El abono intelectual del populismo
El populista manipula los peores instintos del ciudadano. Arraiga en ambientes viciados por quienes alimentan una visi¨®n maniquea de la realidad ¡ªadornada con elementos plausibles¡ª que hacen cre¨ªble su discurso
Occidente ha enfermado de populismo, con consecuencias que podr¨ªan ir de lo ruinoso a lo catastr¨®fico. A menudo, se culpa a las viejas ¨¦lites, por su corrupci¨®n y pasividad. Pero la corrupci¨®n hab¨ªa sido tolerada y las ¨¦lites nunca hab¨ªan estado tan dispuestas a complacernos. El virus populista s¨®lo ha podido arraigar en un clima intelectual viciado. Se ha incubado con la ayuda encubierta de quienes, con su cr¨ªtica simplista y sin admitir nunca su propia culpa, han alimentando esa visi¨®n maniquea, ocultando de paso la gran mentira: la brecha que existe entre nuestros recursos y nuestros deseos.
Durante d¨¦cadas, esa intelectualidad hab¨ªa apostado por una econom¨ªa social de mercado, que, a cambio de tolerar un mercado maniatado, promet¨ªa cierto grado de igualdad, una panoplia ampliable de derechos y un nivel creciente de consumo. Cuando la crisis viene a recordarnos que los recursos son limitados, pasa a arg¨¹ir que los pol¨ªticos la han gestionado mal y en su propio provecho. Ni menciona que la criatura sufr¨ªa vicios estructurales: el principal, haber prometido lo imposible. En vez de reconocer su error, el intelectual modesto insin¨²a que los gobiernos ¡°no la han reformado a tiempo¡± mientras el soberbio truena que ¡°no le han hecho caso¡±.
Otros art¨ªculos del autor
Este discurso intelectual comparte sus vicios con el populismo pol¨ªtico. Como ¨¦ste, tambi¨¦n denuncia la penosa corrupci¨®n de las ¨¦lites sin mencionar nunca la corrupci¨®n de las masas; y a¨²n menos la de los propios intelectuales. Cada plaza universitaria ama?ada conlleva una corrupci¨®n millonaria; pero la tilda de ¡°endogamia¡± o ¡°amiguismo¡±, fen¨®menos menos reprobables y, por tanto, f¨¢ciles de perdonar. Y eso cuando no construye mitos para desviar su responsabilidad, como la entelequia de la ¡°generaci¨®n mejor preparada¡±, que no s¨®lo oculta una doble estafa, fiscal y generacional, sino que atribuye el paro juvenil a supuestos fallos en los mercados y las empresas.
Este populismo intelectual es insidioso, pues late encubierto en todo tipo de diagn¨®sticos. Subyace cuando se critica la dependencia pol¨ªtica de nuestros jueces sin prestar atenci¨®n a su perversa independencia de la ley ni a su laxo r¨¦gimen de responsabilidad. O cuando se censura a nuestros gobiernos sin reconocer que son serviles ante un votante cada vez m¨¢s narcisista, lo cual no es ¨®bice para que algunos le adulen con la cantinela de que las ¨¦lites le han ¡°excluido¡± del proceso pol¨ªtico. O, en fin, cuando se vitupera el ¡°capitalismo de amiguetes¡± sin se?alar que el nuestro ser¨ªa, m¨¢s bien, un ¡°estado de amiguetes¡±.
Un diagn¨®stico sesgado conduce a propuestas desequilibradas
Ciertamente, estas cr¨ªticas se adornan de elementos plausibles; pero son parciales y, aun peor, maniqueas, pues culpan de todo mal a una parte, ora el capitalismo, ora las instituciones que lo apoyan o las ¨¦lites que las gobiernan. Omiten, en cambio, mencionar cualquier conducta nociva del ciudadano, incluidas las del propio intelectual. Este sesgo en el diagn¨®stico conduce a soluciones desequilibradas. En lo pol¨ªtico, defienden modificar las instituciones de representaci¨®n para trasmitir mejor los deseos de la ciudadan¨ªa, como si los grandes errores del pasado no hubieran venido a concretar, precisamente, tales deseos. En lo social, proponen nuevas pol¨ªticas asistenciales, algunas de las cuales podr¨ªan ser convenientes; pero sobre las cuales siembra dudas el que ni se pregunten c¨®mo contener la picaresca que pervierte a las ya existentes. En lo econ¨®mico, apelan al b¨¢lsamo de la independencia regulatoria, dando por supuesto que esta es posible y que la independencia del regulador siempre es positiva, sin apreciar que tambi¨¦n aqu¨ª es imprescindible el equilibrio. El juez, como el regulador, ha de ser independiente tanto de las ¨¦lites como de las masas y, para que cumpla la ley, ha de estar sujeto a una responsabilidad efectiva. En vez de pensar con cuidado ese delicado equilibrio, se nos promete independencia regulatoria y judicial como por arte de magia. Pero dotarnos de zares regulatorios y judiciales ser¨ªa un error, salvo que pudi¨¦ramos nombrar ¨¢ngeles reguladores. Si hemos de nombrar seres humanos, hacerles zares puede ser peor que la enfermedad. Piensen, por ejemplo, que reducir aforamientos puede ser razonable, pero antes debemos saber evitar el abuso partidista de los procesos judiciales.
Se despliega as¨ª un juego que, en el fondo, es similar al del populismo pol¨ªtico convencional, pues exalta y cabalga con la masa, y atribuye toda la responsabilidad al gobernante, alimentando la misma soberbia moral y el mismo deseo de revancha. Adem¨¢s, quienes usan este discurso tambi¨¦n se distancian de la ¨¦lite, lo que les permite proponerse como alternativa. Una alternativa que, como el populismo convencional, da por supuesta su propia benevolencia.
Sin embargo, a la postre, su efectividad pol¨ªtica es dudosa, quiz¨¢ por la contradicci¨®n entre lo acervo y desenvuelto de su cr¨ªtica al establishment y el conservadurismo real de su promesa, que apenas consiste en retocarlo para gobernar en beneficio general. Adem¨¢s, su recurso al manique¨ªsmo lastra futuros intentos racionalizadores, los cuales exigen que todos cooperemos. Quien insiste en que las ¨¦lites se han portado mal, se sit¨²a en malas condiciones para pedir al votante que contribuya a un esfuerzo colectivo.
El juez, como el regulador, ha de ser independiente tanto de las ¨¦lites como de las masas
Como ocurri¨® con el regeneracionismo de hace un siglo, este manique¨ªsmo t¨¢ctico solo autoenga?a a algunos de sus practicantes. No al votante m¨¢s racional, que, apesadumbrado, mantiene su apoyo a los viejos partidos excepto para castigarles ocasionalmente o para cubrir un vac¨ªo moment¨¢neo. Su escepticismo es tal que apenas siente frustraci¨®n cuando el le¨®n regenerador engendra peluches continuistas (como el regalar t¨ªtulo de bachiller a los suspensos), cuando no reaccionarios (como es reducir el IVA de la ¨®pera y dem¨¢s recreos artesanales).
Por otro lado, al votante que se cree la versi¨®n maniquea de la cr¨ªtica le cuesta identificarse con quien, am¨¦n de reemplazar al gobernante, tan solo propone cambios dudosos y de los cuales, por su origen y complejidad, desconf¨ªa. De ah¨ª que ese votante opte, de entre las ofertas rupturistas, por aqu¨¦lla que mejor se ajusta a sus pasiones.
Como anta?o, el regeneracionismo maniqueo est¨¢ condenado al fracaso. Hoy aspira a surfear la ola populista para alcanzar el poder; pero tan s¨®lo sacude un ¨¢rbol cuyas nueces recoge el populista genuino, tanto el que a¨²n lucha por el poder como el que ya lo detenta. Entre nosotros, ya se atisba esta posibilidad en algunos procesos judiciales. Parece haber fiscales que decretan penas reputacionales y jueces orgullosos de legislar sus prejuicios sobre c¨®mo debe funcionar la sociedad. Mientras que el populismo pol¨ªtico a¨²n ha de vencer, a este populismo togado le basta con erigirse en instrumento de la turba medi¨¢tica. Sus mecanismos formales de responsabilidad nunca han sido muy eficaces. La novedad es que, tras a?os de masivo diagn¨®stico maniqueo, han desaparecido las normas sociales que prove¨ªan un m¨ªnimo control informal, creando as¨ª la ocasi¨®n para que estos oportunistas puedan usurpar impunemente el poder. Aprendamos la lecci¨®n. El regeneracionismo s¨®lo dejar¨¢ de ser da?ino cuando abandone sus atajos maniqueos.
Benito Arru?ada es catedr¨¢tico de la Universidad Pompeu Fabra.
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