Querido John
SIEMPRE TE GUSTARON las historias, as¨ª que voy a contarte una. Esta sucedi¨® en Maniototo, en el centro de la isla meridional de Nueva Zelanda, mientras el sol descend¨ªa tras la cadena monta?osa de Hawkdun, en una l¨ªnea naranja ondulada, con toda la oscuridad debajo.
Dentro de casa se debilita la luz. Milo tiene 11 a?os. Est¨¢ en brazos de un hombre e inclina la cabeza, como si escuchara algo que procede de las monta?as a lo lejos. Est¨¢ completamente quieto. Le pregunto al hombre: ¡°?C¨®mo supiste que estaba qued¨¢ndose ciego?¡±. ¡°Empez¨® a chocarse con las cosas m¨¢s a menudo¡±.
Sobre los ojos de Milo ha empezado a crecer un velo blanco, y su cabeza parece la de un peluche sin terminar. Hace pocos meses que est¨¢ qued¨¢ndose ciego. El hombre le deja en el suelo y ¨¦l empieza a correr por la casa. Tiene en su memoria el plano de la vivienda. En las esquinas y las patas de los muebles han atado unas plumas para que no se golpee con las duras aristas. Un suave velo blanco que cubre sus ojos y unas suaves plumas blancas que tiemblan en la oscuridad.
Hace seis meses recib¨ª la terrible noticia de que hab¨ªas muerto. Y, aunque eras muy mayor, me cay¨® encima como una oscuridad repentina.
Te has ido, John. No, lo dir¨¦ claro, aunque suene duro: te has muerto. Falleciste en enero, y la muerte (como sabe todo el mundo) es definitiva. Sin embargo, te escribo esta carta como si pudieras leerla, como si solo estuvieras escondido. ?Por qu¨¦? ?Por tu culpa!
Hace unos a?os, durante una conversaci¨®n en Ferrara, te pregunt¨¦ qu¨¦ pensabas de las personas muertas. Miraste al p¨²blico y dijiste: ¡°Est¨¢n aqu¨ª con nosotros. As¨ª lo creo. ?Est¨¢n ayud¨¢ndonos!¡±. Lo dijiste con tal convicci¨®n que no tuve ninguna duda. Y no te refer¨ªas a ¡°los muertos¡± como categor¨ªa general, sino como personas muy concretas a las que uno ha conocido y amado.
Estuve en Nueva Zelanda dos semanas. No s¨¦ si fuiste alguna vez, pero me acord¨¦ mucho de ti. Me daba la impresi¨®n de que cada persona con la que me encontraba hab¨ªa tenido una muerte cercana: hijos, c¨®nyuges, hermanos. ¡°Et in Arcadia Ego¡±, como titul¨® Poussin su famoso cuadro. Y aun as¨ª, curiosamente, en todos los casos tuve la impresi¨®n de que los muertos conviv¨ªan con los vivos y estos cuidaban de aquellos.
En una ocasi¨®n escribiste: ¡°Tanto para los cazadores como para las presas, esconderse bien es una condici¨®n indispensable para sobrevivir. La vida depende de saber ponerse a resguardo. Todas las cosas se esconden. Lo que ha desaparecido se ha escondido. Una ausencia ¡ªcomo la de los que han fallecido¡ª se siente como una p¨¦rdida, pero no como un abandono. Los muertos est¨¢n escondidos en otro lugar¡±.
Hace seis meses recib¨ª la terrible noticia de que hab¨ªas muerto. Y, aunque eras muy mayor, me cay¨® encima como una oscuridad repentina. Sin embargo, John, desde entonces, he descubierto un fragmento aqu¨ª, un pasaje all¨¢, un dibujo m¨¢s all¨¢, huellas tuyas en todo el mundo, y son como plumas que has dejado cuidadosamente colocadas en los lugares en los que nos encontramos.
S¨¦ que solo est¨¢s escondido.
Abrazos.
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