T¨®picos tramposos
Los arraigados juicios de valor en pol¨ªtica florecieron durante la etapa de ETA y se concentran ahora en la cuesti¨®n catalana. Ah¨ª se ha mentido tanto que llevar¨¢ tiempo desmontar el tinglado y reconstruir una conciencia p¨²blica decente
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Desde que entramos en sociedad todos queremos ser de ¡°los nuestros¡±. Para ello no hace falta ning¨²n juramento expreso de fidelidad al grupo ni ceremonia especial de ingreso, sino ante todo compartir sus t¨®picos o lugares comunes. Los t¨®picos son esos juicios de valor muy arraigados en una comunidad, que nos brotan sin apenas rumiarlos y a los que no damos relevancia. Alguna deben de tener, sin embargo, puesto que nos ganan el benepl¨¢cito de muchos conciudadanos y tambi¨¦n, seg¨²n la situaci¨®n, el rencor o la sospecha de otros tantos. Y es que en sus pocas palabras encierran un parecer que no hace falta justificar, porque se da por supuesto. Sus usuarios probablemente quedar¨ªan asombrados si vieran en qu¨¦ medida esas manidas frases hechas condicionan sus sentimientos y su conducta; c¨®mo y cu¨¢nto llevan a aplaudir, condenar o simplemente permitir un proyecto colectivo.
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Los t¨®picos pol¨ªticos m¨¢s clamorosos entre nosotros, que tuvieron su floraci¨®n durante la larga etapa de ETA y sus fieles, se han concentrado m¨¢s calladamente en torno a la ¡°cuesti¨®n catalana¡± hasta su actual estallido. No todos van siempre en la misma direcci¨®n, sino que, como en este caso, se reparten entre bandos enfrentados y alimentan sus actitudes respectivas. Sirven para enardecer a unos, mientras fomentan el apocamiento y el silencio de otros. Durante decenios han armado de osad¨ªa a los independentistas y desarmado a la mayor¨ªa de los dem¨¢s, con el consentimiento de un Gobierno de Espa?a que ha recitado, ?y s¨®lo al final!, la salmodia de la legalidad como ¨²nico argumento. Veamos en acci¨®n la falsa ortodoxia de unos cuantos lugares comunes en este conflicto.
Me jugar¨ªa lo que no tengo a que, salvo excepciones, el separatista catal¨¢n hab¨ªa parecido a sus vecinos hasta hace poco una persona de lo m¨¢s normal. Y mucho mejor todav¨ªa si aquel no trataba de imponer sus ideas pol¨ªticas por la fuerza, porque es sabido que todas las opiniones son respetables y que sin violencia todas las ideas son leg¨ªtimas, hasta las m¨¢s bestias. En su boca el adjetivo ¡°democr¨¢tico¡± vuelve ya milagrosamente democr¨¢tico a cualquier sustantivo al que acompa?e; y, si no, conviene recurrir al bueno, eso es relativo. Ante el menor reproche contrario, los fan¨¢ticos advierten que tratan simplemente de expresar sus leg¨ªtimas diferencias. Como al parecer la historia nos otorga derechos, parece l¨®gico que, al reclamar los presuntos de su naci¨®n, se amparen en que no es nada personal. Llevar¨¢n las de ganar si incluso reconocen que todos tenemos derecho a equivocarnos, aunque poco antes o despu¨¦s aseguren que no me arrepiento de nada.
La consigna general es hoy el dogma de que los sentimientos pol¨ªticos son intocables
Estos separatistas ya han probado que no se dejan arredrar f¨¢cilmente. El suyo es un nacionalismo democr¨¢tico ¡ªese flagrante contrasentido¡ª ya simplemente por ser pac¨ªfico, as¨ª que nadie tiene derecho a pedirme que renuncie a mis ideas. Se trata de ideas muy profundas: verbigracia, democracia es votar, sin preguntarse antes por sus requisitos o si cualquier propuesta popular puede someterse a votaci¨®n. La consigna general que hoy ordena d¨¦jate llevar por tus sentimientos, se traducir¨¢ en el dogma de que los sentimientos pol¨ªticos son intocables. A la vista de aquellos pocos heridos en la famosa refriega (y contra el inexcusable monopolio de la violencia por parte del Estado), se proclama que con la violencia no se consigue nada o que la rechazamos, venga de donde venga. En menos palabras, que la carga policial fue una actuaci¨®n muy poco ¨¦tica. Ese combatiente se atiene al lema de que al enemigo, ni agua, y as¨ª puede mentir a derecha e izquierda con igual descaro. Vocear¨¢ sin desmayo que estoy en mi perfecto derecho de pedir cuanto se le antoje y pondr¨¢ fin al debate con un sorprendido e inapelable ?pero no pretender¨¢ usted convencerme! En realidad, dem¨®crata como se cree, ese final puede tambi¨¦n adoptar la f¨®rmula de que somos mayor¨ªa, y punto.
?Venimos ahora al bando de enfrente? Siguiendo el ejemplo de nuestro timorato Gobierno en esta materia, muchos rivales de los indepes han evitado durante algunos decenios la pelea ideol¨®gica para dejarse de filosof¨ªas. Si el contrario a¨²n porf¨ªa en sus planes, echar¨¢ mano de la acreditada f¨®rmula de que respeto sus ideas, pero no las comparto. Tambi¨¦n cuenta el llamamiento a que seamos tolerantes, ya que al parecer no debemos juzgar a nadie. Tal vez se oiga a los m¨¢s angelicales resumir que todos tenemos alguna parte de verdad o, en este caso, que se debe respetar su cultura (enti¨¦ndase, la catalana). Ya puestos, respetaremos tambi¨¦n esa pol¨ªtica educativa que impone por la brava como ¡°lengua propia¡± la que mayoritariamente es la impropia (el catal¨¢n). En cualquier momento vale soltar que esa ser¨¢ tu opini¨®n, para mejor ocultar la suya por si acaso. Eso s¨ª, no hay que generalizar. Y para defenderse del reproche de haber callado tanto tiempo, le escucharemos susurrar que mi intervenci¨®n no servir¨ªa de nada, o que todos har¨ªan lo mismo o, m¨¢s humildemente, que no tengo madera de h¨¦roe.
Hay que acostumbrarse a pensar sin la tramposa ayuda de los t¨®picos de uno y otro bando
A este ciudadano tanto tiempo asustado y remiso no le faltar¨¢n sus propios sonsonetes de apoyo. Si ya ha superado ese de que la pol¨ªtica es cosa de los pol¨ªticos, quedar¨¢ como un caballero al sentenciar que desapruebo lo que dices, pero defiendo tu derecho a decirlo (por m¨¢s que lo dicho sea una invitaci¨®n al atropello civil). Ganar¨¢ fama de sujeto reflexivo cuando pontifique que el problema es muy complejo y todav¨ªa aumentar¨¢ su cr¨¦dito si termina con un todos queremos la paz. A su entender, todo es negociable, incluida la verdad o la justicia de la reivindicaci¨®n en juego. De ah¨ª que a menudo concluyan que eso no lleva a ninguna parte, cuando hace tiempo que ha llevado ya al desastre. Y si alg¨²n d¨ªa no soportan la letan¨ªa de aquellos creyentes en su Pueblo escogido, bueno, que les den lo que piden y nos dejen en paz...
Pues, mire usted, ni unos ni otros t¨®picos. Tan c¨®modos pero tan falsos, ser¨¢ mejor que nos vayamos acostumbrando a pensar sin su tramposa ayuda. Quiero decir, a pensar con razones bien fundadas, no con torpes soflamas, lo que ser¨¢ una tarea bastante m¨¢s ardua que la mera aplicaci¨®n del art¨ªculo 155. Pero me temo que antes se querr¨¢ contentar a los muchos que llevan siglos sinti¨¦ndose ofendidos y humillados. No tengan ninguna duda: all¨ª se ha mentido tanto, se ha cre¨ªdo tanto, se ha disimulado tanto y confundido tanto y consentido tanto... que llevar¨¢ tiempo desmontar el tinglado y reconstruir una conciencia p¨²blica decente. A lo mejor vuelve a ser el momento, ?recuerdan?, de solicitar aquella indispensable educaci¨®n para la ciudadan¨ªa. No s¨¦, digo yo.
Aurelio Arteta es catedr¨¢tico jubilado de Filosof¨ªa Moral y Pol¨ªtica y autor de Tantos tontos t¨®picos.
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