir no se come, primero la maldici¨®n de la m¨²sica y ahora la maldici¨®n de la literatura, pero tomaste el peque?o volumen entre tus manos, le diste vuelta al rev¨¦s y al derecho, lo hojeaste, y entonces alzaste la vista y me dijiste: ahora ten¨¦s que escribir una novela.?¡ªepso olvido tu empe?o en que yo deber¨ªa ser abogado, el primero entre mis m¨¢s de 50 primos hermanos en obtener un t¨ªtulo profesional, no quedarme nunca atr¨¢s viniendo como ven¨ªamos de una familia de m¨²sicos pobres, mi abuelo y sus hijos, que se ganaban la vida tocando en todo lo que les viniera a mano, bailes galantes, procesiones de santos, misas de gloria, entierros solemnes y lo mismo serenatas, no pocos de mis t¨ªos tambi¨¦n compositores bohemios de valses, foxtrots y boleros, menos vos, que te negaste rotundamente a hacerte cargo del contrabajo, pesado de cargar en las andanzas musicales, y mejor te decidiste por el comercio abriendo la tienda frente a la plaza, esquina con la iglesia parroquial, donde todas las tardes recalaban tus hermanos de la orquesta Ram¨ªrez antes de que el repique de las campanas los convocara para tocar el rosario de las seis, y ese tiempo de espera se iba en un jolgorio de risas, historias de enga?os amorosos y negocios fracasados contados a distintas voces, y nadie se salvaba de aquella insidia festiva en la que menudeaban los apodos, ni siquiera ellos, que se burlaban sin piedad de s¨ª mismos, aun de sus desgracias.
Nunca contradije tu voluntad de convertirme en letrado, cuyo destino era vencer en juicio al m¨¢s docto y temible de los adversarios, llegar a magistrado, ser notario de propietarios ricos, porque aquel era una apuesta al todo que era el t¨ªtulo profesional, o al nada que campeaba en tu insistencia en recordarme que las penurias de la pobreza, siendo vos parte de una familia de 12 hermanos, no te hab¨ªan permitido pasar del tercer grado de primaria, lo suficiente para hacer las cuentas de la tienda y escribir la lista de los clientes que compraban mercanc¨ªas al cr¨¦dito, cereales, queso, queros¨ªn, velas, cigarrillos, f¨®sforos, latas de sardina, telas por yarda, medias de seda, calcetines, bl¨²meres, talcos y lociones, sobre el piso ajedrezado aquel anuncio que colocaste, una pareja recortada en cart¨®n, tama?o natural, el caballero galante vestido de esmoquin tropical, el cabello bien peinado con brillantina Glostora, ella de ce?ido traje escotado que se deshac¨ªa en vuelos como la espuma.
La tienda pagar¨ªa mis estudios, no importaban en adelante las estrecheces, y fuiste a dejarme en tren a Le¨®n, donde estaba la universidad, para entregarme a un mundo ajeno y diferente del que ya nunca regresar¨ªa, atr¨¢s para siempre la quietud de las noches cuando antes de cerrar la tienda entraban los cazadores de venados a comprar pilas para los focos de cabeza y municiones de rifle 22, porque la vida all¨¢ lejos comenz¨® a ser distinta para m¨ª a los 17 a?os, aulas atestadas de estudiantes principiantes, manifestaciones callejeras contra la dictadura de Somoza, una de ellas disuelta a balazos apenas a semanas de mi llegada con dos de mis compa?eros de banca asesinados, y antes de presentarme delante de vos con mi t¨ªtulo de abogado y notario p¨²blico primero te llev¨¦ mi primer libro de cuentos, no me hab¨ªas enviado a hacerme escritor sino doctor en Derecho, y tem¨ª entonces lo que iba a decirme un tendero que no le¨ªa libros, que de escribir no se come, primero la maldici¨®n de la m¨²sica y ahora la maldici¨®n de la literatura, pero tomaste el peque?o volumen entre tus manos, le diste vuelta al rev¨¦s y al derecho, lo hojeaste, y entonces alzaste la vista y me dijiste: ahora ten¨¦s que escribir una novela.
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