Pueblo
Llamar as¨ª al conjunto de los ciudadanos no es pecado, es una licencia po¨¦tica o sea dudosa ret¨®rica
Juan Ram¨®n Jim¨¦nez pidi¨® a la intelijencia (con jota, como prefer¨ªa) el nombre exacto de las cosas. En efecto, es malo ignorarlos o utilizar muy convencidos la voz equivocada. A veces el error es risible (como llamar ¡°hacer el amor¡± a follar) pero otras puede resultar peligroso, letal. Por triste ejemplo, creer que pueblo es la mejor denominaci¨®n para el cuerpo pol¨ªtico activo en una democracia. Porque esa palabra parece exigir una homogeneidad entre los miembros del colectivo, una identidad moral y quiz¨¢ ¨¦tnica que los determina y a la vez excluye a quienes no deben pretender mezclarse con ellos. El pueblo es un nosotrosque equivale siempre y primordialmente a un ¡°no-a-otros¡±. Invocar al pueblo, conjurarlo en la noche de Walpurgis del nacionalismo, proclamar su infalibilidad y a la vez su pureza frecuentemente traicionada, es utilizarlo como un biombo tras el cual arrinconar bien tapaditos a los ciudadanos, cada cual due?o de la gesti¨®n de s¨ª mismo y no obligado a parecerse por decreto a los dem¨¢s. Por detr¨¢s del biombo (chino, preferentemente, como las urnas catalanas), asoma de vez en cuando irreverente la testa despeinada y sudorosa de alg¨²n ciudadano: un enemigo del pueblo, qui¨¦n se atrever¨ªa a dudarlo... La soluci¨®n ya la dio hace tiempo la Reina de Corazones de Lewis Carroll: ¡°?Qu¨¦ le corten la cabeza!¡±.
Desde luego, llamar pueblo al conjunto de los ciudadanos no es pecado, como tampoco denominar ¡°corcel¡± a un caballo: son licencias po¨¦ticas o sea dudosa ret¨®rica. Pero resulta enga?oso creer que el corcel es m¨¢s que un caballo o el pueblo m¨¢s que los ciudadanos. El caballo no se quejar¨¢, es muy sufrido, pero el ciudadano puntilloso est¨¢ en su derecho de decir: ¡°Oiga, pueblo lo ser¨¢ usted¡±.
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