La Transici¨®n tr¨¢gica
El fin del franquismo se sald¨® con una traici¨®n a esas juventudes revolucionarias que contruyeron el programa de un futuro sin contar con una poblaci¨®n que vot¨® masivamente a Adolfo Su¨¢rez y no so?aba con revoluci¨®n alguna
La palabra democracia estuvo muy viva desde antes de la muerte de Franco, pero el sentido que cada cual le dio fue equ¨ªvoco y hasta contradictorio, sin nada que ver con la base estable e incuestionada de la noci¨®n de democracia en la actualidad. Es precisamente la renovada exigencia democr¨¢tica que auspici¨® el 15-M y Podemos, lo que asfixia hoy a gobernantes con las verg¨¹enzas expuestas a todos los plasmas imaginables, y no son las irrelevantes verg¨¹enzas genitales.
El r¨¦gimen (el verdadero R¨¦gimen) abus¨® obscenamente de esa imaginativa plasticidad cuando habl¨® de democracia org¨¢nica. La oposici¨®n, articulada y sin articular, hizo lo mismo. Para unos, muchos, democracia equival¨ªa a democracia radical, que a su vez equival¨ªa a revoluci¨®n democr¨¢tica. Para otros, escasos, dispersos y muy mal vistos, democracia empez¨® a significar desde 1976-1978 la sumisi¨®n voluntaria a las reglas del juego de la representaci¨®n parlamentaria porque asum¨ªa la negociaci¨®n pol¨ªtica como tablero exclusivo y expresi¨®n leg¨ªtima de la opini¨®n de la calle, movilizada y no movilizada. La convencida ilusi¨®n revolucionaria que fragu¨® entre las juventudes universitarias m¨¢s politizadas desde finales de los a?os sesenta no dio el menor cr¨¦dito a la democracia como sistema de pactos, contrapesos y transacciones: eso era claudicaci¨®n socialdem¨®crata y peque?o-burguesa, como poco.
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El ideal era otro porque la revoluci¨®n no se pacta ni se negocia, se impone. La revoluci¨®n vino a ser, as¨ª, un ideal del despotismo ilustrado sin respeto ni por las formalidades democr¨¢ticas ni por la herencia presencial, biogr¨¢fica, activa, de los equipos procedentes del franquismo. El sue?o solo ten¨ªa cara A porque no hab¨ªa lugar para la cara B. La revoluci¨®n democr¨¢tica hab¨ªa de vencer a las fuerzas del franquismo reformista y a la vez a las formaciones pol¨ªticas burguesas y peque?o-burguesas, tan alegremente dispuestas a plegarse a los enjuagues de una democracia parlamentaria a la europea.
No hay la menor duda: la Transici¨®n constituy¨® una traici¨®n sangrante, despiadada, a aquellas juventudes revolucionarias que con la literatura, la ideolog¨ªa, los c¨®mics, el ideario libertario, el comunismo mao¨ªsta o sovi¨¦tico, la cultura hippy y la contracultura entera hab¨ªan construido el programa de un futuro sin contar con una poblaci¨®n no exactamente adicta ni a Rimbaud, ni a Lautr¨¦amont, ni a Fidel Castro, ni a Janis Joplin, ni a Allen Ginsberg. La poblaci¨®n real, cuantificable, vot¨® masivamente a Adolfo Su¨¢rez, compr¨® desatadamente los abyectos libros neofranquistas de Vizca¨ªno Casas e ignor¨® los ensue?os de la grifa y la marihuana o los viajes de la psicodelia d¨¦bil del principio y el jaco letal de los ochenta.
Los lectores inquietos que se interesaban por todo dejaron de leer textos pol¨ªticos
El fracaso fue estrepitoso porque la poblaci¨®n de una democracia en construcci¨®n no so?¨® con revoluci¨®n alguna ni se adhiri¨® a sus condiciones desp¨®ticas. Esa precaria democracia acab¨® con el aparato legislativo del franquismo y fund¨® otro nuevo desde 1978: hizo una ruptura democr¨¢tica. El desnortamiento de la revolucionaria contracultura fue entonces descomunal porque la revoluci¨®n empezaba a ser ya s¨®lo una fantas¨ªa derrotada, pero no un objetivo viable con las cifras electorales y no electorales en las manos. Fue entonces cuando los lectores de la revolucionaria Anagrama abandonaron a Anagrama diez a?os despu¨¦s de su fundaci¨®n: ¡°De golpe y porrazo¡± ¡ªcuenta Jordi Herralde¡ª, ¡°buena parte de aquellos lectores inquietos que se interesaban por todo, dejaron de leer no s¨®lo textos pol¨ªticos sino tambi¨¦n libros de pensamiento, de teor¨ªa, lo cual provoc¨® la desaparici¨®n de la totalidad de las revistas pol¨ªticas y el colapso de la mayor¨ªa de editoriales progresistas¡±. Los ideales de la minor¨ªa m¨¢s politizada y progresista, m¨¢s europe¨ªsta, culta y urbana, m¨¢s asimilable a las vanguardias pol¨ªticas radicales de la Europa de entonces, desembocaron en una funesta neurosis de autodestrucci¨®n por fallo general multiorg¨¢nico. Nada hab¨ªa sido como lo so?¨® Ajoblanco o Star.
Precisamente por eso Podemos no tiene nada que ver con aquella ra¨ªz hoy enterrada de la revoluci¨®n: aquella lo era de verdad porque quiso cambiarlo todo. Hoy Podemos carece del gen revolucionario porque su biotipo democr¨¢tico negocia, discute, amaga, recela, enga?a, traiciona y marrullea como las dem¨¢s fuerzas pol¨ªticas. Los planes de la revoluci¨®n se vinieron abajo en un santiam¨¦n pero sus v¨ªctimas fueron infinidad de j¨®venes. No hay ninguna buena noticia en esas muertes con y sin apellido, sino un largo duelo ante la angustiosa lista de muertos en los a?os duros del caballo qu¨ªmico y del caballo ideol¨®gico: Eduardo Haro Ibars, An¨ªbal N¨²?ez, Eduardo Herv¨¢s, Antonio Maenza, Marta S¨¢nchez Mart¨ªn, Carlos Castilla Plaza.
Evocar a las v¨ªctimas de sus utop¨ªas no aclara cu¨¢les fueron las renuncias de la izquierda
Pero es seguro que para la mayor¨ªa de la poblaci¨®n fue una buena noticia el fracaso de la revoluci¨®n: el demos no fue revolucionario, o fue democr¨¢tico de acuerdo con las democracias realmente existentes en la Europa de su tiempo. La primera clase del curso de nueva democracia trataba del desenga?o de las utop¨ªas revolucionarias y la segunda tocaba otro tema, tambi¨¦n delicado: la democracia es imperfecta, torpona y algo cegata, adem¨¢s de no ser nunca ni pura ni inmaculada.
Pero la fantas¨ªa de la pureza sigui¨® viva y la frustraci¨®n tambi¨¦n. Muchos de aquellos j¨®venes no renunciaron a que la vida y la literatura fuesen lo mismo: es un ensue?o fascinante y adictivo pero no le veo ejemplaridad alguna ni es siquiera un plan de vida compensador. S¨ª es en cambio un potente objeto de estudio antropol¨®gico y cultural, como el que ha emprendido Germ¨¢n Labrador en un libro que contiene el m¨¢s completo elogio y la m¨¢s sentida eleg¨ªa de la contracultura: Culpables por la literatura. Imaginaci¨®n pol¨ªtica y contracultura en la transici¨®n espa?ola (1968-1986). La demonizaci¨®n de sus protagonistas como bichos marginales y enfermos est¨¢ ampliamente reparada en este libro, el mejor posible sobre aquel mundo y sus supervivientes.
Lo que no remedia es el tr¨¢gico error que anidaba en los planes l¨ªricos e ideol¨®gicos para una Transici¨®n que sin duda los traicion¨®, pero no se equivoc¨®. Si el ¨¦xito de la Transici¨®n se mide sobre el romanticismo de la revoluci¨®n democr¨¢tica fue un gran fracaso, y es justo y hasta conmovedor evocar a las v¨ªctimas de sus propias utop¨ªas. Pero no ilumina cu¨¢les fueron y d¨®nde estuvieron las renuncias de la izquierda democr¨¢tica y socialdem¨®crata desde 1978. Ese me parece el campo de maniobras m¨¢s productivo para una cr¨ªtica de la Transici¨®n, sin confundirla con una traici¨®n a las utop¨ªas tr¨¢gicas o restitutivas del pasado de la Segunda Rep¨²blica.
Jordi Gracia es profesor y ensayista.
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