La izquierda frente a la secesi¨®n
Las identidades son consustanciales a la vida pol¨ªtica y social pero hay que aprender a atar en corto los sentimientos que despiertan las identidades y construir diques de racionalidad para canalizarlas en un sentido emancipatorio de justicia y solidaridad
El proceso secesionista catal¨¢n est¨¢ liderado por tres grupos sociales: por los empleados de origen catalanoparlante vinculados a la Administraci¨®n auton¨®mica; por los (peque?os) empresarios venidos a menos con la crisis o que no han podido resistir la competencia europea, como es el caso de la familia del propio Artur Mas; y por las clases medias tradicionalistas vinculadas a los territorios de antigua adscripci¨®n carlista, y que han sido fuertemente beneficiados por la pol¨ªtica de subvenciones de los gobiernos de Pujol. Es gente de orden poco dada a aventuras pol¨ªticas, pero su ideario pol¨ªtico forma parte de uno m¨¢s general que se fue configurando en amplias zonas de Europa con la radicalizaci¨®n de las pol¨ªticas neoliberales. Est¨¢ fuertemente implantado en la derecha alemana pero tambi¨¦n en la de los tigres exportadores austr¨ªacos, finlandeses, en la de las regiones del norte de B¨¦lgica e Italia, y naturalmente tambi¨¦n en la de los Pa¨ªses Bajos.
En dicho ideario, el territorio, entendido como unidad muy cohesionada cultural, identitaria e institucionalmente, tiene que competir duro frente a otros territorios para alcanzar saldos comerciales positivos y atraer inversiones. Este discurso del chauvinismo del bienestar, que s¨®lo en su versi¨®n m¨¢s conservadora tiene un componente ¨¦tnico, puede degenerar en ultraderecha pero no es necesario que lo haga. Las pa¨ªses del sur de Europa, pero tambi¨¦n sus propias regiones deprimidas ¡ªel este de Alemania, el Mezzogiorno italiano, la regi¨®n belga de Valonia¡ª son percibidos como lastres fiscales por los que prefieren no tener que sentir solidaridad alguna con el fin de preservar el propio bienestar. El ala conservadora y liberal del independentismo catal¨¢n mira a trav¨¦s de un filtro como este: el ¡°Estado espa?ol¡±, un artificio culturalmente ajeno, es un lastre del que hay que desprenderse para poder convertirse en la Finlandia del Mediterr¨¢neo. De ah¨ª a pedir la secesi¨®n s¨®lo hay un peque?o paso.
Se niegan a abrir los ojos al efecto multiplicador que tendr¨ªa la din¨¢mica independentista en toda Espa?a
Para los sectores conservadores esta forma de pensar no representa un escollo ideol¨®gico insalvable pero las izquierdas incurren en contradicciones importantes para salvar su discurso independentista. Estas ¨²ltimas tienen dos ramas principales y una tercera que no acaba de engrosar, lo cual provoca fuertes quebraderos de cabeza entre los sectores que lideran el proc¨¦s. La primera son las clases medias instruidas y progresistas, la vieja gauche divine que es la que se invent¨® lo del ¡°Estado espa?ol¡±, que en los a?os ochenta cambi¨® el discurso social por la causa identitaria, y que represent¨® la rama soberanista del PSC ¡ªen menor medida tambi¨¦n la la del PSUC¡ª hasta que ambos partidos saltaran por los aires. La segunda son los hijos radicalizados de las clases medias conservadoras de origen carlista que forman el sector mayoritario y m¨¢s identitario de las CUP, y que tienen en mente un igualitarismo semirrural, similar al de la antigua Herri Batasuna en Euskadi. A estos dos grupos se suma una parte ¡ªm¨¢s bien peque?a¡ª de las clases obreras y populares sin origen catalanoparlante dispuestas a sacrificar su identidad heterodoxa a cambio se subirse al carro de un territorio pujante que promete ser la Finlandia del Mediterr¨¢neo, y que incluir¨ªa un Estado de bienestar altamente desarrollado. Estos ¨²ltimos son minoritarios dentro del bloque independentista pero sus ideas no son despreciables pues est¨¢n muy implantadas entre una parte de la emigraci¨®n de las regiones ricas de Europa, emigraci¨®n que se une a los aut¨®ctonos en su lucha territorial contra los pobres del sur con la esperanza de beneficiarse de un sistema de bienestar desarrollado.
Sin estas dos ramas y media de la izquierda el secesionismo no sobrepasar¨ªa nunca el 25% de la poblaci¨®n catalana. El grueso de las clases obreras y populares catalanas no participan del proyecto, bien porque se niegan a tener que elegir entre dos identidades sea cual sea la ret¨®rica democr¨¢tica que las envuelva, bien porque sospechan, con raz¨®n, que los se?oritos de Barcelona se volver¨¢n a olvidar de ellos una vez reciban sus votos para hacerse con el poder.
Mientras el secesionismo liberal-conservador tiene un discurso ideol¨®gicamente coherente desde el punto de vista de sus propios valores, el discurso de la izquierda secesionista contradice los suyos. Adem¨¢s, esta ¨²ltima adopta una actitud escapista en el momento de abordar las m¨¢s que previsibles consecuencias de su arriesgada apuesta. Para empezar, el discurso del ¡°derecho a decidir¡± fuerza a elegir entre dos identidades, violentando la realidad cultural de una parte sustancial de la poblaci¨®n catalana y espa?ola en general. Por trasfondo familiar, por experiencia laboral y personal, pero tambi¨¦n porque las identidades tienden a ser cada vez m¨¢s mixtas en todo el mundo, el tener que ¡°decidir¡± entre dos de ellas no es percibido como derecho sino como un artificio impuesto por los que quieren liquidar las identidades mixtas.
Lo p¨²blico sufrir¨¢ un retroceso con el fin de atraer inversiones y reconstruir un tejido econ¨®mico roto
Las justificadas cr¨ªticas de la izquierda contra las pol¨ªticas antisolidarias que practican los tigres exportadores europeos para con los territorios del sur son, en segundo lugar, tambi¨¦n irreconciliables con la negativa de los secesionistas de izquierdas ¡ªaunque tambi¨¦n de los confederalistas de En Com¨² Podem¡ª a participar en la construcci¨®n de un pa¨ªs de pa¨ªses territorialmente solidario y culturalmente heterodoxo similar a la que, desde una posici¨®n de izquierdas, intentan defender para el conjunto de Europa. Es irremediablemente contradictorio criticar a Merkel y a Sch?uble, implicarse en la cooperaci¨®n con el Tercer Mundo y pedir una redistribuci¨®n que vaya del norte al sur, pero negarse, al mismo tiempo, a participar en la construcci¨®n de una caja com¨²n para que los ni?os extreme?os y canarios puedan tener sus escuelas.
La zona m¨¢s opaca de las izquierdas secesionistas es su negativa a abordar con frialdad las consecuencias de un proceso de secesi¨®n, especialmente si este no ha sido pactado. Se niegan a visualizar las consecuencias pol¨ªticas e ideol¨®gicas de un enfrentamiento prolongado con Espa?a y de una din¨¢mica radical de afirmaci¨®n nacional para la din¨¢mica social dentro de la propia Catalu?a. Se niegan a abrir los ojos a las consecuencias sociales que tendr¨¢n para las clases catalanas menos favorecidas las pol¨ªticas destinadas a atraer inversiones y a evitar la descapitalizaci¨®n, pol¨ªticas que obligar¨ªan a bajar salarios y a reducir gasto p¨²blico para favorecer a los inversores internacionales. Se niegan a enfrentarse pol¨ªticamente al ambiente que va a generar la tergiversaci¨®n continuada de la historia a la que se ver¨¢n sometidas varias generaciones en el contexto de una din¨¢mica persistente de reafirmaci¨®n nacional: el ejemplo polaco y el de otros pa¨ªses del este de Europa es extremo pero extrapolable. Narcotizados por el cebo del ¡°derecho a decidir¡± prefieren no abordar el coste de los cicl¨®peos intentos que va a exigir el reconocimiento internacional y que obligar¨¢ a establecer alianzas antinaturales para conseguirlo, alianzas que desmontar¨ªan de lleno los apoyos a causas justas como la el derecho de los palestinos a un Estado propio en paz con sus vecinos. Se niegan, tanto ellos como no pocos izquierdistas del resto de Espa?a, a abrir los ojos al efecto multiplicador que tendr¨ªa la din¨¢mica independentista en toda Espa?a, incluidos el intento del nuevo Estado catal¨¢n de incorporar al Pa¨ªs Valenci¨¢ y Baleares a su territorio y zona de influencia, as¨ª como el reforzamiento de la agenda nacional en otras regiones como Euskadi, Navarra, o Baleares, pero tambi¨¦n en otras muchas regiones de Europa que se ver¨¢n estimuladas a radicalizar su discurso identitario siguiendo el ejemplo catal¨¢n.
Se niegan a ver, adem¨¢s, que el fen¨®meno estatal es distinto a principios del siglo XX que a principios del siglo XXI. Las izquierdas critican con raz¨®n las pol¨ªticas occidentales de las ¨²ltimas d¨¦cadas destinadas a romper Estados d¨ªscolos, muchos de ellos laicos, con el fin de ganar influencia en determinadas zonas estrat¨¦gicas del mundo e iniciar procesos de nation building inspirados en recetas neoliberales. Pero no quieren ver que su proyecto de fragmentaci¨®n del Estado espa?ol ¡ªaqu¨ª s¨ª procede llamarlo as¨ª¡ª generar¨ªa una din¨¢mica muy similar de debilitamiento de todos los espacios p¨²blicos tanto al norte como al sur del Ebro. Sea cual sea la ret¨®rica izquierdista de los que sue?an con una Rep¨²blica Catalana envuelta en valores progresistas, lo cierto es que lo p¨²blico sufrir¨¢ necesariamente un retroceso generalizado con el fin de atraer inversiones y reconstruir un tejido econ¨®mico roto, m¨¢ximo teniendo en cuenta que su ingreso en la Uni¨®n Europea va a ser mucho m¨¢s improbable de lo que muchos quieren hacerle ver a los despistados.
Convertir el Estado espa?ol en algo comparable a la Rusia de los zares o al Estado franquista es un error
El antiestatismo espa?ol se nutre de la tradici¨®n de los movimientos anarquistas del siglo XIX fuertemente implantados en Catalu?a, movimientos que fueron una respuesta a un Estado liberal y autoritario que no mostraba sensibilidad alguna por las necesidades de las clases subalternas. El antiestatismo de izquierdas, que enlaza con la idea de la autodeterminaci¨®n que ahora las derechas independentistas utilizan como cebo para ganar a las izquierdas para su causa, fue una respuesta l¨®gica a los Estados autoritarios del este de Europa para con algunas de sus minor¨ªas tras la I Guerra Mundial. Pero extrapolar aquella realidad, en la que los viejos Estados resultaban inservibles para la modernizaci¨®n y los anhelos de democracia y justicia social, a la situaci¨®n actual en la que los Estados son los ¨²nicos actores con capacidad de hacerle frente a las grandes corporaciones, a los mercados financieros o a los retos para la seguridad de las personas, etc¨¦tera, es un error fatal.
Es verdad: el pacto de la Transici¨®n con el posfranquismo permiti¨® el traslado de no pocas estructuras, h¨¢bitos, identidades y tradiciones del pasado dictatorial al nuevo Estado democr¨¢tico en Espa?a; es verdad que ah¨ª est¨¢ una de las causas del desbarajuste identitario en el que se ha convertido el pa¨ªs. Pero convertir el Estado espa?ol en algo comparable a la Rusia de los zares o al Estado franquista con el fin de legitimar su liquidaci¨®n a principio del siglo XXI, en un momento en el que las clases m¨¢s desfavorecidas s¨®lo disponen de las instituciones p¨²blicas para hacer valer sus intereses frente a los poderes econ¨®micos y financieros, no s¨®lo es hacer una lectura fantasiosa de la historia del siglo XX, sino cometer otro enorme error pol¨ªtico de consecuencias imprevisibles para todo lo que defiende la izquierda en Espa?a y en Europa en general.
Las izquierdas, incluidas las independentistas, deber¨ªan arrostrar estos escenarios con valent¨ªa, frialdad y objetividad. Las identidades pol¨ªticas son consustanciales a la vida pol¨ªtica y social pero la izquierda tiene que aprender a atar en corto los sentimientos que despiertan las identidades y construir diques de racionalidad para canalizarlas en un sentido emancipatorio de justicia y solidaridad. Si no se canalizan los sentimientos pueden generar desastres colectivos como los que conocemos del siglo XX europeo mucho antes de que se pueda reaccionar para impedirlo
Armando Fern¨¢ndez-Steinko es catedr¨¢tico habilitado de Sociolog¨ªa en la Universidad Complutense de Madrid.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.