Juego de espejos
El nacionalismo escoc¨¦s se mira en el de Quebec, y el de Catalu?a se mide con ambos
El primer ministro de Canad¨¢, Justin Trudeau, ha visto con escepticismo la propuesta de su hom¨®logo de Quebec, el liberal Philippe Couillard, de una reforma constitucional que recoja la definici¨®n de ese territorio como naci¨®n. Los independentistas de la provincia franc¨®fona tampoco la han recibido con entusiasmo; seguramente porque piensan que para soberanistas ya est¨¢n ellos. Algo que suena a conocido. Tambi¨¦n aqu¨ª, cada vez que partidos poco o nada nacionalistas han asumido alguna reclamaci¨®n del programa nacionalista, los que s¨ª lo eran han subido un escal¨®n; para mantener la distancia.
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No es la primera vez que desde Ottawa se plantea ese reconocimiento. A fines de 2006 el Parlamento de Canad¨¢ aprob¨® una moci¨®n en la que se proclama que ¡°los quebequenses forman una naci¨®n dentro de un Canad¨¢ unido¡±. Meses antes, Michael Ignatieff, un intelectual pasado a la pol¨ªtica, estaba haciendo su campa?a en disputa por el liderazgo del Partido Liberal cuando un periodista le pregunt¨® a quemarropa si cre¨ªa que Quebec era una naci¨®n. Seg¨²n recoge en sus memorias (Fuego y cenizas. Taurus. 2014), respondi¨® que ¡°por supuesto¡±, dando por sentado que ello no implicaba reconocer un derecho de secesi¨®n; porque ¡°varias naciones pueden compartir un mismo Estado¡±.
El rival de Ignatieff en aquellas primarias, St¨¦phane Dion, otro pol¨ªtico-intelectual, dio una respuesta similar cuando, en una visita a Espa?a para presentar su libro sobre La pol¨ªtica de la claridad, le plantearon la misma cuesti¨®n: ¡°El problema, dijo, no es el reconocimiento de la condici¨®n de naci¨®n sino la pretensi¨®n de dar a esa definici¨®n alcance jur¨ªdico y hacer derivar de ella derechos especiales, por encima de la Constituci¨®n, como el de autodeterminaci¨®n¡±.
A diferencia de Catalu?a, en Quebec hay m¨¢s partidarios de la independencia que del refer¨¦ndum sobre ella; por sus efectos divisores
Visi¨®n que contrasta con el planteamiento ahora impulsado por los soberanistas catalanes y asumido a medias por los que aspiran a pactar con ellos: Catalu?a es una naci¨®n y por tanto tiene derecho a la autodeterminaci¨®n. Donde destaca ese ¡°por tanto¡± sin otro respaldo que la voluntad de conseguirlo y que enlaza con la afirmaci¨®n de que si Catalu?a y Euskadi son naciones, Espa?a no puede serlo aunque comparta tantos rasgos comunes como cada uno de esos territorios. Un dato menos contradictorio de lo que parece es que, a diferencia de Catalu?a, en Quebec hay m¨¢s partidarios de la independencia que del refer¨¦ndum sobre ella; por sus efectos divisores.
El l¨ªder hist¨®rico del nacionalismo escoc¨¦s, Alex Salmond, se comprometi¨® a no plantear un nuevo refer¨¦ndum en el plazo de una generaci¨®n. Pero su sucesora, Nicola Sturgeon, consider¨® que el Brexit reabr¨ªa la cuesti¨®n. Ahora la ha vuelto a aparcar tras las elecciones del 8 de junio en las que su partido ha perdido 21 de sus 56 esca?os. Una de las razones para ello es que conserva una amplia mayor¨ªa en el parlamento auton¨®mico que le permite gobernar con comodidad; mientras que si se celebra un nuevo refer¨¦ndum y vuelve a ganar el no, los dirigentes nacionalistas tendr¨ªan que retirarse. Horizonte poco atractivo para el nuevo establishment escoc¨¦s.
?Y Catalu?a? El principal argumento contra su definici¨®n como naci¨®n en la Constituci¨®n es que no mejora, si no oscurece, el equilibrio constitucional entre una naci¨®n com¨²n y las nacionalidades (con reconocimiento de su singularidad) y regiones (con derecho a la autonom¨ªa) que la integran.
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