La ilusi¨®n soberanista
Despu¨¦s de 40 a?os de hegemon¨ªa nacionalista y con la lengua como elemento identitario, en Catalu?a se ha impuesto una visi¨®n que prescinde de los hechos, pero no por ello es menos eficaz para sumar adhesiones
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En la primera mitad del siglo pasado, el fil¨®sofo Bertrand Russell defendi¨® con particular empe?o la tesis de que una proposici¨®n es verdadera s¨®lo si se corresponde con los hechos. Lo hizo contra los pragmatistas y los neopositivistas, que sosten¨ªan que las afirmaciones no se validan por los hechos sino por su coherencia con el marco interpretativo. A Russell le escandalizaba esta posici¨®n porque, seg¨²n ella, una proposici¨®n falsa podr¨ªa declararse verdadera si se constru¨ªa un marco fant¨¢stico o ilusorio para interpretarla que fuera mayoritariamente aceptado. La historia cultural posterior ha dado la raz¨®n a los adversarios de Russell, y a ¨¦l le ha convertido en un cascarrabias retr¨®grado, hasta el punto de que hoy d¨ªa los gabinetes de prensa elaboran ¡°hechos alternativos¡± para convertir en verdadera cualquier proposici¨®n, por muy fantasmag¨®rica que sea. No siempre consiguen crear ¡°una verdad alternativa¡±, pero logran sembrar la duda p¨²blica acerca de cu¨¢l es la realidad y cu¨¢l la ficci¨®n.
Me he acordado de todo esto al leer en alg¨²n sitio el reproche de que los independentistas catalanes ¡°viven en una realidad paralela¡±. Una acusaci¨®n no basada en hechos, sino en estad¨ªsticas: esa ¡°alucinaci¨®n colectiva¡± afectar¨ªa a menos de la mitad de los votantes de Catalu?a (es decir, que el marco interpretativo independentista no es falso, sino minoritario). Pero los secesionistas recuerdan a diario a quien quiere escucharles que en torno a un 80% de los catalanes apoyan un refer¨¦ndum de autodeterminaci¨®n. Se objeta entonces que muchos de ellos votar¨ªan No en ese refer¨¦ndum. Pero quien as¨ª razona ya ha ca¨ªdo en las garras de la ficci¨®n, porque un pueblo solo puede decidir integrarse o no en un Estado si ya es soberano y, por tanto, independiente. Es decir, que la independencia no es un resultado (posible) de ese refer¨¦ndum, sino una condici¨®n (necesaria) de su mera convocatoria. De manera que, si sumamos al independentismo expl¨ªcito de los convocantes del 1-O el soberanismo impl¨ªcito de los partidarios del refer¨¦ndum, resulta que el marco interpretativo mayoritario en Catalu?a es el de quienes creen que tienen un ¡°derecho a decidir¡± la forma del Estado espa?ol del que carecen el resto de sus compatriotas. Yo dir¨ªa que esto es una ilusi¨®n, pero para hacerlo tendr¨ªa que recurrir a los hechos ¡ªa los hechos jur¨ªdicos, en este caso¡ª, no a la estad¨ªstica, y ello me convertir¨ªa en un reaccionario tan obcecado como el viejo Lord Russell, y se me podr¨ªa acusar de atentar contra las ilusiones colectivas.
El nacionalismo es la creencia en que los portadores de cierta identidad son superiores
Adem¨¢s, ?c¨®mo una ficci¨®n tan contraria a los hechos podr¨ªa haberse convertido en mayoritaria? No de un d¨ªa para otro, desde luego, sino durante 40 a?os de hegemon¨ªa nacionalista en Catalu?a. Porque el nacionalismo es la creencia en que los portadores de cierta identidad son superiores a los que no la portan (y, por lo tanto, tienen m¨¢s derechos que ellos). Yo dir¨ªa de nuevo que eso es una ilusi¨®n pero los nacionalistas intentan evitar esa conclusi¨®n se?alando un ¡°hecho¡±: el hecho diferencial que les hace distintos, es decir, superiores. A diferencia del nacionalismo vasco, el catal¨¢n no busca este hecho en la gen¨¦tica sino en la cultura, en ese hecho de cultura que es la lengua. Durante los citados a?os de catalanismo triunfante, la pol¨ªtica de inmersi¨®n ling¨¹¨ªstica ha actuado como dispositivo de naturalizaci¨®n del nacionalismo en Catalu?a, identificando el ¡°ser catal¨¢n¡± con ¡°hablar catal¨¢n¡± (como lengua preferente), y el ¡°hablar catal¨¢n¡± con ¡°ser nacionalista¡±. Y hasta tal punto se ha ¡°normalizado¡± esta identificaci¨®n que el nacionalismo se ha convertido en Catalu?a en una marca pol¨ªticamente transversal que permite sistem¨¢ticamente ganar elecciones a derecha e izquierda. ?Qui¨¦n se atrever¨ªa ahora a contradecir a esa mayor¨ªa tan arraigada y recordar que, como habr¨ªa dicho Nietzsche, no hay hechos diferenciales, sino interpretaciones diferenciales (o sea, supremacistas) de los hechos?
El soberanismo tiene una imagen de Espa?a como una continuaci¨®n disimulada del fascismo
El ¨¦xito mayoritario de la ilusi¨®n nacionalista se basa, en este caso, en que no solamente aglutina a los buenos catalanes (los nacidos en la familia correcta con la correcta lengua materna) sino que, aunque no sea del todo cierto, tambi¨¦n promete a quienes nacieron en familias equivocadas que podr¨¢n llegar a serlo si se catalanizan, es decir, si se nacionalizan y se normalizan, si se hacen nacionalistas. Y ello con el beneficio a?adido de que esa conversi¨®n les dar¨¢ una p¨¢tina de progresismo, pues como todo el mundo sabe el catalanismo es consustancialmente antifranquista y, por tanto, intachablemente democr¨¢tico y hasta un poco revolucionario (por lo cual su alianza con la CUP, en contra de lo que suele decirse, no tiene nada de incongruente, pues es sabido que el capitalismo es asaz disolvente de las esencias nacionales). ?Por qu¨¦ es preciso actualmente ser antifranquista? En el terreno de los hechos, claro est¨¢, no tiene sentido alguno. Pero este es el punto en donde la ilusi¨®n mayoritaria se consolida como lo hacen todas las ficciones identitarias, fabric¨¢ndose un enemigo (del cual aparecer¨¢ como v¨ªctima) a la altura de su supremac¨ªa. Y as¨ª es como ese 20% que en Catalu?a se resiste al nacionalismo aferr¨¢ndose a los hechos ¡ªque en este caso son los derechos constitucionales¡ª ha sido convertido en la liga de los malos catalanes irreductibles (que no apoyan el refer¨¦ndum y son reacios a que sus hijos estudien solo en catal¨¢n), espanyols analfabetos y alcoholizados que conducen enloquecidamente sus taxis por Las Ramblas escuchando a Jim¨¦nez Losantos, cantando a voz en cuello Suspiros de Espa?a y con el yugo y las flechas colgando del espejo retrovisor. Que es, por cierto, la imagen que el soberanismo ha construido de Espa?a: el ¡°r¨¦gimen del 78¡± como continuaci¨®n disimulada del fascismo. No se dir¨¢, pues, que ¡°la profunda divisi¨®n¡± que afecta a la sociedad catalana es un hecho sobrevenido en los ¨²ltimos a?os: hunde sus ra¨ªces en las pol¨ªticas educativo-culturales continuadas durante d¨¦cadas con el aplauso o la indiferencia de los partidos de alcance estatal que ahora se rasgan las vestiduras ante sus secuelas.
Este es, pues, el marco interpretativo dominante (absolutamente fant¨¢stico, pero no por eso ineficaz) en el cual la ficci¨®n soberanista se torna estrictamente coherente, como igualmente resulta coherente el corrimiento del espectro ideol¨®gico estatal en el que se ha insertado con sonados triunfos la nueva izquierda revolucionaria nacida del 15M, y debido al cual quienes a principios de siglo eran de izquierdas (pero no nacionalistas ni anticapitalistas), sin necesidad de haber cambiado de ideas y de acuerdo con las nuevas coordenadas interpretativas, han acabado situados en el hondo pozo del facher¨ªo, muy a la derecha de Marine Le Pen o de Trump, que al menos luchan contra el establishment (es decir, al menos son nacionalistas y, por lo tanto, progresistas). Que es ¡ªse lo advierto¡ª donde terminar¨¢n ustedes si se les ocurre, como al incombustible Bertrand Russell, invocar la correspondencia con los hechos como fundamento de la verdad en lugar de aceptar la m¨¢s hodierna teor¨ªa de la verdad como coherencia con el delirio dominante.
Jos¨¦ Luis Pardo es fil¨®sofo.
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