El catalanismo despu¨¦s del 1-O
En Catalu?a se ha tendido a una dimensi¨®n identitaria ¨²nica que desprecia los cambios del resto de Espa?a durante la segunda mitad del siglo XX. El catalanismo debe sincerarse con la pluralidad catalana y aceptar el lugar de Espa?a en Catalu?a
Hubo un tiempo, durante la Transici¨®n y los primeros a?os de la democracia, que el catalanismo pol¨ªtico aglutin¨® a una mayor¨ªa de ciudadanos de Catalu?a a favor de las libertades y el autogobierno. Ese mismo catalanismo hizo una aportaci¨®n sustancial en el periodo constituyente a la cultura pol¨ªtica espa?ola con la idea de la autonom¨ªa, propuesta que jam¨¢s se pens¨® como exclusiva para las llamadas nacionalidades hist¨®ricas sino extensible a todos los pueblos de Espa?a. Es absolutamente falso, como luego se ha ido difundiendo desde algunas tribunas period¨ªsticas barcelonesas, que las fuerzas catalanistas (PSC, PSUC y CDC) pretendieran diferenciar competencialmente las nacionalidades de las regiones, y que, por tanto, el desarrollo auton¨®mico haya traicionado su esp¨ªritu inicial.
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Miquel Roca no dej¨® lugar a dudas cuando en la Comisi¨®n de Asuntos Constitucionales, el 12 de mayo de 1978, quiso aclarar: ¡°No hay distinci¨®n en cuanto al contenido sustantivo de lo que va a ser la autonom¨ªa; est¨¢ a la merced, a la libre decisi¨®n de los habitantes en cada una de esas comunidades aut¨®nomas el decidir el nivel que quieren dar a sus propias competencias dentro del respeto constitucional, y unas ser¨¢n nacionalidades, porque as¨ª se sienten, y otras ser¨¢n regiones, porque as¨ª querr¨¢n serlo¡±. Lo mismo afirmaba el otro catal¨¢n padre del texto constitucional, Jordi Sol¨¦ Tura.
Sin embargo, ese catalanismo que ten¨ªa una carga federal indudable, y que no tuvo inconveniente en propugnar que el modelo auton¨®mico se generalizase, se fue volviendo nacionalista bajo la larga hegemon¨ªa del pujolismo al frente de la Generalitat. Poco a poco se empez¨® a extender la idea de fracaso y enga?o en relaci¨®n con los fundamentos de la Transici¨®n. Se instal¨® el resentimiento y la soberbia frente al resto de Espa?a. Con el tiempo ese catalanismo fagocitado por el nacionalismo (historicista e identitarista) no solo aliment¨® el discurso del agravio y la insatisfacci¨®n permanente sino que se volvi¨® ambiguo en relaci¨®n con el proyecto espa?ol, denomin¨¢ndose primero soberanista y, a partir de 2012, directamente independentista. La l¨®gica regresiva del nacionalismo lobotomiz¨® el catalanismo hist¨®rico, destruy¨¦ndolo.
Es preocupante que se acabe distorsionando la propuesta n¨ªtidamente federal
Curiosamente, empieza a hablarse ahora otra vez de catalanismo, se especula que tras el fracaso de la aventura separatista, a partir del 1-O, el ¨²nico contenedor apto para recoger los muebles rotos de tanto esfuerzo in¨²til tendr¨¢ que llevar la etiqueta de catalanista. Y hay partidos que van a dirigir su oferta electoral cuando lleguen las auton¨®micas a un p¨²blico identificado con esa cultura pol¨ªtica y sentimental. Un ejemplo primerizo de ello es la Declaraci¨®n de Barcelona, presentada a mediados de julio por las ejecutivas del PSOE y PSC, y que se titula Por el catalanismo y la Espa?a federal. Imagino que el orden de los enunciados no es casual, pero lo que sorprende es que no explique m¨ªnimamente qu¨¦ significa hoy el catalanismo a diferencia del federalismo cooperativo y pluralista desarrollado en otra declaraci¨®n de bastante m¨¢s enjundia aprobada en Granada en 2013. Porque hablar ahora en primer lugar y sin m¨¢s de catalanismo no solo carece de sentido, sino que huele a repetici¨®n de un viejo error: ni toda Catalu?a es catalanista ni el catalanismo ha pensado jam¨¢s de forma sincera la realidad catalana.
Lo dir¨¦ claro: catalanismo y Catalu?a nunca han sido sujetos intercambiables. No lo fueron antes cuando el catalanismo funcionaba como com¨²n denominador de un amplio abanico de fuerzas de derecha a izquierda, y su control suscit¨® durante d¨¦cadas una enconada competici¨®n entre los partidos catalanes mayoritarios (CiU y PSC), como sucedi¨® de forma aguda con el proceso de reforma del Estatuto bajo la presidencia de Pasqual Maragall. Ni a¨²n menos ahora pueden ser sujetos intercambiables cuando el desaf¨ªo separatista ha llevado a fracturar en dos mitades la sociedad catalana y su estrategia con vistas al 1-O pasa por estrellar a las instituciones del autogobierno contra el Estado democr¨¢tico y de derecho.
Con el pujolismo se extendi¨® la idea de que el fundamento de la Transici¨®n era un enga?o
Con todo, no veo inadecuado que se invoque el nombre del catalanismo, aunque me preocupa que con ello se distorsione una propuesta n¨ªtidamente federal. Admito que puede ser ¨²til por razones emocionales e instrumentales, pero pido entonces que se incorporen nuevas reflexiones que vayan m¨¢s all¨¢ de la sempiterna cuesti¨®n del lugar de Catalu?a en Espa?a y de reivindicar un mayor reconocimiento de la catalanidad. Es decir, que en esta nueva etapa el catalanismo no solo sirva para seguir hablando hacia fuera, siempre con la tentaci¨®n f¨¢cil de la queja, sino tambi¨¦n para radiografiar sin trampas la realidad compleja de la sociedad catalana. Llegado el momento, ese nuevo catalanismo deber¨ªa empezar por preguntarse qu¨¦ espacio tiene la espa?olidad en Catalu?a, porque el discurso de la pluralidad hisp¨¢nica solo tiene sentido si es en todas direcciones. Si Espa?a puede ser le¨ªda como una naci¨®n de naciones, como f¨¢cilmente puede interpretarse del art¨ªculo 2 de la Constituci¨®n, ?cu¨¢ntas naciones culturales no hay entonces en Catalu?a? ?Ser¨¢ capaz ese nuevo catalanismo de asumir que el castellano es tan lengua propia de los catalanes como el catal¨¢n? ?Y cuestionar el absurdo de haber construido el modelo escolar sobre el monoling¨¹ismo y la exclusi¨®n del castellano como veh¨ªculo de aprendizaje? Porque el pluriling¨¹ismo que se reclama para el conjunto de Espa?a tiene su reverso en el biling¨¹ismo estructural de la sociedad catalana. ?Ser¨¢ capaz ese nuevo catalanismo de defender ambas cosas o seguir¨¢ prisionero de la ortodoxia del nacionalismo ling¨¹¨ªstico?
Sobre las cenizas del envite separatista, el catalanismo que algunos ya invocan deber¨ªa empezar por incorporar sin complejos la dimensi¨®n espa?ola de la sociedad catalana, que se corresponde con la sociolog¨ªa de su pluralismo interno. Una espa?olidad que no solo es el resultado de las sucesivas oleadas migratorias, sino consecuencia de un proceso de largo alcance: la experiencia de la modernidad. Quiere decir que Espa?a dej¨® de ser a partir del siglo XVIII un simple agregado de reinos que viv¨ªan bajo una misma monarqu¨ªa, para ser progresivamente algo m¨¢s: una identidad sociocultural superpuesta que acab¨® conformando, sobre todo en el siglo XX, unos rasgos comunes. Lo prueba el hecho de que las formas de vida, las creencias, los valores y la composici¨®n de los grupos sociales sean hoy muy parecidos en toda Espa?a. Pero el discurso del catalanismo no ha tenido nunca una correspondencia sincera con la realidad. Tendi¨® a simplificar el sujeto, dando a la sociedad catalana una dimensi¨®n identitaria ¨²nica, y despreci¨® los cambios estructurales realizados en el resto de Espa?a en la segunda mitad del siglo XX. Si el nuevo catalanismo que ahora se anuncia quiere resolver definitivamente el lugar de Catalu?a y la catalanidad en Espa?a, tendr¨¢ que sincerarse tambi¨¦n con la pluralidad catalana y aceptar el lugar de Espa?a en Catalu?a.
Joaquim Coll es historiador.
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