Cuando todo es blasfemia
Se ha impuesto proteger a las religiones de las provocaciones o, incluso, de las cr¨ªticas, lo que es contrario al debate democr¨¢tico. Mientras aquellas tercien sobre aspectos de la vida p¨²blica han de someterse al mismo trato que las otras ideas
Para la izquierda la religi¨®n era una superstici¨®n. Quiz¨¢ algo m¨¢s, pero fundamentalmente, superstici¨®n. No una cualquiera, como un espejo roto, sino de la peor naturaleza, retorcida, al servicio de la injusticia. La religi¨®n no solo imped¨ªa la mirada limpia de los males sociales sino que, adem¨¢s, los disculpaba y hasta condenaba la rebeli¨®n. El otro mundo compensar¨ªa los padecimientos terrenales. Peor, los padecimientos eran parte del guion. Sufrimientos e injusticias encajaban dentro de un orden moral arm¨®nico a los ojos de Dios, aunque ininteligible para nosotros. La religi¨®n era la sinraz¨®n que cos¨ªa un mundo de sinrazones. La ant¨ªtesis de la aspiraci¨®n ilustrada. Frente a la autonom¨ªa y el sometimiento a la ley que uno mismo se da, la heteronom¨ªa, la moral establecida por Dios.
Otros art¨ªculos del autor
Eso era lo que hab¨ªa. Otra cosa, lo que hay. No es raro ver a cierta izquierda criticar no ya a quienes dibujan caricaturas de Mahoma sino incluso a quienes defienden el derecho a dibujarlas. Para ello no dudan en acudir a argumentos invocados por los reaccionarios de siempre, por ejemplo, cuando intentaron impedir la proyecci¨®n de La vida de Brian. Cuesta entenderlo. Sobre todo porque esa misma izquierda parece dispuesta a presentarse en una iglesia para burlarse de los s¨ªmbolos cristianos, en lo que, a la postre, a sus ojos no pasar¨ªa de ser una fiesta privada de unos cuantos entregados a recrear majader¨ªas. Por la ma?ana se reclama el cierre de una exposici¨®n por islamof¨®bica y por la tarde se defiende el derecho a la blasfemia. En un caso, se descalifica incluso el derecho a criticar ciertas ideas y, en el otro, se invoca y se practica hasta impedir la posibilidad de expresarlas o elaborarlas. Un desorden intelectual. O peor. Porque solo veo un modo de compatibilizar las dos pr¨¢cticas: asumiendo que hay una religi¨®n verdadera, el islam. Verdadera o, en alg¨²n sentido, superior. Algo que, francamente, me cuesta digerir porque, incluso sin entrar en honduras teol¨®gicas, les confieso que, en lo que a m¨ª respecta, siempre ser¨¢ preferible una religi¨®n que amenaza con el chantaje del infierno (Borges) que otra que, en alguna de sus variantes, todo lo excepcional que se quiera, contemple la posibilidad de acelerar el tr¨¢mite.
Poder orinar sobre una imagen de Lenin, pero no del Profeta, reintroduce la sinraz¨®n
M¨¢s all¨¢ de estas paradojas, al final, parece haberse impuesto una suerte de reclamaci¨®n de blindaje especial, de protecci¨®n frente a las provocaciones o, incluso, frente a las cr¨ªticas. Algo muy normal¡ si se trata de salvar las religiones. No tanto si se defiende el debate democr¨¢tico. Salvar las dos cosas a la vez no resulta sencillo, al menos para quienes entienden la democracia como una pr¨¢ctica ¡ªuna aspiraci¨®n¡ªde p¨²blica racionalidad.
La dificultad deriva de la presencia en las religiones ¡ªal menos, en las m¨¢s pr¨®ximas¡ª de tres componentes que, juntos, resultan incompatibles con la p¨²blica argumentaci¨®n: ideas (sustantivas) acerca de c¨®mo vivir todos (no me parece mal mi aborto, sino cualquier aborto); ideas (ontol¨®gicas) sobre la naturaleza de la religi¨®n, como una doctrina referida a verdades morales; ideas (epist¨¦micas) sobre c¨®mo fundamentar la doctrina: la autoridad divina destilada en escritura sagrada. En breve: tales religiones pretender¨ªan regular ¨¢mbitos de la vida colectiva sobre una base doctrinal que solo vale para los creyentes y sostenida en una ¡°racionalidad especial¡±. Una religi¨®n con esas caracter¨ªsticas resulta un cuerpo extra?o para una sociedad (democr¨¢tica) que aspira a regirse mediante decisiones basadas en argumentos que los otros puedan aceptar.
Durante mucho tiempo la tensi¨®n parec¨ªa decantarse del lado ilustrado. La religi¨®n, para sobrevivir, hab¨ªa ido debilitando alguno de sus componentes: su vocaci¨®n p¨²blica, al ce?ir el alcance de sus principios a sus miembros (como una secta o los trekkies); la naturaleza de cuerpo doctrinal, para mudarlo en una apa?ada t¨¦cnica de autoayuda; la fundamentaci¨®n, invocando razones terrenales (sin apelar a Dios o a sus portavoces), como una ideolog¨ªa m¨¢s. Eso o una soluci¨®n intermedia que no queda mal resumida en la f¨®rmula ¡°la religi¨®n otorga sentido a la vida de sus fieles¡±, lo que equival¨ªa, de facto, a prescindir de toda vocaci¨®n de verdad para todos. La religi¨®n dejaba de ser religi¨®n. El cristianismo ha recorrido esos caminos. Y al aguarse admit¨ªa su derrota como religi¨®n. Que al producto acabado se le siguiera llamando religi¨®n es otro asunto que, si acaso, preocupar¨ªa a los creyentes.
La izquierda abandona su vocaci¨®n racionalista. Se ha contaminado del virus que combati¨®
Por supuesto, cab¨ªa otra soluci¨®n: mantener intacta la religi¨®n y degradar la democracia, desproveerla de su compromiso racionalista, universalista y emancipador. Las religiones, sin abandonar su dimensi¨®n antirrelativista y su vocaci¨®n p¨²blica ni, por tanto, su af¨¢n de proselitismo ¡ªque no requiere la conversi¨®n¡ª, convivir¨ªan en sus respectivos parques tem¨¢ticos, a la espera de conquistar el monopolio del espacio p¨²blico. Eso s¨ª, con salvaguardas especiales. Se asume que cada una tiene su particular ¡°racionalidad¡± que deber¨ªa protegerse ante las ofensas. De ah¨ª el especial respeto que reclaman y que no alcanza a las ideolog¨ªas: podemos orinar sobre una imagen de Lenin, pero no sobre una del Profeta. Un mal negocio para los ideales democr¨¢ticos que reintroducen por la ventana de la pluralidad la sinraz¨®n expulsada por la puerta ilustrada. El resultado: una trama de ¡°protecciones especiales¡± que complica la libertad de pensamiento. A la m¨ªnima presencia de ideas que se juzgan ¡°provocadoras¡±, en una publicidad, en un peri¨®dico o en una obra art¨ªstica, aparece la (des)calificaci¨®n (¡°islamofobia¡±) que evita argumentar e, inmediatamente, se pide su desaparici¨®n del espacio p¨²blico. Porque, se dice, ¡°se ofenden sentimientos religiosos¡±: un argumento cochambroso porque, adem¨¢s de imposible de probar, en la medida en que ¡°el testimonio¡± es un estado mental incontrastable (¡°mis sentimientos¡±), desmerece al dios de turno, sustituido como objeto de la ofensa por el creyente. Mal asunto. Mientras las religiones tercien sobre aspectos de la vida p¨²blica han de estar expuestas al mismo trato que las otras ideas.
Con todo, no es eso lo peor. Lo grave es que ese proceder se ha generalizado y no hay causa colectiva ¡ªjusta o no¡ª que, a la menor cr¨ªtica, no apele al agravio o no descalifique invocando alguna ¡°fobia¡±. Como razonar resulta fatigoso, mejor acudir al expediente de la ofensa a los sentimientos. Hasta los panaderos piden la supresi¨®n de refranes.
El da?o mayor es para una democracia que, poco a poco, se va desprendiendo de sus endebles v¨ªnculos con el debate racional. Las mejores causas se degradan cuando se defienden con prejuicios y prohibiciones. Con supersticiones. La izquierda, por ese camino, abandona su genuina vocaci¨®n emancipadora, racionalista. Se contamina del virus que combati¨®.
Y Lepe pendiente de homenaje. Aguantando.
F¨¦lix Ovejero es profesor de la Universidad de Barcelona.
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