Donde nos quieran
La unidad no es v¨¢lida a cualquier precio, pero hay que lograr que Espa?a sea otra vez una palabra a redimir
"Nos alojaremos all¨ª donde nos quieran¡±, declara con humildad que deja at¨®nito un representante sindical de la Guardia Civil, la noche misma en la que centenares de sus compa?eros son expulsados de sus modestos hoteles, no manu militari,sino comunic¨¢ndoles que la poblaci¨®n local no tolera su presencia. Al parecer, en alg¨²n caso la ubicaci¨®n en poblaciones del entorno de estos alojamientos no se deb¨ªa exclusivamente a razones log¨ªsticas, sino al elevado precio de los hoteles de Barcelona.
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Hace m¨¢s de treinta a?os, en la Universidad del Pa¨ªs Vasco, tuve que atender a los miembros de una patrulla de la Guardia Civil que acud¨ªan por un an¨®nimo y falso aviso de bomba. Ante mi extra?eza de que procedieran a realizar la inspecci¨®n desprovistos de chaleco protector y de material espec¨ªfico, me respondieron que la tarea era para ellos rutinaria, dado lo frecuente de tales alarmas y lo exiguo de los recursos. Tuve un profundo sentimiento de injusticia ante la situaci¨®n de aquellos hombres sobre los que se proyectaba en la vida cotidiana una agresividad de la que se hallaban exentos aquellos que, en sus propias comunidades de origen, insist¨ªan en la necesidad de firmeza frente a la amenaza separatista. Pues bien, por desgracia todo esto no es figura del pasado.
Tras los acontecimientos del 1 de octubre, los gestos de repudio contra las fuerzas de seguridad del Estado se suceden en Catalu?a. Sobre los hombros de estas personas literalmente subordinadas y a las que se encomienda a veces la contradictoria tarea de cocinar con guantes blancos, recae con toda injusticia la imagen de una Espa?a acosada por sus propios fantasmas, falsamente desafiante, temerosa de hecho y as¨ª, casi inevitablemente, despechada. V¨ªctimas aut¨¦nticamente sociales esos hombres enviados desde comunidades cuyos dirigentes pol¨ªticos esgrimen ante el problema catal¨¢n la causa de la ¡°igualdad de los espa?oles¡±, inmediatamente olvidada sin embargo cuando se trata de desigualdades sociales en su propio seno. V¨ªctimas de esos mismos ciudadanos que, jale¨¢ndolos a la salida de sus poblaciones con esl¨®ganes deportivos ya s¨®rdidos en s¨ª mismos, dan por supuesto que la bandera que agitan es enemiga de la que ondear¨¢ en el lugar al que se dirigen. V¨ªctimas sobre todo de los defensores de una Espa?a en la que el imperativo de la unidad elimina el peso de cualquier otra variable. V¨ªctimas en consecuencia de intereses que exigen la unidad, pero hipotecan decididamente la fraternidad y hasta la riqueza, pues si unidad es ant¨®nimo de fractura, tambi¨¦n lo es de pluralidad y abundancia. Quien tenga cari?o a Espa?a puede ciertamente vivir en una Espa?a eventualmente reducida en extensi¨®n, pero s¨®lo con tristeza podr¨¢ hacerlo en una Espa?a extensa y legalmente unida, pero cargada de afectos antag¨®nicos: una Espa?a en la que se hace necesario enviar a hombres all¨ª donde no es seguro que ¡°los quieran¡±. Y ante el argumento de que s¨®lo se los env¨ªa preventiva o cautelarmente, hay que recordar que las falsas guerras son perfectamente compatibles con el verdadero odio.
Sobre los polic¨ªas y guardias civiles recae la imagen de una Espa?a acosada por sus propios fantasmas, falsamente desafiante
Para salir de este pantano son completamente vacuas las apelaciones al di¨¢logo: ¡°El nazi y el dem¨®crata podr¨ªan ponerse de acuerdo si limitan el temario a sus posiciones respectivas en la lucha contra el alcoholismo¡±, escrib¨ªa Saint-Exup¨¦ry, refiri¨¦ndose precisamente a parodias de di¨¢logo que soslayaban lo esencial en juego. El di¨¢logo debe ser sobre aquello que duele y en consecuencia posibilita bien una separaci¨®n decente, bien un pacto digno de tal nombre: pacto por una Espa?a afirmativa que diera razones para querer vivir en ella, en cualquiera de los lugares y culturas que por inter¨¦s o afecto deseara ser parte de la misma.
No ignoro que ning¨²n responsable pol¨ªtico en el poder est¨¢ en condiciones de tener como m¨¢xima de acci¨®n la disposici¨®n de ¨¢nimo que mueve a escribir estas l¨ªneas, pues ser¨ªa considerado incompatible con la severidad del equilibrio econ¨®mico-pol¨ªtico y barrido del cargo. Hablo pues como espa?ol que, consciente de su incapacidad para pesar lo m¨¢s m¨ªnimo en la vida pol¨ªtica, manifiesta una convicci¨®n dif¨ªcil de recusar, a saber: que la unidad no es v¨¢lida a cualquier precio; no v¨¢lida desde luego al precio de soportar que por uno y otro lado la suficiencia deje paso al despecho y el resentimiento sea contrapunto del desprecio. S¨®lo saliendo de esta dial¨¦ctica se conseguir¨ªa que para una parte de sus habitantes (dentro y fuera de Catalu?a) Espa?a sea de nuevo una palabra a redimir, no una palabra a repudiar.
V¨ªctor G¨®mez Pin es catedr¨¢tico em¨¦rito de la Universitat Aut¨°noma de Barcelona.
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