Paren un momento, columnistas, y vuelvan a leer a Juan Cueto
Logr¨® que sus columnas se leyeran como historias y no se dej¨® llevar por la disyuntiva buenos/malos
Dice Augusto Delk¨¢der, que tiene algo m¨¢s que los a?os de EL PA?S, que en caso de duda es mejor hacer periodismo.
?l sabe por qu¨¦ es, lo sabe hace rato: el oficio se ha visto mezclado con todo tipo de trampantojos: el que opina se considera periodista, aunque nunca escriba una noticia; y el columnista, que no necesita salir de casa para contar lo que se le pasa por la cabeza, piensa tambi¨¦n que es periodista.
Que lo piense el que opina y lo quiera pensar, tambi¨¦n, el que hace columnas en peri¨®dicos, es natural: escribes para un peri¨®dico, ?qu¨¦ eres? Un periodista. Adem¨¢s del columnista ya el lector tambi¨¦n piensa que periodista es todo aquel que escribe en los peri¨®dicos. Y lo piensa el estudiante que a¨²n no ejerce. Una alumna de Periodismo me fue a ver a la Feria, con su padre: la joven ya es periodista, me asegur¨® el padre, mientras asent¨ªa la muchacha. Ella prometi¨® enviarme su primer texto, ¡ un art¨ªculo. Ya lo hab¨ªa escrito. Ten¨ªa que retocarlo.
No es tan sencillo explicar qu¨¦ es un periodista, pues los tuiteros que inventan o insultan consideran que dan noticias, o las desmienten. El que comenta en el bar es periodista, o m¨¢s bien columnista. Como aquel viejo gallego que volv¨ªa a su tierra despu¨¦s de medio siglo en el extranjero: ¡°Gallego lo puede ser cualquiera¡±. Pues periodista lo puede ser cualquiera, aunque haya definiciones cabronas que acotan algo el mercado. Periodista, dec¨ªa otro maestro, Eugenio Scalfari, es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente. De modo que no basta con decir lo que a uno se le ocurra, columnista u opinador o tuitero: para ser periodista hacen falta algunos procedimientos. Y sobre todo hace falta la gente. Si no hablas con la gente no sabes lo que a ¨¦sta le pasa. Por tanto, lo que escribas se refiere a ti, no a la gente. O eres columnista o eres periodista, elige.
Eso es as¨ª desde que el mundo es mundo, o desde que el periodismo sirve para explicar qu¨¦ le pasa a la gente.
Las columnas y las opiniones vinieron despu¨¦s. Y han sido tan bien venidas como la fotograf¨ªa o la entrevista, por citar dos g¨¦neros que vinieron despu¨¦s. Primero, sin duda, fue la noticia, la cr¨®nica, el reportaje. Los hijos de esas batallas son los que ahora llenan los peri¨®dicos de la miscel¨¢nea que lo constituyen. En esa miscel¨¢nea, con el debido honor, est¨¢ el columnismo.
Hab¨ªa un periodista del franquismo, Juan Aparicio, que se sentaba ante la m¨¢quina de escribir, en el antiguo El Espa?ol o en el tambi¨¦n muy antiguo Arriba, para derribar al contrario, y entonces el contrario era el mundo sovi¨¦tico. Gritaba don Juan, antes de teclear: ¡°?Se van a enterar en Mosc¨²!¡± E iniciaba su andanada.
As¨ª que hay periodistas y hay columnistas, y todos ellos se juntan, de una manera u otra, en los peri¨®dicos, a mayor gloria de su variedad, buscando su Kremlin, que puede estar en Ferraz, en la Moncloa o en cualquiera de los centros de poder. Todo con tal de encontrar una diana que satisfaga al p¨²blico. ?Dales ca?a, joder!
Estuve el otro d¨ªa en Gij¨®n, ante la playa magn¨ªfica de San Lorenzo, con el patr¨®n laico del columnismo espa?ol, Juan Cueto, que tambi¨¦n ha sido otras cosas en el periodismo espa?ol. Pero ha sido (ah¨ª est¨¢n sus libros recopilatorios, el ¨²ltimo Yo nac¨ª con la infamia, que edit¨® Jorge Herralde) uno de los mejores columnistas de nuestra lengua en el siglo XX; a ¨¦l debemos rendir pleites¨ªa. Y estuvimos hablando, claro, del contenido de las columnas. Las suyas (como las del otro patr¨®n laico, Jorge de Ibarg¨¹engoitia, de Guanajuato, M¨¦xico) eran una mezcla de datos, humor, melancol¨ªa, porvenir y conocimientos; entre los conocimientos, la historia, la m¨²sica, el pop, la televisi¨®n, los diccionarios, la literatura, la gracia y la gracia de la vida. El resultado eran columnas en las que no hab¨ªa ni buenos ni malos, sino vida en estado natural.
Naturalmente, en su casa, este jueves, Juan estaba rodeado, como siempre, de miles de libros, ante ¨¦l se saturaban las opiniones de la televisi¨®n del mediod¨ªa, detr¨¢s se escuchaban las risas de la playa, y entre nosotros habl¨¢bamos¡., de periodismo. De sus columnas tambi¨¦n. De c¨®mo consigui¨® que en su escritura no se cruzara nunca, a pesar del tiempo que se vivi¨® en su ¨¦gida, de los ochenta a los 2.000 de nuestra era, el manique¨ªsmo columnista que nos invade. C¨®mo no se dej¨® llevar por la disyuntiva buenos/malos, amigos/enemigos, c¨®mo logr¨® que sus columnas se leyeran como verdaderas historias, qu¨¦ hab¨ªa dentro de su lenguaje para que leerlo llegara a producir esa alegr¨ªa.
?l ri¨®, claro, no dijo nada.
Quiz¨¢ haya una respuesta, que no me dio: la inteligencia de Juan Cueto para mezclar.
Y esa inteligencia para mezclar es la que echo en falta en el m¨¢s habitual columnismo de este tiempo. As¨ª que, columnistas, paren un poco, no se dejen llevar por la facilidad de se?alar o de buscar al enemigo, en la pol¨ªtica, en la econom¨ªa, en El otro, y p¨®nganse a releer a Cueto, lo tienen bien cerca.
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