Migajas en el ombligo
La crisis catalana es una demostraci¨®n m¨¢s de c¨®mo gran parte de la civilizaci¨®n occidental solo se mira a s¨ª misma
Nos hemos olvidado del otro. La crisis catalana es una demostraci¨®n m¨¢s de c¨®mo gran parte de la civilizaci¨®n occidental solo se mira a s¨ª misma. Los problemas nacionalistas en Europa hoy son una enfermedad del ombligo, y ver a tanta gente desga?it¨¢ndose en la calle y en las redes por un problema tan peque?o produce un ¨¢cido sonrojo. A veces da verg¨¹enza pertenecer a esta zona del mundo, contra cuyos muros y en cuyos mares mueren tantas personas del Sur. Vienen con su identidad, lengua y cultura, porque necesitan de la nuestra (la sociedad opulenta y democr¨¢tica) para tratar de desarrollar, con un esfuerzo ingente, lo que aqu¨ª asumimos como normal: tener un oficio, lavarse con agua caliente, comer tres veces al d¨ªa. Ellos, los que aguardan junto a la Valla de Melilla, comen lo que encuentran en la basura. Y, si han conseguido pasar, venden tambi¨¦n lo que encuentran en la basura.
Los vemos a menudo en los mercadillos que improvisan en la calle o en un parque. Extienden un revoltillo de objetos sobre una s¨¢bana -lo que nosotros hemos desechado- y los truecan por un euro para poder pagar los cuartuchos donde duermen. Caras escuchimizadas, cuerpos que cojean, vestidos con retales, hombres y mujeres de cualquier edad que parece la misma. Ancianos de treinta a?os o de sesenta. No deben cumplir muchos m¨¢s en esta Espa?a que presume de tener un promedio de edad de ochenta y cinco. Son los invisibles. Salvo para la polic¨ªa que los persigue. Entonces, agarran la s¨¢bana por los extremos, envuelven la mercanc¨ªa y corren despavoridos. Son los invisibles (nosotros, al parecer, solo vemos esteladas) pero ellos nos miran. Uno que, al huir, casi choca contra un perro en el parque, cuando ve que el animal se asusta, se disculpa: ¡°Tiene miedo, igual que nosotros¡±. Este inmigrante, cuyos problemas son mucho mayores que los de un perro dom¨¦stico, es, sin embargo, capaz de solidarizarse con su temor. Al contrario, nosotros los hemos dotado a ¨¦l del don de la inexistencia.
Como en un cuento de terror, lo hemos expulsado de la realidad. Los excluidos no tienen derecho a existir, porque nuestra existencia est¨¢ sobredimensionada por el ego¨ªsmo y la voracidad. Occidente es Gargant¨²a. Byung-Chul Han, en su ¨²ltimo libro, La expulsi¨®n de lo distinto, explica c¨®mo los fen¨®menos del terrorismo y del nacionalismo son reacciones de lo particular contra la sociedad global. Pero esta reacci¨®n, que pretende ser revolucionaria, se fundamenta, reforz¨¢ndolos, en id¨¦nticos valores: la negaci¨®n del otro (el excluido), la exageraci¨®n del yo, la fraternidad con los iguales, la insolidaridad con los ajenos. Es comprensible el enfado de hist¨®ricos de la izquierda como Francisco Frutos y de algunos presos pol¨ªticos del franquismo. La libertad y la prosperidad son derechos urgentes para aquellos que no los tienen. Y la histeria por reivindicar lo que ya se posee sobradamente, para convertirlo en un basti¨®n a¨²n mayor (o derribarlo), resulta asombroso para aquellos que, fuera y dentro de nuestro ombligo, corren tras nuestra migajas. Pongamos las fichas en un tablero del tama?o que le corresponde. Quiz¨¢ entonces sea m¨¢s f¨¢cil que se entiendan entre ellas.
Ernesto P¨¦rez Z¨²?iga, novelista y poeta, es autor de No cantaremos en tierra de extra?os (Galaxia Gutenberg, 2016).
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