Shenzhen, la ciudad china que conquista el mundo con su tecnolog¨ªa
Hace tres d¨¦cadas era una villa de pescadores. Hoy es el Silicon Valley de China. Una megaciudad en la que han nacido gigantes como Huawei o Tencent. Joven, ultrarr¨¢pida, competitiva. Y a la que acuden buscavidas de todo el pa¨ªs, y de medio mundo, a prender la mecha de sus sue?os electr¨®nicos.
1. La eficiencia es la vida
SHENZHEN EST? MUY BIEN¡±, dice Eric Hu. ¡°Si logras sobrevivir a ella¡±. Habla r¨¢pido. Piensa r¨¢pido. Lleva el pelo disparado, camiseta ra¨ªda, deportivas. Mira su m¨®vil a menudo, un Huawei, marca china, y con orgullo: ¡°El iPhone¡±, dice, ¡°es una basura¡±. Es de noche a este lado del mundo y conduce su Audi Q5, en cuyo retrovisor bailan dos peluches de Hello Kitty. Quiere mostrar algo en el centro de esta ciudad masiva, s¨ªmbolo del capitalismo asi¨¢tico, una especie de El Dorado tecnol¨®gico donde los reci¨¦n llegados buscan emular a los fundadores de las grandes compa?¨ªas del pa¨ªs. Aqu¨ª han nacido gigantes como Huawei, segundo productor mundial de tel¨¦fonos inteligentes y l¨ªder en redes de telecomunicaciones, y Tencent, una de las mayores empresas de Internet del planeta, creadora de WeChat, el Whats?App chino, con 1.000 millones de usuarios. Pero hay otras 8.000 empresas de alta tecnolog¨ªa. El sector aporta un 40% a la econom¨ªa de la ciudad. Y ese PIB es monstruoso: el de Shenzhen se codea con el de Irlanda; el de la regi¨®n, conocida como el Delta del R¨ªo de la Perla, que incluye otras ocho urbes de China y las regiones especiales de Hong Kong y Macao, es equiparable al de toda Rusia.
Entre volantazos, Hu va enviando mensajes de voz a trav¨¦s de WeChat (¡°WhatsApp es otra basura¡±). Fund¨® hace tres a?os una start-up de drones resistentes al agua llamada Swellpro. Obras de ingenier¨ªa con ocho patentes propias y una c¨¢mara 4K para grabar escenas marinas. Se venden por 1.600 euros. La mayor¨ªa acaban en Occidente. Muchos, en manos de gente adinerada con barcos o yates. Pero nacen en una zona polvorienta, a las afueras, donde se sucede el paso de camiones, los obreros jovenc¨ªsimos duermen en pisos junto a las f¨¢bricas y uno encuentra, caminando por sus callejuelas, todo tipo de negocios de manufacturas tecnol¨®gicas. Shenzhen, cuenta, es el mejor lugar para la innovaci¨®n. Con una cadena de suministro de componentes electr¨®nicos inigualable. ¡°Atrae a gente joven, educada, en¨¦rgica¡±, dice Hu. ¡°Va a toda velocidad. La competencia es alt¨ªsima¡±. Los rascacielos brillan a trav¨¦s de la ventanilla. ¡°Este lo levantaron en dos a?os¡±, se?ala uno. Cruza una zona de libre comercio reci¨¦n abierta por el Gobierno. Carriles atascados. Coches caros. Y, al fin, se detiene. Desciende y se?ala la inscripci¨®n en unas piedras. En caracteres chinos se lee la filosof¨ªa que define la ciudad: ¡°El tiempo es dinero. La eficiencia es la vida¡±.
Hu naci¨® en 1980, a?o en que Deng Xiaoping convirti¨® Shenzhen en la primera zona econ¨®mica especial del pa¨ªs. Una puerta abierta al liberalismo, a la iniciativa privada. Un experimento de la China del futuro. La ciudad era un pueblo de pescadores con 30.000 habitantes. Hoy, el censo oficial ronda los 12 millones; el extraoficial alcanza los 20. Una locomotora a la que llegan cientos de miles de buscavidas al a?o. Ingenieros hipercualificados, legiones de obreros. No se ve un rostro viejo en la calle. La edad media ronda los 28. En Shenzhen casi nadie es de Shenzhen. ?l creci¨® en una zona rural de la provincia entre gallinas y cultivos de arroz. Estudi¨® ingenier¨ªa, trabaj¨® en una f¨¢brica de m¨®viles de Samsung (en la regi¨®n se encuentran muchas de las megaf¨¢bricas del mundo) y en 2005 se mud¨® a la ciudad a probar fortuna. Puli¨® el ingl¨¦s vendiendo USB y c¨¢maras. Luego se lo mont¨® por su cuenta. Su negocio, explica, consiste en ¡°desarrollar productos; no uno barato, sino innovador, alta tecnolog¨ªa¡±. Esboza ideas; sus ingenieros dise?an y ensamblan hasta dar con un prototipo. Su ¨²ltimo invento es un proyector port¨¢til del tama?o de un pu?o. Shenzhen, explica, es el para¨ªso del hardware. Lo f¨ªsico, el artefacto. Con un ecosistema ultraveloz donde el paso de la idea a la producci¨®n en serie sucede en un suspiro y casi en la misma manzana. Y mientras sue?a con dar el gran golpe, recuerda con nostalgia su primer apartamento compartido en un barrio del que hoy no queda m¨¢s que el templo budista. All¨ª ahora se yerguen los rascacielos del parque tecnol¨®gico, donde hay unas 1.300 empresas; un centenar de ellas cotizando en Bolsa.
2. El gigante tecnol¨®gico
YU CHENGDONG ENTRA en la sala de juntas sin corbata y seguido por una secretaria con tacones altos y peluche colgado del m¨®vil. Saluda en espa?ol. Habla un ingl¨¦s rocoso. Es el consejero delegado de una de las tres patas de Huawei, la divisi¨®n de tel¨¦fonos y otros productos de consumo. Suman un tercio de los ingresos de la multinacional, cuya facturaci¨®n ronda los 65.000 millones de euros, cuenta con 180.000 empleados en 170 pa¨ªses y lidera el mercado de m¨®viles en China; en Espa?a se bate el cobre con Samsung por el primer puesto; en el mundo, el mano a mano es contra Apple, ambos a la zaga de Samsung. El ejecutivo asegura que la compa?¨ªa no hubiera existido de no haber nacido en Shenzhen: ¡°Hace 30 a?os, cuando China no era tan abierta, se convirti¨® en una ciudad de acogida. Capitalista en lo econ¨®mico, no en lo pol¨ªtico. De estilo occidental. Donde se pod¨ªa desarrollar una gesti¨®n moderna¡±. ?l, ingeniero de la Universidad de TsingHua, ¡°el MIT chino¡±, se uni¨® a la empresa en 1993, cuando empezaba a desarrollar infraestructuras telef¨®nicas. Huawei fue fundada en 1987 por el exmilitar Ren Zhengfei con apenas 5.000 euros. Una empresa privada cuya primera sede se encontraba entre cultivos. Hoy se han trasladado a un campus tecnol¨®gico de 200 hect¨¢reas a las afueras de la ciudad, con universidad propia, apartamentos para trabajadores, jardines zen y furgonetas que desplazan a sus empleados de un edificio a otro con el aire acondicionado a todo trapo. Pero no est¨¢n contentos. ¡°Podemos hacerlo mejor¡±, dice Yu. Y para mostrar que andan en ello han invitado a su sede a medio centenar de instagramers, youtubers y periodistas occidentales (entre ellos, El Pa¨ªs Semanal). Seg¨²n el CEO, ¡°nuestro problema no es la innovaci¨®n. En eso somos fuertes. El gran reto es que no somos una marca conocida. Nadie la conoce¡±. El marketing, la gran tragedia china. Una lucha contra s¨ª mismos para pasar de ser sin¨®nimo de producto barato al art¨ªculo de alta gama.
¡°Hace 30 a?os, Shenzhen se convirti¨® en una ciudad de estilo occidental. Capitalista en lo econ¨®mico, no en lo pol¨ªtico¡±, explica el CEO de Huawei
Durante dos jornadas de conferencias y powerpoints en el interior de una moderna mole de vidrio que, a vista de p¨¢jaro, tiene forma de llave, directivos desgranan detalles de su pr¨®ximo lanzamiento, el m¨®vil Mate 10, cuyo chip Kirin 970, aseguran, emula al cerebro humano: ¡°Unidad de procesamiento neuronal¡±, lo llaman. El tel¨¦fono, a punto de lanzamiento (sali¨® a la venta en octubre), est¨¢ custodiado en un malet¨ªn con tres cerraduras (num¨¦rica, de llave y por bluetooth), se colocan guantes blancos para tocarlo, hacen firmar contratos de confidencialidad antes de echarle un ojo. Y en cada receso proyectan anuncios en los que una voz sensual de mujer susurra sue?os electr¨®nicos.
Tambi¨¦n han decidido abrir sus puertas para mostrar una cara transparente, din¨¢mica, que recuerde a sus competidoras estadounidenses. Recorremos laboratorios donde ingenieros con bata torturan equipos y terminales para medir su resistencia. En las estancias hay carteles que avisan: ¡°Prestad atenci¨®n a la informaci¨®n de seguridad para proteger nuestras patentes¡±. Una visita expr¨¦s atravesando pasillos interminables y desiertos de m¨¢rmol. Nunca oficinas con trabajadores. Est¨¢ prohibido sacar fotos en la mayor¨ªa de salas. Y, al contrario del mundo que uno imagina, pongamos, en Google, se ven mesas de pimp¨®n, pero sin red. Piscinas paradisiacas con horarios estrictos. Mesas de billar cubiertas. Al for¨¢neo no se le permite conversar con empleados de forma espont¨¢nea. Y el ingeniero autorizado a charlar, bajo la mirada de sus jefes, responde as¨ª sobre sus aspiraciones personales: ¡°Se parecen al eslogan de la compa?¨ªa: construir un mundo m¨¢s conectado¡±. El control es f¨¦rreo. ¡°Es una empresa militar¡±, ironiza un financiero que conoce el sector, en referencia a los a?os de juventud de su fundador en el Ej¨¦rcito Popular.
Si uno quiere hablar sin trabas con un empleado de Huawei, toca irse al ?Pizza Hut m¨¢s cercano al campus. En una mesa hay cuatro telecos extranjeros. ¡°Somos la ONU¡±, bromean. Vienen de Brunei, Sri Lanka, Egipto y Costa de Marfil. Especialistas en redes, han venido a formarse en la sede. Suspiran porque desde que aterrizaron no han podido mirar Facebook y WhatsApp funciona solo a rachas: olvidaron instalar en el m¨®vil, antes de viajar, una VPN (red privada virtual) con la que los usuarios sortean de forma cotidiana la gran muralla china de Internet y acceden al otro lado de la censura. No hay que olvidar d¨®nde estamos. Ni lo cerca que se encontraba esos d¨ªas el XIX Congreso Nacional del Partido Comunista de China: la prensa regional habla de la necesidad de ¡°erradicar rumores pol¨ªticos online¡±. Durante la comida, cuando al fin logran conectar con el otro lado, el egipcio exclama: ¡°?Soy libre!¡±. El grito suena extra?o en boca de los creadores del sistema. Pero esta es una ciudad de contradicciones, donde conviven las multinacionales de fast food y las banderas comunistas en cada avenida.
3. Los inventores
SI EN SILICON VALLEY se sue?a en los garajes, muchos de los reci¨¦n llegados a Shenzhen con ¨ªnfulas digitales se asientan en apartamentos de Baishizhou, un barrio laber¨ªntico, de estructura medieval y algarab¨ªa callejera, con viejos edificios de poca altura desde cuyas ventanas se puede estrechar la mano al vecino del bloque de al lado. Cuenta con unos 150.000 habitantes, 20 veces la densidad de poblaci¨®n del resto de la ciudad. Y en sus recovecos se mezclan jugadores de mahjong, vendedores de lichis y pescado vivo, desplumadores de patos, mara?as de cables que cuelgan hasta el suelo como yedras y j¨®venes hipsters que regresan de hacer deporte a media tarde. La zona ha quedado acordonada por rascacielos. Y ya existe un plan para derribarlo y levantar sobre sus escombros torres de vidrio y acero.
¡°Los j¨®venes vienen con la idea de que pueden crear algo por s¨ª mismos. Es un aut¨¦ntico cambio en la mentalidad china¡±, asegura Eli MacKinnon, de Insta360
Shenzhen es la urbe que m¨¢s r¨¢pido se ha convertido en una megal¨®polis en la historia, seg¨²n Juan Du, profesora de arquitectura en la Universidad de Hong Kong. En 1979 ni siquiera contaba con el estatus de ciudad. Hoy posee 49 edificios que superan los 200 metros de altura, incluido el segundo m¨¢s elevado del pa¨ªs, de casi 600 metros; y hay otros 48 en camino. El fervor inmobiliario la ha convertido en la burbuja m¨¢s cara de China: el metro cuadrado cuesta 5.500 euros de media. Y los chengzhongcun (¡°aldeas en medio de la ciudad¡±) quedan como testigos enanos de la era en que todo comenz¨®. En ellos, los alquileres a¨²n son aceptables y atraen a gente como Eli MacKinnon, de 28 a?os, un neoyorquino que trabaja en Insta360, una start-up local que fabrica c¨¢maras de realidad virtual.
MacKinnon habla chino con destreza, se desenvuelve bien con su porte atl¨¦tico, pero se ha quedado viejo: el fundador de la empresa, JK Liu, tiene 26 a?os. Y la edad media entre sus 250 empleados es de 24. Impresiona el ambiente de trabajo en la sede: j¨®venes, casi adolescentes, teclean concentrados, sentados en hileras en una estancia con enormes cristaleras a trav¨¦s de las cuales se ven edificios a medio hacer. Muchos tienen grandes peluches junto al teclado. Se explican: son almohadas. A la hora de comer apagan las luces, colocan el peluche sobre el escritorio y echan la siesta. Luego siguen trabajando.
La compa?¨ªa naci¨® en 2014 y la historia de su fundador ya ha aparecido en Forbes: JK Liu se mud¨® a Shenzhen con compa?eros de la Universidad de Nanjing, convencieron a una firma de capital riesgo y acabaron creando c¨¢maras port¨¢tiles, asequibles, que se acoplan al m¨®vil y captan el mundo en 360 grados. Tras un rato en su sede, entre gafas de realidad virtual y bolas futuristas con visi¨®n de pez, da la sensaci¨®n de que las im¨¢genes gobernar¨¢n el planeta en breve. MacKinnon nos gu¨ªa hasta una azotea, en la planta 29, para mostrar las virguer¨ªas que se pueden hacer con los inventos: registrar escenas tipo Matrix, en las que el retratado queda congelado. Selfies en los que uno parece contenido en una esfera. Desde lo alto se escucha el taladro incesante de las obras. Un sonido envolvente, tambi¨¦n en 360 grados. Si uno cierra los ojos, parece que el suelo temblara bajo los pies. La ciudad en estado febril, gru?endo como un cr¨ªo en un pico de crecimiento. Quiz¨¢ sea el sonido del capitalismo, el de los imperios en su apogeo. ¡°Quien llega a Shenzhen viene con la idea de que puede crear algo por s¨ª mismo¡±, dice MacKinnon. ¡°De que no hay barreras que no pueda saltar. Supone un verdadero cambio en la mentalidad china¡±.
Jason Gui representa esa nueva China. Tiene 26 a?os y lleva unas gafas que de lejos parecen de dise?o. Las ha impreso con una m¨¢quina de 3D. Toca con el dedo una patilla y comienzan a emitir la m¨²sica de su m¨®vil, o eso dice ¨¦l, porque no se oye nada: solo vibra una protuberancia en las varillas, y esa vibraci¨®n, en contacto con un hueso de su cr¨¢neo, hace que la oiga dentro de su cabeza. Las ha bautizado a la francesa, Vue, pero ¨¦l naci¨® en Shenzhen. Su familia se mud¨® desde el interior de China. Les fue bien, pillaron a?os de boom inmobiliario, y ¨¦l ha estudiado en Australia, Nueva Zelanda y EE UU. Pasa la mitad del a?o en San Francisco, donde se encuentra la rama de marketing y dise?o de su compa?¨ªa, y la otra en Shenzhen, donde tiene la pata de I+D en este espacio llamado Hax, una aceleradora de start-ups con capital estadounidense, a cuya sede acuden emprendedores de medio mundo para pulir prototipos en sus talleres repletos de cables. Entre pantallas, asoman el rostro un par de taiwaneses, flaquitos y ani?ados, inventores de una m¨¢quina para jugar al pimp¨®n en solitario; o el griego George Kalligeros, ingeniero de 24 a?os, con experiencia en Tesla y Bentley, creador de un artilugio que convierte ¡°en minutos¡± cualquier bici en una el¨¦ctrica. Aqu¨ª no vale lo et¨¦reo. Esto va de hardware, de productos f¨ªsicos que mejoran hasta encontrar el dise?o perfecto. Los creadores muestran sus inventos reci¨¦n salidos del horno, como esta especie de fruto cer¨²leo, ¡°peque?o y sexy¡±, dice su autora, la checa Kristina Cahojova, de 28 a?os, que lleg¨® hace un mes y en 10 d¨ªas tuvo listo su medidor de la fertilidad femenina. Da mucho que pensar el potencial de un aparato semejante conectado al m¨®vil, a Internet: ?Qu¨¦ tipo de compras te sugerir¨¢ Google en d¨ªas f¨¦rtiles? ?Qu¨¦ m¨²sica? ?Qu¨¦ restaurantes? De esto, en el fondo, va el negocio. De millones de aparatos conectados, generando informaci¨®n sobre patrones de vida. Los expertos lo llaman IoT, el Internet de las cosas, en sus siglas en ingl¨¦s.
4. Hong Kong
¡°La gente aqu¨ª se rompe el culo a trabajar. ?Crees que Suecia es el mundo real? El mundo ha cambiado y Occidente no lo pilla¡±, dice el cofundador de BRINC
DE IOT SABE bastante Bay McLaughlin, estadounidense de 34 a?os, gorra surfera y mirada mesi¨¢nica, que trabaj¨® 10 a?os en Silicon Valley, 6 de ellos en Apple, hasta que se dio cuenta de que viv¨ªa en el d¨ªa de la marmota: ¡°Dej¨® de haber innovaci¨®n. Se repet¨ªan los mismos pitches, las mismas ideas, modelos, inversores. Entonces surgi¨® una nueva tendencia: el hardware. Y lo vi claro. Si quer¨ªa participar en la siguiente revoluci¨®n, necesitaba venir al sur de China. Porque no va a suceder en Silicon Valley. Todo lo que va a tener impacto vendr¨¢ de Asia. Y China va a ser la locomotora¡±. Pero no se asent¨® en Shenzhen, sino en la ciudad vecina, ya casi la misma, a 30 kil¨®metros en l¨ªnea recta, y separada por una frontera que cruzan 80 millones de personas al a?o: Hong Kong, ¡°el rostro occidental de China¡±, la llama, una de las plazas financieras m¨¢s poderosas, en cuyas calles se mezclan las razas, los dialectos, las inversiones; la regi¨®n administrativa especial, democr¨¢tica, futurista, donde se conduce por la izquierda, rige una ley basada en el common law y se cumplen 20 a?os desde que fue devuelta por Reino Unido. Hoy forma parte del plan maestro de Pek¨ªn para el Delta del R¨ªo de la Perla, ese cl¨²ster de ciudades que desembocan en el Mar del Sur, al que tambi¨¦n pertenece Shenzhen. Juntas suman 66 millones de habitantes, y poco a poco se van uniendo con trenes de alta velocidad, puentes kilom¨¦tricos y acuerdos de libre comercio, conformando la mayor megaciudad del planeta.?
McLaughlin es cofundador de una aceleradora de start-ups al estilo de HAX. La suya se llama BRINC y posee la ventaja, dice, de estar a este lado de la censura china, con la propiedad intelectual a buen recaudo, y a un pasito de Shenzhen, el para¨ªso de componentes electr¨®nicos al que acuden para armar sus prototipos los reci¨¦n llegados. Lo cuenta Florian Simmendinger, alem¨¢n de 28 a?os, cofundador de Soundbrenner, una compa?¨ªa que ha desarrollado metr¨®nomos digitales con forma de reloj de pulsera. El artilugio vibra y marca el ritmo en la mu?eca, un ingenio interesante para grupos de m¨²sica: su tam-tam sincroniza a todos los miembros. La idea arranc¨® en Berl¨ªn; desarrollaron prototipos de forma precaria. El primero, que despliega en una mesa, es grande y feo. Parece un tensi¨®metro. Para perfeccionarlo necesitaban mejores motores de vibraci¨®n. ¡°En la mayor tienda de electr¨®nica de Berl¨ªn encontramos un solo modelo. Empezamos a encargarlos por eBay, pero llegaban a las tres semanas¡±.
BRINC los seleccion¨® para su programa, lo que implica una inversi¨®n y el traslado a Hong Kong, donde reciben cursos, ayuda y un espacio para desarrollar el negocio. Nada m¨¢s aterrizar, cruzaron a Shenzhen y se adentraron en el epicentro del ecosistema de componentes electr¨®nicos, el mercado de Huaqiang?bei. El lugar recuerda un hormiguero, del que entran y salen vendedores y clientes arrastrando carretillas con sacos de chips, placas, interruptores. Tiene el aspecto a medio camino entre unos grandes almacenes y un mercado al por mayor de verduras, pero con plantas dedicadas a audio, leds, telefon¨ªa, inform¨¢tica. En su interior se oye cada poco el raaaas de la cinta de embalar, porque todo parece venderse en cajas, a granel; y uno podr¨ªa fabricarse una r¨¦plica casi exacta del iPhone rebuscando entre los puestecillos. El alem¨¢n qued¨® impresionado: ¡°Una anciana me ofreci¨® en un carrito 300 motores de vibraci¨®n distintos. Pens¨¦: ¡®Hemos venido al sitio correcto¡±. A la semana visitaron al fabricante de los motores, pidieron uno a medida. ¡°Y en dos meses lo convertimos en esto¡±. Deja sobre la mesa esa especie de reloj de pulsera que vibra y acompasa con su tam-tam a bandas alrededor del mundo: han vendido unas 40.000 unidades.
El ritmo. De eso tambi¨¦n le gusta hablar al surfero McLaughlin, cuyo discurso augura un futuro estilo Blade Runner, donde el tiempo, claro, es dinero y la eficiencia es la vida: ¡°Occidente no lo pilla. La gente aqu¨ª se est¨¢ rompiendo el culo a trabajar. Bienvenidos a la nueva norma. ?Crees que Suecia es el mundo real? Est¨¢n jodidos. No es que a los europeos no les guste trabajar. All¨ª se ha adoctrinado con que el equilibrio es m¨¢s importante que la productividad. Y est¨¢ muy bien si el mundo va a ese ritmo. Pero adivina, ha cambiado. Ahora es global. Y Europa ni siquiera sale en la gr¨¢fica¡±. En ese mundo que vislumbra, cuyo magma se encuentra bajo sus pies, marcado por horarios distintos, cruces de idiomas y el encuentro entre Este y Oeste, el hardware, opina, es la clave. El Internet de las cosas. Y los datos que generan esas cosas. En estos momentos hay cerca de 1.000 millones de objetos conectados a la Red. Los c¨¢lculos m¨¢s exagerados hablan de que ser¨¢n 100.000 millones en 2020. Un ¡°superorganismo¡±, lo denomina un informe de la OCDE, que conformar¨¢ un ¡°sistema nervioso digital global¡±. Con pulsiones de informaci¨®n individual actualizada al segundo. ¡°La mayor revoluci¨®n desde Internet¡±, seg¨²n McLaughlin. En su opini¨®n, ¡°el software nos hace blandos. Porque significa que puedes crear Instagram sentado en un s¨®tano. Pero tampoco es el puto mundo real. El mundo real es f¨ªsico. Todos hablan de big data e inteligencia artificial. Bien, ?c¨®mo recogemos los datos de los objetos f¨ªsicos? Por eso en BRINC empezamos donde empieza el valor. Con el hardware. Necesitamos introducir m¨¢s wearables, m¨¢s sensores, m¨¢s productos de hogar inteligentes. Para extraer los datos, d¨¢rselos a los expertos en algoritmos y que puedan explotarlos¡±.
5. El nuevo oro
¡°LOS DATOS, HOY, son m¨¢s valiosos que el oro¡±, sonr¨ªe David Chang, director de MindWorks, una firma de capital riesgo con sede en Hong Kong y el foco puesto en start-ups de China. ?l tambi¨¦n migr¨® de Silicon Valley a esta tierra. Su familia era due?a del banco Kwong on de Hong Kong (lo vendieron a DBS). Su padre fue un inversor destacado en EE UU, disc¨ªpulo de Arthur Rock, a quien se atribuye haber acu?ado el t¨¦rmino venture capital y la apuesta por una de las primeras empresas de semiconductores de silicio en California en los cincuenta, aquellas que moldearon el nombre Silicon Valley. Chang, de 34 a?os, naci¨® en Mountain View. Fue al mismo instituto que Steve Jobs. Regres¨® a casa porque desde aqu¨ª, asegura, en un radio de tres horas de avi¨®n, se tiene acceso a 2.200 millones de personas. ¡°Es un 30% de la humanidad. Os dejo un rato para meditarlo¡±.
Tras la pausa dram¨¢tica, a?ade que el 70% de esa poblaci¨®n a¨²n no tiene Internet. Y que en la pr¨®xima d¨¦cada, 1.300 millones de personas se conectar¨¢n a la Red. ¡°Una locura, como si toda China se enchufara de pronto¡±. Lo llama ¡°la siguiente gran ola¡±. Y quiere cabalgarla. Maneja un fondo de 70 millones de euros. Ha invertido en distintas start-ups, como LaLa Move, un servicio de car sharing, tipo Uber, pero para mercanc¨ªas. Pasar una tarde con ¨¦l es como abrir una cremallera y asomar el hocico a una dimensi¨®n futura en la que el eje del mundo gravita hacia Asia. Habla del guanxi, las relaciones de confianza necesarias para adentrarse en las inversiones chinas (y que ¨¦l se gan¨® curti¨¦ndose en las ramas locales de Morgan Stanley y Credit Suisse). De la forma en que se ha de lidiar con el Gobierno. De la diferencia entre invertir en software y hardware (prefiere el soft: costes fijos, retorno mayor y en menor tiempo). Y de por qu¨¦ muchos servicios de Internet no cuestan un duro: ¡°Si te ofrecen algo gratis es que t¨² eres el producto. Si usas Facebook o WeChat, eres el producto¡±.
Luego nos invita al China Club, en el penthouse de la vieja sede del Banco de China. Pide un dedo de whisky y, entre sorbitos, arrebujado en un sill¨®n de brocado y rodeado por una decoraci¨®n tipo Shan?gh¨¢i a?os cuarenta, se define como un ¡°glocal¡±, habla del precio estratosf¨¦rico del mercado inmobiliario y aventura que, en caso de apocalipsis nuclear estilo Kim Jong-un, solo sobrevivir¨¢n los bitcoins. Aconseja comprar. Define esta regi¨®n como ¡°el centro del comercio mundial¡±. Shenzhen, como una urbe ¡°cruda, el wild wild West¡±. Y el ¨¢tico parece quedar a a?os luz de las f¨¢bricas polvorientas de Shenzhen, donde todo comienza y hace girar la rueda. A la salida, un cartel de propaganda comunista, que colecciona el due?o del local y hoy cuesta una fortuna, recuerda ese origen. En el dibujo aparece un chino con sombrero de paja ante una f¨¢brica. Y un lema: ¡°Rompamos con las convenciones extranjeras. Tracemos nuestro propio camino hacia el desarrollo industrial¡±.?
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