El vivir ilusionado
El comportamiento de don Quijote recuerda al de los ni?os en sus juegos. Tampoco quiere elegir entre la justicia y el amor; desea las dos cosas. De haber contemplado las filas de refugiados, habr¨ªa arremetido contra los guardianes de las fronteras
Ahora que han concluido los actos que conmemoraron el cuarto centenario de la publicaci¨®n de la segunda parte de El Quijote, puede que no est¨¦ de m¨¢s preguntarse, ya en silencio de la lectura, por el misterioso encanto de un libro que no ha dejado de maravillar al mundo desde que se public¨®. Hace unos meses, en un art¨ªculo publicado en EL PAIS, Francisco Rico se preguntaba por la raz¨®n de ese ¨¦xito sin desfallecimiento. Un ¨¦xito al que no s¨®lo han contribuido sus lectores, puede que hoy m¨¢s escasos que nunca, sino las gentes de toda condici¨®n, ya que sus personajes han abandonado las p¨¢ginas del libro en que nacieron para aparecer en el mundo real y as¨ª, las carreteras est¨¢n llenas de mesones con sus siluetas, sus figuras se han reproducido en mil lugares, se han hecho sobre ellos pel¨ªculas y series de televisi¨®n y no hay escolar que no conozca la historia del caballero que perdi¨® la cabeza por leer libros de caballer¨ªas y que decidi¨® irse por el mundo para emular las haza?as de los caballeros que admiraba.
Otros art¨ªculos del autor
Francisco Rico afirma que, m¨¢s all¨¢ de su poderoso sentido simb¨®lico, la raz¨®n de ese ¨¦xito radica en que El Quijote es una obra divertida, sin aparentes complicaciones, que entretiene y da felicidad a quien la lea. Y ciertamente el comportamiento de don Quijote recuerda mucho al de los ni?os en sus juegos. Torrente Ballester, en su libro El Quijote como juego, abunda en esta tesis al afirmar que lo que hace Alonso Quijano cuando sale al mundo vestido de caballero andante es ponerse a jugar con las cosas. Y as¨ª, por ejemplo, cuando dice que los molinos son gigantes no es tanto que confunda a ¨¦stos, los gigantes, con aquellos, los molinos, como que juega a que es as¨ª, como har¨ªa cualquier ni?o cuando afirma que una silla es su caballo. Y jugar para los ni?os no es otra cosa que dar cuenta en el mundo de la vida de sus deseos, llevar su verdad a la vida real.
Sorprende su candor, pero tambi¨¦n que, a pesar de los l¨ªos, raras veces pierda la cabeza
Las extravagancias que tanto abundan en este divertido y hondo libro tienen que ver con la incapacidad de don Quijote, y en esto tambi¨¦n se parece a los ni?os, para aceptar una vida no marcada por lo excepcional. En la m¨ªstica iran¨ª se piensa que el nacimiento de cada hombre est¨¢ presidido por un ¨¢ngel llamado Daena, que tiene la forma de una ni?a bell¨ªsima. El rostro de ese ¨¢ngel no permanece inalterable a lo largo de la vida sino que se va transformando imperceptiblemente con cada uno de nuestros gestos, palabras o pensamientos. Al final de la vida, cuando nos encontramos por fin con ¨¦l, se ha transformado en un ser bell¨ªsimo o en una criatura monstruosa seg¨²n han sido nuestros actos. En El Quijote es Dulcinea quien representa a ese ¨¢ngel secreto y es a ella a quien nuestro caballero dedica sus aventuras, pues un caballero no es nada sin una dama a quien amar. Llevar a la realidad la vida de sus sue?os m¨¢s secretos, tal es la b¨²squeda esencial de los caballeros enamorados.
Nos dan a elegir entre la justicia y el amor, escribe El¨ªas Canetti. Yo no quiero, yo quiero las dos cosas. Es justo eso lo que hace don Quijote. Por eso libera a los galeotes, da la raz¨®n a la pastora Marcela, defiende a un pobre criado de la brutalidad de su due?o y devuelve con sus palabras la dignidad a venteros, prostitutas y pastores. Y no me cabe duda de que de haber contemplado este invierno las filas de refugiados sirios bajo la nieve, don Quijote habr¨ªa arremetido sin dudarlo contra los guardianes de las fronteras de Europa, porque ?acaso la ley que se ha invocado como justificaci¨®n de esas fronteras es algo sin el amor que permite ver en el desamparo de tantos una muestra m¨¢s de nuestra propia humanidad herida? El coraz¨®n de una sociedad es la ley, dijo Roberto Rossellini, el de una comunidad es el amor.
En uno de sus breves ap¨®logos, Kafka nos habla de un hombre que manda a sus criados que dispongan su caballo para su salida inmediata. Cuando ¨¦stos, extra?ados por sus prisas, le preguntan que ad¨®nde va, ¨¦l les contesta que eso qu¨¦ importa. Salir de aqu¨ª, esa es mi meta, exclama. Tambi¨¦n a don Quijote le mueve el mismo deseo de escapar, de abandonar cuanto antes la triste casa donde pasa sus d¨ªas para vivir sus aventuras. Porque ?qu¨¦ es la aventura sino el deseo de tener un coraz¨®n? Todos los personajes que lo intentan deben pasar por pruebas dolorosas y noches oscuras. Tener un coraz¨®n nos hace enfermar porque el coraz¨®n es el lugar del extra?amiento, de la apertura hacia lo Otro. Alonso Quijano ha perdido el suyo, y malvive aburrido en su pobre hacienda hasta que vuelve a escuchar sus latidos en las p¨¢ginas de los libros de caballer¨ªas. Leer es apostar por los latidos de ese coraz¨®n hipotecado, entrar en el mundo de la ilusi¨®n.
Leemos movidos por una necesidad de belleza, pero tambi¨¦n buscando un poco de locura
En su libro Breve tratado de la ilusi¨®n, Juli¨¢n Mar¨ªas nos recuerda que la palabra ilusi¨®n procede del verbo latino illudere, que significa jugar. Aparece en todas las lenguas rom¨¢nicas con un significado negativo relacionado con la ficci¨®n y el enga?o. Lo ilusorio es lo que no existe en la realidad; el ilusionista es un vendedor de humo; el iluso, alguien que tiene esperanzas infundadas. Pero esta palabra ha adquirido en nuestro idioma un valor muy diferente. Ese cambio, continua dici¨¦ndonos Juli¨¢n Mar¨ªas, es parecido a lo que sucedi¨® con la palabra sue?o. Cuando Calder¨®n afirma que la vida no es m¨¢s que sue?o, lo que quiere decirnos es que no es verdadera realidad. ¡°Pero en el siglo XVII se opera en Europa, en los fil¨®sofos y en los poetas, el descubrimiento del sentido positivo del sue?o y la ficci¨®n, no como opuestos a la realidad, sino como formas de realidad, y precisamente aquellas que reflejan la condici¨®n de hombre¡±. Tener ilusiones, para nosotros, no ser¨¢ ya refugiarse en quimeras, sino vivir queriendo otras cosas. La ilusi¨®n tiene que ver con lo que Mar¨ªas llama la condici¨®n indigente o menesterosa del ser humano; es decir, con el hecho de que nuestra vida sea un proceso lleno de necesidades que tenemos que satisfacer. Y la ilusi¨®n es la expectativa de que lo podemos conseguir. Vivir en mundo sin cosas, como les pasa a los ni?os, esa es la b¨²squeda de la ilusi¨®n.
Ese vivir ilusionado es el que encarna don Quijote, y lo que tanto necesitamos nosotros. Harold Bloom dice que leemos movidos por una necesidad de belleza, de verdad y de discernimiento. Es decir, buscando el esplendor est¨¦tico, la fuerza intelectual y la sabidur¨ªa. A?adir¨ªa un cuarto motivo: buscando un poco de locura, pues ?qu¨¦ es la vida sin locura? Hacer posible lo que no lo parece, restablecer el reino de la posibilidad, es lo que entiendo por locura. Lo que m¨¢s sorprende de don Quijote es su candor, su maravillosa disponibilidad, pero tambi¨¦n que, a pesar de los l¨ªos en que se mete, raras veces pierda la cabeza. Tal es la paradoja de las bellas historias, que cuanto m¨¢s maravillosas y locas son m¨¢s discretos y razonables vuelven a quienes las escuchan. Esta alianza entre fantas¨ªa y raz¨®n es la que da al libro de Cervantes su encanto imperecedero. Goya lo explic¨® en su famosa glosa al Capricho 43, El sue?o de la raz¨®n: ¡°La fantas¨ªa, abandonada de la raz¨®n, produce monstruos imposibles: unida con ella, es madre de las artes y origen de sus maravillas¡±. Rindamos pleites¨ªa una vez m¨¢s al valeroso Caballero de la Fantas¨ªa.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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