Residuos del franquismo
Los vestigios del franquismo no est¨¢n tanto en los nombres de las calles como en la nostalgia por las soluciones mesi¨¢nicas
Ni los programas de la educaci¨®n formal ni la transmisi¨®n colectiva de la memoria han hecho lo suficiente por mantener ideas claras sobre Francisco Franco, el dictador que muri¨® hace 40 a?os. Ah¨ª est¨¢n sus restos, enterrados bajo la losa de 1.500 kilos que cubre la sepultura de Cuelgamuros, sellada el 23 de noviembre de 1975 ante una corta asistencia de mandatarios extranjeros entre los que figuraba otro dictador como ¨¦l: Augusto Pinochet.
Una forma sencilla de recordar la naturaleza de aquel r¨¦gimen es rebuscar en los arcones de los abuelos o en los mercadillos de viejo. Hay que encontrar monedas de la ¨¦poca, en las que puede leerse esta leyenda: ¡°Francisco Franco, Caudillo de Espa?a por la gracia de Dios¡±, rodeando la reproducci¨®n del rostro del militar que fue el principal responsable de los horrores cometidos en la Guerra Civil ¡ªcon ayuda de sus aliados Hitler y Mussolini¡ª y de la represi¨®n ejercida sobre los vencidos. El agitprop del r¨¦gimen encontr¨® en el Dios de los cristianos la fuerza legitimadora necesaria para sublimar el culto a la personalidad de Franco, sobre el que se acumularon ditirambos (¡°general¨ªsimo de los ej¨¦rcitos¡±, ¡°centinela de Occidente¡±) para justificar el mantenimiento de un r¨¦gimen sin derechos c¨ªvicos ni elecciones libres, sin soberan¨ªa del pueblo y sin otro partido pol¨ªtico permitido que el Movimiento Nacional. Un r¨¦gimen a la medida de un dictador que, en palabras del historiador Santos Juli¨¢, ¡°abominaba del siglo XIX, aborrec¨ªa el liberalismo, despreciaba la democracia¡±, (El PA?S, 3/12/1992).
Los vestigios que sobreviven
Algunas de las obsesiones franquistas han pervivido. Hace tiempo que el fil¨®sofo Fernando Savater advirti¨® sobre los residuos t¨®xicos que provienen de la larga contaminaci¨®n franquista; por ejemplo, ¡°la animadversi¨®n a la ¡®pol¨ªtica¡¯ y los ¡®pol¨ªticos¡¯, que lleva a tantos a repetir la principal reconvenci¨®n paternal del Caudillo: "Haga como yo, no se meta en pol¨ªtica", (EL PA?S, 20/11/1992). 40 a?os m¨¢s tarde de la muerte del dictador, todav¨ªa el CIS pregunta a la gente, literalmente, si ¡°es mejor no meterse en pol¨ªtica¡±: y el 43,6% dice estar de acuerdo, seg¨²n el m¨¢s reciente estudio del instituto demosc¨®pico oficial.
Los organizadores de grandes manifestaciones muestran ahora tan poco respeto a la verdad como la televisi¨®n franquista
No es dif¨ªcil descubrir la desconfianza de los autoritarios hacia la pol¨ªtica democr¨¢tica en la forma de jalear las citas electorales cuando no concitan mayor¨ªas aplastantes, como si la apat¨ªa o el desinter¨¦s coyuntural por una convocatoria a las urnas confirmaran que la pol¨ªtica y los partidos equivalen a vilezas. No hay m¨¢s que ver la agitaci¨®n que se produce contra los pactos pol¨ªticos y la descalificaci¨®n de todo lo que se oponga al dominio del Ejecutivo sobre los dem¨¢s poderes constitucionales y la sociedad civil; en definitiva, a no haber asumido el juego de contrapesos inherente a la democracia.
Hace a?os que las estatuas del dictador han desaparecido de los lugares p¨²blicos. Pero contin¨²an las pol¨¦micas sobre el rotulado de calles y edificios con la nomenklatura del franquismo ¡ªen paralelo a la escasez de ayudas para localizar a los fusilados y sepultados en fosas comunes¡ª. Cuarenta a?os despu¨¦s de la muerte del dictador, en diversas ciudades subsisten plazas o calles del Caudillo y otros recuerdos de los generales golpistas. El Gobierno de Adolfo Su¨¢rez se atrevi¨® a quitar el gigantesco yugo y las flechas de la fachada del edificio que presid¨ªa la sede central del Movimiento Nacional, antes de las elecciones de 1977 (y por supuesto, antes de la Constituci¨®n); mientras que hoy son patentes las resistencias a completar la retirada de las denominaciones franquistas. La otra cara de la moneda es la negaci¨®n de Espa?a por parte de sectores nacionalistas e independentistas y la muy visible intolerancia hacia sus s¨ªmbolos (bandera, himno).
Otra de las caracter¨ªsticas de la vida p¨²blica actual conecta con una pr¨¢ctica usada al final del franquismo: la obsesi¨®n por contar manifestantes como m¨¦todo de propaganda. Numerosas marchas reivindicativas se han visto acompa?adas de exageraciones inauditas sobre los c¨¢lculos de participantes. Seg¨²n sostuvo TVE en su d¨ªa, un mill¨®n de personas se concentraron el 1 de octubre de 1975 en la madrile?a plaza de Oriente, para demostrar su apoyo a Franco por haber fusilado a cinco personas (¡°?Al pared¨®n, al pared¨®n!¡±, se o¨ªa gritar). A ello se sum¨® la explotaci¨®n propagand¨ªstica de las colas de personas que acudieron, semanas m¨¢s tarde, a la capilla ardiente del dictador.
Curiosamente, en plena democracia, la actitud respecto a grandes manifestaciones es muy similar a la adoptada en el franquismo: nunca bajan del mill¨®n de asistentes a juicio de sus organizadores, ya sean las concentraciones cat¨®licas contra el Gobierno de Zapatero, en el decenio pasado, o alguna de las ¨²ltimas Diadas. Sean o no resabios franquistas, lo cierto es que sus propagandistas muestran tan poco respeto a la verdad como la TVE de 1975 exagerando hasta la irracionalidad el respaldo popular al dictador.
Sociedad de mercado sin libertades
El franquismo, mezcla de diversas corrientes (falangistas, carlistas, tecn¨®cratas cat¨®licos), se hab¨ªa sostenido sobre unas ciertas clases medias que actuaron como estabilizadoras de la situaci¨®n. Superada la primera fase de la autarqu¨ªa, lo que Franco pretendi¨® hacer fue ¡°una especie de sociedad moderna de mercado, pero sin libertades pol¨ªticas, algo as¨ª como lo que ahora est¨¢n intentando en China¡±. La comparaci¨®n, debida a Savater (EL PA?S, 20/11/1992) est¨¢ muy puesta en raz¨®n, si bien los franquistas no tuvieron tiempo de cumplir sus objetivos. La crisis provocada por la subida exponencial de los precios del petr¨®leo se abati¨® en los ¨²ltimos a?os de la vida de Franco. Una inflaci¨®n situada cerca del 20% anual -lleg¨® a duplicarse en pocos a?os- se comi¨® los efectos de las subidas salariales consentidas al amparo del sistema nacional-sindicalista.
Algunas de las obsesiones franquistas han pervivido, como la animadversi¨®n a la pol¨ªtica y lo pol¨ªticos
Espa?a se sumi¨® en la espera sin que los jerarcas hicieran algo por afrontar el problema econ¨®mico. Estaban mucho m¨¢s inquietos por el miedo al contagio de Portugal, donde un golpe de las Fuerzas Armadas hab¨ªa derribado la dictadura (1974) y por la agitaci¨®n obrera y estudiantil, el creciente terrorismo de ETA y la contestaci¨®n surgida en algunos n¨²cleos de la Iglesia cat¨®lica. La ejecuci¨®n de cinco condenados a la pena capital, pocas semanas antes de la muerte de Franco, a?adi¨® aislamiento internacional a un pa¨ªs que se vio todav¨ªa m¨¢s en la picota por la precipitada cesi¨®n del S¨¢hara occidental a Marruecos y Mauritania, una confesi¨®n de la debilidad del r¨¦gimen en plena enfermedad del dictador, que le llev¨® a la muerte el 20 de diciembre de 1975.
El coraz¨®n del r¨¦gimen se atrincher¨® en el inmovilismo, mientras la sociedad viv¨ªa destellos de libertades personales que se compadec¨ªan mal con un machismo generalizado, con la necesidad de permiso marital o paterno para las mujeres incluso para abrir una cuenta bancaria, y donde se encontraban rigurosamente prohibidos tanto el divorcio como el aborto.
No faltaron los que pretendieron una Monarqu¨ªa franquista que continuara la dictadura. El ¨²ltimo jefe de Gobierno de Franco y albacea del dictador, Carlos Arias Navarro, lo intent¨® durante algunos meses, hasta que el Rey don Juan Carlos consigui¨® despedirlo y sustituirle por Adolfo Su¨¢rez, dando inicio a la operaci¨®n democratizadora. Tampoco triunfaron aquellos que, desde la oposici¨®n, pretendieron un programa rupturista.
A la gran obra reformista de Adolfo Su¨¢rez ya no le regatean m¨¦ritos ni sus tradicionales enemigos
En el pacto entre esas dos grandes corrientes reside la explicaci¨®n de la transici¨®n de la dictadura a la democracia -y tambi¨¦n la de los venablos disparados contra el mismo por los que lo consideran como una traici¨®n a la democracia-. Las elecciones de junio de 1977 y la Constituci¨®n de 1978 sentaron las bases del proceso de normalizaci¨®n. Es verdad que en el camino se consagr¨® la impunidad de los franquistas como precio a la amnist¨ªa de sus oponentes; y que se ha extendido un manto de olvido que, al final, se vuelve contra el prestigio de la democracia. Tambi¨¦n es cierto que ese olvido ha oscurecido el tr¨¢gico recuerdo de los cr¨ªmenes pol¨ªticos que menudearon durante la Transici¨®n (diversas facciones de ETA,el GRAPO, la extrema derecha). Y que en los a?os posteriores a la muerte de Franco abundaron los intentos de provocar otra rebeli¨®n militar (?¡±Ej¨¦rcito al poder!¡±, ¡°Franco, resucita, Espa?a te necesita¡±) hasta que el fracaso de la intentona golpista m¨¢s importante, la del 23-F, redujo a los ultras a la impotencia.
Necedades que no van a ninguna parte
Es absurdo sostener que el r¨¦gimen constitucional ha frenado la democracia. Al contrario, ha sido un gran cauce para los embates pol¨ªticos y se han respetado siempre los procedimientos que la Constituci¨®n marca para la obtenci¨®n del poder.
A la gran obra reformista de Adolfo Su¨¢rez ya no le regatean m¨¦ritos ni sus m¨¢s tradicionales enemigos. Tampoco a alguna de las modernizaciones llevadas a cabo en tiempos de Felipe Gonz¨¢lez, desde la desactivaci¨®n del problema militar a la universalizaci¨®n de la sanidad o la aceptaci¨®n de Espa?a como miembro de la Comunidad Europea. Es verdad que los desgastes pol¨ªticos provocados por la administraci¨®n del poder constitucional s¨ª que necesitan correcciones urgentes, y que la corrupci¨®n se ha convertido en una gran fuente de descr¨¦dito. Pero la indispensable y urgente reforma de ese estado de cosas no exige cuestionar los fundamentos de la Constituci¨®n, que es el pacto m¨¢s importante llevado a cabo en la Espa?a contempor¨¢nea.
Con tantas bazas positivas en el haber de los espa?oles, resulta desolador comprobar que la sociedad todav¨ªa sigue bastante dividida sobre la interpretaci¨®n de su pasado reciente. Y que no hay suficiente perspectiva entre aquellos que atacan frontalmente al sistema, quiz¨¢ sin conciencia de que pervive la nostalgia de las soluciones mesi¨¢nicas.
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