El problema no est¨¢ en el m¨®vil sino en la escuela
Los hablantes deber¨ªan salir de la ESO sabiendo distinguir entre niveles de lengua y en qu¨¦ contexto se usa cada uno, sin confundir registro coloquial y registro vulgar
El viernes pasado se estren¨® en Espa?a Emoji, una pel¨ªcula que sigue el camino de Toy Story. Si esta contaba la vida de los juguetes cuando nadie los mira, aquella relata la peripecia de los emoticonos que habitan en el teclado de los tel¨¦fonos m¨®viles. La mera existencia de una pel¨ªcula as¨ª certifica la omnipresencia de sus protagonistas en nuestras vidas, aprovecha sus posibilidades art¨ªsticas y relanza el debate sobre el modo en que usarlos compulsivamente afecta a nuestra manera de escribir.
¡°El riesgo que corremos usando emojis o tuiteando en 140 caracteres es perder nuestra capacidad para expresar emociones complejas, porque cuando no hay lenguaje, acaba por no haber ideas¡±, declar¨® a Patricia Gos¨¢lvez, redactora de este peri¨®dico, la artista estadounidense Carla Gannis, autora de una versi¨®n de El jard¨ªn de las delicias en la que las figuras del El Bosco han sido sustituidas por caritas, dianas y llamaradas. Los temores de Gannis se parecen a los que despert¨® el tel¨¦grafo, que, a su manera, tambi¨¦n revolucion¨® las comunicaciones. Cuando cada mensaje se pagaba por palabras, los verbos se escrib¨ªan en infinitivo y desaparec¨ªan art¨ªculos, conjunciones y preposiciones. Nada que no supieran los monjes que en la Edad Media llenaron de abreviaturas los c¨®dices que copiaban sobre car¨ªsimo pergamino. Conviene no olvidar que, durante siglos, los escritores confiaron la puntuaci¨®n de sus textos a los cajistas y correctores de las imprentas. La ortograf¨ªa no se fij¨® hasta el siglo XIX y el Quijote, empleado durante d¨¦cadas como libro para ense?ar gram¨¢tica, circul¨® m¨¢s de 200 a?os sin un solo punto y aparte.
Es cierto, no obstante, que la difusi¨®n masiva de los emoticonos nos coloca en una situaci¨®n in¨¦dita. ?Se volver¨¢n incomprensibles nuestros di¨¢logos? ?Se est¨¢n volviendo ya demasiado simples? A lo primero cabe responder recordando que a diario nos comunicamos con signos que no forman parte del abecedario, empezando por la arroba y terminando por el signo del d¨®lar o el de los porcentajes. Cualquier ni?o entiende que en los bocadillos de un c¨®mic una secuencia con una almohadilla, un rayo y una calavera significa enfado may¨²sculo. Todo el mundo sabe que EE?UU es Estados Unidos y a nadie que no quiera enredar se le ocurrir¨ªa pronunciar Ce-ce-o-o para hablar de Comisiones Obreras. Muchos decimos ¡°cansaos¡± e ¡°iros¡± pero escribimos ¡°cansados¡± e ¡°idos¡±. Luis Fonsi sesea cuando habla pero titul¨® su canci¨®n Despacito.
Como tantas veces, el problema no est¨¢ en el tel¨¦fono sino en la escuela, no tanto en el Ministerio de Energ¨ªa, Turismo y Agenda Digital como en el de Educaci¨®n, Cultura y Deporte. Los hablantes deber¨ªan salir de la ESO sabiendo distinguir entre niveles de lengua y en qu¨¦ contexto se usa cada uno, sin confundir registro coloquial y registro vulgar, sabiendo que, como existen los tab¨²es, existen los eufemismos y los emoticonos. Ni su defensor m¨¢s ac¨¦rrimo los usar¨ªa en una solicitud de empleo. Tampoco ning¨²n diputado con la m¨ªnima educaci¨®n dir¨ªa: ¡°?Que se jodan!¡± en el Congreso.
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