Ishiguro y los abandonados del mundo
El Nobel de Literatura baja a los infiernos de este mundo con la elegancia de quien se va de picnic
A Kazuo Ishiguro le toca hoy recibir el Premio Nobel de Literatura de manos del rey Carlos Gustavo de Suecia. En su discurso de aceptaci¨®n esta semana ha tratado, entre otros asuntos, de Marcel Proust y de los nacionalismos tribales, y ha contado un poco su historia personal. Naci¨® en Nagasaki en 1954 y se traslad¨® al Reino Unido en 1960. Le ocurri¨® lo que les ocurri¨® a muchos j¨®venes de su generaci¨®n, que quiso ser antes que nada estrella de rock. Iba con una mochila y una guitarra, llevaba tambi¨¦n una m¨¢quina de escribir port¨¢til. Un d¨ªa abandon¨® la m¨²sica, y se pas¨® a la literatura.
Proust y los nacionalismos tribales. A Ishiguro, la Academia sueca le dio el Nobel porque en su obra ha sabido reflejar ¡°c¨®mo los peque?os mundos que habitamos se relacionan con el gran mundo pol¨ªtico¡±. Al tratar de Proust, Kazuo Ishiguro se refiere a esa literatura que te permite todas las libertades para rascar en los lugares m¨¢s ¨ªntimos y recorrer los rincones m¨¢s secretos, esos que tanto cuesta verbalizar. Al tocar el tema de los nacionalismos tribales el escritor se arremanga para pronunciarse sobre el gran mundo pol¨ªtico. De aquella magdalena de Proust, que te dispara hacia dentro y te permite reconstruir c¨®mo cada uno se va haciendo a lo largo de la vida, al barullo de las sociedades actuales, que est¨¢n fracturadas, rotas, y donde hay tantos que vagan desorientados y otros muchos a los que simplemente se ha abandonado. Por eso, tal vez, esa perversa tribalizaci¨®n, ese af¨¢n de juntarse y hacer pi?a.
La literatura de Kazuo Ishiguro tiene una prodigiosa contenci¨®n. Ha explorado los g¨¦neros m¨¢s diversos y se ha servido de las limitaciones que imponen las convenciones para construir artefactos en los que las piezas se ajustan con una asombrosa precisi¨®n. Da la impresi¨®n de que Ishiguro se asomara a los abismos caminando de puntillas. Baja a los infiernos de este mundo, pero lo hace con la elegancia del que se va de picnic a los jardines de una mansi¨®n inglesa.
En Nunca me abandones, una historia en la que Ishiguro ilumina las grav¨ªsimas contradicciones a las que nos dirigimos de la mano de los m¨¢s recientes avances cient¨ªficos, hay un momento desgarrador. La narradora lo cuenta as¨ª: ¡°?Qu¨¦ es lo de especial que ten¨ªa esa canci¨®n? Bueno, lo cierto es que no sol¨ªa escuchar con atenci¨®n toda la letra; esperaba a que sonara el estribillo: 'Oh, baby, baby... Nunca me abandones...', y me imaginaba a una mujer a la que le hab¨ªan dicho que no pod¨ªa tener hijos, y que los hab¨ªa deseado con toda el alma toda la vida. Entonces se produce una especie de milagro y tiene un beb¨¦, y lo estrecha con fuerza contra su pecho y va de un lado para otro cantando: 'Oh, baby, baby... Nunca me abandones...".
Una mujer joven abraza una almohada y bailotea aferrada a ella mientras tararea una canci¨®n. As¨ª est¨¢n las cosas, as¨ª las cuenta Ishiguro. Muchas felicidades por ese premio.
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