Elogio de la rutina
Hay para quienes hacer todos los d¨ªas lo mismo es una maravillosa manera de no aburrirse
Hay gente que no tiene muy claro si su tendencia a la rutina es beneficiosa o perjudicial para su existencia. En principio, la monoton¨ªa en su funcionamiento cotidiano activa en ella una especie de resquemor o prejuicio defensivo. Tal vez porque la rutina no goza de prestigio en nuestros d¨ªas, ya que todo ha de ser cambio, v¨¦rtigo, sorpresa, imprevisibilidad. La rutina es conservadora, todo lo contrario de su antagonista que luce siempre moderna. Si ejercitan la improvisaci¨®n, si intentan sorprender a sus rutinas con un paso imprevisible, notan que de pronto su presente es invadido por la inquietud y la inseguridad. La rutina los ancla en un territorio tranquilizador. As¨ª se van inclinando paulatinamente hacia lo programado. El dictamen de a quienes consultan sobre su futuro tampoco los tranquiliza del todo. Sigue tu instinto natural si fueres peligrosamente tentado a sorprenderte a ti mismo, le indican unos. Otros llaman a un mayor arrojo vital. Como la tendencia natural de esta gente es la repetici¨®n, la consagraci¨®n de lo reiterativo, es muy dif¨ªcil que mientras tanto se produzca alg¨²n trastorno digno de menci¨®n, un imprevisto que signifique un retroceso irreversible o una alerta de peligro.
Una coraza de gestos programados los protege de la temida sorpresa y descalabro de lo seguro. Un desplazamiento por la ciudad supone una observaci¨®n casi matem¨¢tica del recorrido practicado. Ir del punto A hasta el punto B supone siempre la l¨ªnea m¨¢s recta, absolutamente ajena a la improvisaci¨®n o al delirio de un cambio de rumbo aunque los lleve al mismo punto de arribada. Despejar la casa, despu¨¦s del desorden que ha supuesto el trajinar del d¨ªa anterior, les exige poner en funcionamiento una cadena de gestos y movimientos mimetizados. La eficacia de esa labor queda as¨ª garantizada. La rutina se convierte para ellos en una tabla de salvaci¨®n en medio del proceloso andar por el mundo. As¨ª es como pierden amigos, novias, conocidos, dado, seg¨²n arguyen estos, su falta total de imaginaci¨®n y desprecio por lo dictado. As¨ª fue como conoc¨ª a personas que, ante esta situaci¨®n, descubrieron que la escritura los fijaba en un espacio. La escritura misma era una forma de rutina, a la que hab¨ªa que consagrarse como un oficinista se consagra a su escritorio o un cirujano a su mesa de operaciones o el traductor a sus diccionarios. Sent¨ªan que una vez cumplidas sus obligaciones dom¨¦sticas, el resto del d¨ªa se hac¨ªa largo e incierto. Era entonces cuando aparec¨ªa la escritura. La rutina del quehacer literario. Leer, escribir, leer, escribir. A su alrededor, el mundo para ellos se hac¨ªa m¨¢s seguro. Hab¨ªan o¨ªdo o le¨ªdo en alg¨²n sitio que la rutina neutraliza el esp¨ªritu creativo. Ellos sent¨ªan que ese exagerado diagn¨®stico no les incumb¨ªa. En el fondo, esta gente no habla de elecci¨®n, como si se tratara de elegir una profesi¨®n o un pa¨ªs para conocer. Ser¨ªa m¨¢s apropiado mencionar la fatalidad. La rutina como destino de sus d¨ªas. Las personas rutinarias tienen una ventaja sobre las que no lo son. No se aburren nunca.
Si me atrevo a desafiar la paciencia de los lectores es porque todo lo escrito nace del entusiasmo que me caus¨® la ¨²ltima pel¨ªcula de Jim Jarmusch, Paterson. Un aut¨¦ntico canto a la rutina. El director norteamericano crea en la figura de un conductor de autobuses, uno de esos conductores que uno se encuentra y saluda cuando se monta en el veh¨ªculo que lo llevar¨¢ hasta su casa o su faena, el paradigma de la monoton¨ªa por excelencia. Jarmusch ense?a que en la rutina es posible encontrar tambi¨¦n lo nuevo (que no lo novedoso), toparse milagrosamente con una epifan¨ªa. El conductor de la pel¨ªcula se llama Paterson, el mismo nombre de la ciudad en la que vive con su imaginativa y bella mujer. Paterson tambi¨¦n se titula uno de los m¨¢s influyentes libros de poes¨ªa escritos en los a?os cincuenta en EE?UU. Su autor fue William Carlos William, quien trabaj¨® durante d¨¦cadas en la misma ciudad de la pel¨ªcula como m¨¦dico. Paterson, el conductor, se levanta todos los d¨ªas a la misma hora para acudir a su trabajo de conductor. Siempre lleva consigo una libreta donde anota versos que por la noche le recitar¨¢ puntualmente a su expectante esposa tambi¨¦n a la misma hora. Todo exactamente igual de lunes a viernes. Los fines de semana, m¨¢s lectura, m¨¢s escritura. Por las noches saca a su perro y hace un alto en un bar donde todos lo conocen y toman con ¨¦l una cerveza. Paterson no conoce otra forma de felicidad plena que conducir su autob¨²s, leer a William Carlos William, escribir poes¨ªa y le¨¦rsela a su mujer. Todos sus d¨ªas y horas, que transcurren tan luminosamente id¨¦nticos.
J. Ernesto Ayala-Dip es cr¨ªtico literario.
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