Catalu?a: paz por territorios
Para salir del bucle nihilista en el que estamos hace falta restablecer toda la presencia del Estado que sea compatible con una autonom¨ªa y una Constituci¨®n reformadas. No hay que dar otro paso atr¨¢s y ceder a la presi¨®n independentista
Paz por territorios fue la f¨®rmula acu?ada por la Conferencia de Paz celebrada en Madrid en octubre de 1991 para encauzar el problema palestino mediante una transacci¨®n que parec¨ªa razonable: los palestinos renunciaban a la destrucci¨®n del Estado de Israel y este ced¨ªa una parte de su territorio para que sus adversarios pudieran disponer de una administraci¨®n propia. A simple vista, la aplicaci¨®n del caso palestino al problema catal¨¢n no hace m¨¢s que confundir las cosas, m¨¢s a¨²n que otras analog¨ªas al uso, como el paralelismo con Quebec o con Escocia. Ni hay un problema de ocupaci¨®n por la fuerza, ni ¡ªde momento¡ª un conflicto entre comunidades enfrentadas, ni es f¨¢cil identificar al soberanismo catal¨¢n con uno de los bandos en litigio en el problema de Oriente Pr¨®ximo. Al contrario, en ese magma heterog¨¦neo que es el independentismo se puede reconocer un sector prosionista, vinculado al catalanismo hist¨®rico, y otro propalestino en la CUP. El s¨ªmil, sin embargo, tiene alguna utilidad para intentar dar una respuesta a las dos grandes preguntas que plantea la crisis institucional en Catalu?a: c¨®mo hemos llegado a esto y c¨®mo podr¨ªamos salir de aqu¨ª.
El modelo auton¨®mico establecido por la Transici¨®n supuso en parte el regreso a la f¨®rmula ensayada por la Segunda Rep¨²blica. El nacionalismo catal¨¢n, representado entonces por Esquerra Republicana, abdicaba de la independencia y el Estado aceptaba reducir su presencia en Catalu?a al ceder a las instituciones auton¨®micas buena parte de sus competencias. El nacionalismo ofrec¨ªa la paz al Estado, abandonando cualquier pretensi¨®n secesionista, y este renunciaba a ejercer como tal en aquella parte del territorio nacional. Paz por territorios. No se puede decir que el experimento de la Segunda Rep¨²blica colmara las esperanzas que sus dirigentes depositaron en el Estatuto de Autonom¨ªa de 1932. Dos a?os despu¨¦s de su aprobaci¨®n, la Generalitat se sublevaba contra un Gobierno republicano que cumpl¨ªa todas las formalidades constitucionales. Ya en la Guerra Civil, Manuel Aza?a se?al¨® la necesidad imperiosa de que la Rep¨²blica recuperara las competencias que hab¨ªa perdido en Catalu?a por la deslealtad y la pol¨ªtica de hechos consumados del Gobierno de Companys. As¨ª lo declar¨® Aza?a ante el presidente Negr¨ªn y sus ministros en mayo de 1937: ¡°Les dije que el Gobierno estaba obligado a trazarse con urgencia una pol¨ªtica catalana, que no puede ser la de inhibirse y abandonarlo todo. (¡) El Gobierno debe restablecer en Catalu?a su autoridad en todo lo que le compete¡±.
El modelo fue que el nacionalismo abdicaba de la independencia a cambio de competencias
El pacto de la Transici¨®n se inspir¨® en gran medida en eso que el propio Aza?a llam¨® ¡°la musa del escarmiento¡±, la voluntad de no incurrir en viejos errores que pod¨ªan tener las mismas consecuencias que en los a?os treinta. Los pocos representantes activos de la generaci¨®n de la Rep¨²blica, como Tarradellas, lo entendieron perfectamente: ¡°Mai m¨¨s un trenta-quatre¡± (¡°nunca m¨¢s un 34¡±). El procedimiento empleado por la Segunda Rep¨²blica para resolver el problema catal¨¢n ten¨ªa esta vez a su favor el efecto pedag¨®gico de la musa del escarmiento y el convencimiento de que las dos partes respetar¨ªan un principio no escrito del pacto estatutario, que podr¨ªa expresarse mediante la f¨®rmula paz por territorios. El nacionalismo catal¨¢n renunciaba a su programa m¨¢ximo ¡ªla independencia¡ª y el Estado a estar presente en los ¨¢mbitos fundamentales de la vida p¨²blica catalana. Ocurri¨®, sin embargo, que la soluci¨®n auton¨®mica creaba una din¨¢mica expansiva dif¨ªcil de contener y que, pasado cierto tiempo, las nuevas generaciones nacionalistas se sintieron desligadas del pacto fundacional de la autonom¨ªa catalana. De esta forma, el repliegue del Estado, en vez de servir de garant¨ªa a la vigencia del pacto, fue una tentaci¨®n constante a su incumplimiento. S¨®lo un impensable alarde de lealtad por parte del nacionalismo y su renuncia voluntaria a m¨¢s altos empe?os pod¨ªan impedir la ruptura del marco estatutario, porque el Estado carec¨ªa de capacidad de coacci¨®n o hac¨ªa dejaci¨®n de ella para no irritar al catalanismo, a menudo, necesario para contar con mayor¨ªa en las Cortes. No era s¨®lo la ausencia de instituciones que no ten¨ªan competencias que ejercer en el territorio catal¨¢n, sino su falta de autoridad para hacer cumplir la ley y las sentencias judiciales. Frente a un Estado en retirada emerg¨ªa una Administraci¨®n auton¨®mica que se jactaba, con raz¨®n, de estar creando unas ¡°estructuras de Estado¡±. Cuando se elabor¨® el segundo Estatuto, su principal art¨ªfice, Pasqual Maragall, anunci¨® que, tras su aprobaci¨®n, el Estado tendr¨ªa una presencia ¡°marginal¡± en Catalu?a. No se pod¨ªa decir m¨¢s claro.
Era cuesti¨®n de tiempo que el orden constitucional quedara reducido a la impotencia y fuera sustituido por una estructura de poder alternativa desarrollada por las instituciones auton¨®micas y sustentada en una formidable capacidad de movilizaci¨®n propia de un r¨¦gimen totalitario, reforzada por un movimiento populista de apariencia asamblearia. Esa multiplicidad de impulsos, desde arriba y desde abajo, explica la sorprendente disfuncionalidad de la declarada y suspendida Rep¨²blica catalana, mitad ¨¢crata, mitad totalitaria, business friendly y anticapitalista al mismo tiempo, incapaz en todo caso de crear un marco de convivencia estable y pac¨ªfico ni siquiera para la Catalu?a independentista. Se entiende que ante la perspectiva de vivir bajo ese proyecto de Estado fallido el mundo empresarial est¨¦ buscando amparo en territorios m¨¢s seguros.
En la Transici¨®n se quiso evitar errores que pod¨ªan tener consecuencias como en los a?os treinta
Poco importa a estas alturas si todo respondi¨® a un plan preconcebido o ha sido fruto de una inercia natural del nacionalismo, que se encontr¨® el campo despejado para hacer realidad sus enso?aciones identitarias. El hecho es que la transacci¨®n paz por territorios nos ha tra¨ªdo adonde estamos. El Estado cumpli¨® su parte al abandonar virtualmente el territorio catal¨¢n, fi¨¢ndolo todo a la buena fe del nacionalismo, que aprovech¨® ese vac¨ªo para hacer de la autonom¨ªa un Estado embrionario, a punto de ver la luz tras una larga gestaci¨®n.
Los ¨²ltimos acontecimientos han puesto de manifiesto el agotamiento del pacto auton¨®mico en Catalu?a seg¨²n se concibi¨® en la Transici¨®n, como una renuncia al programa m¨¢ximo de cada parte. La retirada del Estado ha alimentado el irredentismo en vez de apaciguarlo. Si hay una forma de salir del bucle nihilista al que se ha llegado en Catalu?a es restableciendo toda la presencia del Estado que sea compatible con una autonom¨ªa y una Constituci¨®n reformadas. Por el contrario, conviene evitar la tentaci¨®n de dar un nuevo paso atr¨¢s y ceder a la presi¨®n independentista, porque ese intento de apaciguamiento, en vez de traernos la paz, aunque fuera una paz deshonrosa, nos situar¨ªa ante una nueva exigencia: esta vez, los pa¨ªses catalanes. Y de esta forma, al final, no tendr¨ªamos ni paz ni territorio.
Juan Francisco Fuentes es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea en la Universidad Complutense de Madrid.
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