Democracia y naci¨®n
Los sentimientos no pueden discutirse, pero s¨ª respetarse, y lo que est¨¢ sucediendo es una cuesti¨®n de sentimientos. El d¨ªa 2 habr¨¢ que sentarse con respeto para negociar de lo que s¨ª se puede: poderes, competencias y recursos
?Esta no es una cuesti¨®n de nacionalismo, sino de democracia¡±, me dec¨ªa el amigo que presentaba un manifiesto instando a Rajoy a defender la ¡°unidad nacional¡± con mano dura. Lo mismo, exactamente lo mismo, me podr¨ªa haber dicho mi amigo catal¨¢n inclinado ¨²ltimamente hacia el independentismo.
Porque el concepto de democracia solo es sencillo en apariencia, cuando decimos que nosotros, los ciudadanos, los gobernados, el pueblo, somos quienes decidimos el futuro de nuestra comunidad. En la pr¨¢ctica, se reduce a la elecci¨®n peri¨®dica de nuestros gobernantes. Pero hay otras decisiones, mucho m¨¢s importantes, en las que no intervenimos ni hemos intervenido nunca: la principal, la definici¨®n del demos, de ese pueblo, naci¨®n o comunidad en el que nos integramos. Esa definici¨®n no es algo evidente y racional, sino, muy al contrario, algo emocional, que se da por supuesto. Algo que, lejos de ser el resultado de un debate, meditaci¨®n y decisi¨®n democr¨¢ticos, nos ha venido dado, como producto de la historia, de la formaci¨®n de las unidades pol¨ªticas, en la que las claves fueron el azar y la violencia guerrera.
Pocas veces se habr¨¢ revelado con tanta nitidez esta trampa como en la actual situaci¨®n catalana. ¡°Democracia¡± es precisamente la palabra que a un independentista no se le cae de la boca. Seg¨²n ¨¦l, lo que pide es obvio, elemental, en democracia: que el pueblo catal¨¢n decida su propio futuro. ?Por qu¨¦ se opone ¡°Madrid¡±, no ya a que sean independientes, sino incluso a que se les pregunte si quieren serlo? Porque el sistema pol¨ªtico espa?ol no es democr¨¢tico, sigue siendo franquista. ¡°Cualquier pa¨ªs civilizado¡± ¡ªnos refriega, para m¨¢s INRI¡ª reconoce este derecho (la verdad es que ninguno lo reconoce). Y, frente a eso, se siente autorizado para rebelarse, infringir esa ley espa?ola, impuesta por la fuerza, invocando la voluntad del pueblo catal¨¢n, fuente de la soberan¨ªa leg¨ªtima.
Alguien que parta de la presunci¨®n contraria, es decir, que el demos es la naci¨®n espa?ola, usar¨¢ el mismo razonamiento para llegar a la conclusi¨®n opuesta: quien decide el futuro de Espa?a es el pueblo espa?ol. Algo que, por cierto, ya hizo en 1978. Quien no reconozca el sistema legal establecido entonces, quien act¨²e al margen de la Constituci¨®n, es, por tanto, un antidem¨®crata. ?C¨®mo podr¨ªa ser democr¨¢tica una decisi¨®n catalana de separarse de Espa?a sin tener en cuenta la voluntad del resto de los espa?oles? ?Ser¨ªa acaso respetuoso conmigo cortarme un brazo sin consultarme?
En la pr¨¢ctica, el concepto de democracia se reduce a la elecci¨®n peri¨®dica de nuestros gobernantes
Por supuesto, el independentista catal¨¢n replicar¨ªa: ?y de d¨®nde te sacas que yo sea un brazo tuyo? Me est¨¢s menospreciando y ofendiendo, como siempre. T¨² lo que eres es un nacionalista espa?ol, que demuestras el poco respeto que me tienes al reducirme a la categor¨ªa de miembro o parte de un conjunto cuya existencia t¨² te has inventado. Lo dicho: no eres dem¨®crata, no aceptas que las decisiones las tomen los ciudadanos. Preg¨²ntanos, por lo menos.
A este se le podr¨ªa quiz¨¢s hacer comprender que su posici¨®n tambi¨¦n tiene un parti pris previo si se le preguntara por un hipot¨¦tico refer¨¦ndum en Catalu?a con resultado global favorable a la independencia, pero en el que un territorio (Tarragona, digamos) hubiera votado por permanecer en Espa?a: ?t¨² aceptar¨ªas que ese territorio siguiera siendo espa?ol, aunque el resto de Catalu?a se convirtiera en independiente? Porque lo democr¨¢tico, seg¨²n t¨² planteas ese principio, es que el futuro de Tarragona sea decidido por los tarraconenses.
A lo cual nuestro independentista contestar¨ªa: ah, eso no. Tarragona forma parte de la naci¨®n catalana y si Catalu?a, como conjunto, decide algo, sus partes deben someterse. En democracia, las minor¨ªas se someten a la decisi¨®n de las mayor¨ªas. ?C¨®mo podr¨ªa cort¨¢rsele un brazo a Catalu?a contra su voluntad? Solo el conjunto de los catalanes puede decidir eso.
Calcar¨ªa, pues, la respuesta espa?olista sobre Catalu?a. Y podr¨ªa ofender a los tarraconenses, a quienes niega la posibilidad de declararse naci¨®n y deja, por decreto, reducidos a miembros de un conjunto al que no se molesta en preguntarle si quiere pertenecer.
En realidad, en cuanto a la definici¨®n del demos b¨¢sico que debe tomar las decisiones, ninguno de los dos es un dem¨®crata. Son nacionalistas primero ¡ªal dar por supuesto que su demos existe¡ª y dem¨®cratas despu¨¦s. La existencia de su naci¨®n es un prius, un dato prejur¨ªdico, anterior al inicio del proceso racional de toma de decisiones colectivas que legitiman el sistema legal.
Nadie puede establecer un mapa n¨ªtido e indiscutible de los pueblos o naciones existentes en el mundo
Sin embargo, ese dato previo es enormemente peligroso y destructivo. La fragmentaci¨®n a la que puede llevar la aplicaci¨®n estricta del principio de que cada colectividad decide su futuro es infinita. Pues si Tarragona puede tambi¨¦n declararse naci¨®n, decidir escindirse de Catalu?a y permanecer en Espa?a, el municipio tarraconense X o Z, dominado por los independentistas, puede optar por seguir a Catalu?a y no a su provincia. ?Qui¨¦n podr¨ªa obligarles, en t¨¦rminos estrictamente democr¨¢ticos? ?Qui¨¦n puede negarles el ¡°derecho a decidir¡±, el derecho a declararse naci¨®n?
Nadie puede establecer un mapa n¨ªtido e indiscutible de los pueblos o naciones existentes en el mundo. Las identidades se mezclan en todas partes. Con lo que el principio de las nacionalidades da lugar a conflictos sin fin. Como comprendieron amargamente quienes trazaron las fronteras europeas al final de la Gran Guerra, aplicar el dogma de la autodeterminaci¨®n de los pueblos era imposible sin dejar por doquier territorios irredentos y minor¨ªas discriminadas. Pese a ello, lo hicieron. Y pavimentaron el camino para la Segunda Guerra Mundial.
La combinaci¨®n entre naci¨®n y democracia es, en realidad, explosiva. La democracia es un principio que puede defenderse racionalmente. La naci¨®n, no. Es algo afectivo, arraigado en los estratos emocionales m¨¢s profundos; como el atractivo de aquellos a los que amamos o las gracias de nuestros hijos o nietos, imposibles de discutir ni argumentar. Pese a esta incompatibilidad, toda democracia necesita apoyarse en una identidad colectiva, una naci¨®n, un demos. Esa colectividad b¨¢sica para la democracia ni fue decidida racionalmente en su origen ni es posible hacerlo ahora. Y como su definici¨®n se apoya en afectos y emociones, y no en datos ni argumentos objetivos, los conflictos sobre lo que sea o no democr¨¢tico son de imposible soluci¨®n.
Esta es, pues, una cuesti¨®n de sentimientos. Y los sentimientos solo pueden ser respetados, no discutidos. Es razonable invocar el cumplimiento de la ley y denunciar las incoherencias o imposiciones del otro. Pero no hay que limitarse a eso; y las leyes deben adaptarse a la realidad social. El 2 de octubre deber¨ªamos sentarnos unos frente a otros, respet¨¢ndonos e intentando entender nuestras respectivas emociones; y negociando sobre lo ¨²nico negociable: poderes, competencias, recursos. Esperemos que, para entonces, no haya habido que lamentar desgracias irreparables.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es historiador.
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