Oto?o
Har¨ªamos bien en sentarnos de nuevo a apreciar el paso de las estaciones, a esperar la lluvia y el amanecer con el respeto que le guardaban los antiguos
Por muchas ambiciones con que el ser humano se pinte a s¨ª mismo, no pasa de ser un mero superviviente. Ahora que sabemos que insectos que fueron nuestra m¨¢s alegre compa?¨ªa en la infancia, las mariposas, los saltamontes, los grillos, son ya tambi¨¦n especies amenazadas de extinci¨®n, har¨ªamos bien en poner nuestras barbas a remojar. Basta escuchar con atenci¨®n a los l¨ªderes mundiales para comprender que si persistimos como raza dominante no es debido a la inteligencia superior, sino a unas cualidades de resistencia al medio m¨¢s s¨®lidas que las de aquellos seres que coleccion¨¢bamos con alfileres, reclu¨ªamos en botes transparentes o caz¨¢bamos por el campo sin saber a¨²n que ¨¦ramos depredadores. Instalados en un v¨¦rtigo tecnol¨®gico que apunta a la inmortalidad como el pr¨®ximo reto cuando todav¨ªa la instalaci¨®n de fibra telef¨®nica es una chapuza de cables, taladros y postes torcidos en las esquinas de las calles, parecemos imbuidos de una seguridad en nosotros mismos que solo se apabulla cuando llega puntual la enfermedad terminal y la pompa f¨²nebre, a la que por m¨¢s rimbombancia que le damos no nos acaba de gustar del todo protagonizar.
Cada vez m¨¢s sumisos al asfalto y al tel¨¦fono m¨®vil, no parece angustiarnos la constante cadencia de fen¨®menos naturales de una capacidad de destrucci¨®n asombrosa. El dolor de los terremotos y huracanes, tan tremendos en el final de verano caribe?o, ya ha sido analizado por las mejores mentes financieras como una posibilidad cierta de negocio y en las p¨¢ginas de econom¨ªa se especula con que un buen cataclismo trae dinero para reconstrucci¨®n y crecimiento del PIB. Incluso utilizamos amenazas como el tsunami, el hurac¨¢n o el vendaval para adjetivar capacidades humanas, presos del entusiasmo, olvid¨¢ndonos de que cuando uno de esos fen¨®menos nos visita el hombre se hace hormiga pisoteada sin esfuerzo. Qu¨¦ miserable delirio de superioridad nos invade cuando nos olvidamos de en medio de d¨®nde estamos.
Har¨ªamos bien en sentarnos de nuevo a apreciar el paso de las estaciones, a esperar la lluvia y el amanecer con el respeto que le guardaban los antiguos. Mientras no somos m¨¢s que supervivientes. Y ahora que cambiamos de estaci¨®n ya ni siquiera recurrimos a la poes¨ªa, que se est¨¢ quedando atr¨¢s frente al furor de los laboratorios. Pero conviene recordar a Rilke cuando advert¨ªa que al comenzar el oto?o quien ya no tiene casa ya no la construir¨¢, quien ahora est¨¢ solo, lo estar¨¢ mucho tiempo, y que, pese a esos delirios tan nuestros, a lo m¨¢ximo que llegaremos es a deambular de un lado a otro mientras las hojas caen.
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