Kevin Spacey: cazar o ser cazado
El actor deber¨¢ responder de sus presuntas fechor¨ªas, pero ha sido v¨ªctima a la vez de una hip¨®crita cruzada justiciera que aspira a borrarlo de la pantalla para siempre
Kevin Spacey se ha convertido en v¨ªctima del argumento medular? y darwinista que esgrime el ¡°presidente¡± Francis Underwood: la vida tiene una sola regla, cazar o ser cazado.? Formaba parte el actor estadounidense de la categor¨ªa depredadora hasta que las denuncias de unos abusos sexuales, pendientes de sustanciarse en un tribunal, han precipitado su oprobio y lo han conducido a la caterva de los apestados.
Le han encontrado sustituto, incluso, la sexta temporada de House of Cards. Costar¨¢ trabajo relacionarse con la serie sin las confesiones a la c¨¢mara que conced¨ªa el actorazo, pero el sacrificio de Kevin Spacey apura la expectativa mercadot¨¦cnica de la serie. Incluso la convierte en argumento ejemplarizante, de tal modo que los espectadores habituales pueden sentarse tranquilos a verla. Y pueden confiar en la existencia pulqu¨¦rrima de sus protagonistas.
Los ¨ªdolos est¨¢n expuestos a los tribunales, pero no est¨¢n obligados a sobrellevar una vida ejemplar
Queda as¨ª expuesto un ejemplo categ¨®rico de justicia preventiva y de escarmiento social. Con bastante raz¨®n, a la vista de los abusos sexuales que parece haber cometido el alter ego de Underwood. Y con muchas sinrazones, pues la condena cautelar que implica la reacci¨®n de la opini¨®n p¨²blica no s¨®lo lo ha retirado de su carrera profesional, sino que aspira a borrarlo de los papeles que ya hab¨ªa representado.
Ridley Scott, por ejemplo, lo ha eliminado de su ¨²ltima pel¨ªcula sin importarle que ya estuviera terminada. Lo ha sustituido por Christopher Plummer. E import¨¢ndole no tanto la repugnancia hacia Kevin Spacey como los peligros comerciales que implican alojar en el reparto a un personaje t¨®xico, un monstruo que la sociedad ha exterminado de sus h¨¢bitos de consumo.
Se trata de un ejercicio de hipocres¨ªa. Y hasta de una injusticia. Parece que hemos descubierto en 2017 las cloacas de Hollywood, como si fuera Hollywood la acr¨®polis de la religi¨®n tibetana. Y como si un actor, un artista, estuviera obligado a sobrellevar conductas impecables.
Se produce as¨ª un acto de venganza desmesurado y absurdo que amenaza con depurar a cualquier artista de vida indecorosa. Podr¨ªamos empezar por Caravaggio, se me ocurre. Desalojarlo de los museos donde se exhiben sus cuadros para hacerle expiar su fornido historial criminal. Que ya fue objeto de una exposici¨®n espec¨ªfica en Roma -documentos policiales, pruebas incriminatorias-, aunque no con las pretensiones de condenarlo a t¨ªtulo p¨®stumo.
En vida ha sido condenado Kevin Spacey antes de pronunciarse la justicia. Si cometi¨® los delitos que se le atribuyen, ser¨¢n los jueces quienes decidan la eventual condena, pero la sociedad deber¨ªa reflexionar sobre sus humores justicieros, no para redimir la persona de Kevin Spacey, sino para asumir que la educaci¨®n y la pedagog¨ªa trascienden la conducta ¨ªdolos -es el territorio del colegio, de la familia- y para discriminar entre los m¨¦ritos del artista -del futbolista, del cantante- y los dem¨¦ritos de una existencia desordenada, delictiva, que deber¨¢ expiarse o no entre rejas.
Ya lo dec¨ªa Francis Underwood a semejanza de una premonici¨®n o m¨¢s bien de un epitafio: ¡°El camino hacia el poder est¨¢ pavimentado de hipocres¨ªa y de v¨ªctimas¡±
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