El exhibicionismo de la felicidad
La tregua de la Navidad multiplica el estr¨¦s de la dicha y dilata los l¨ªmites de la hipocres¨ªa
La felicidad se ha convertido en una religi¨®n cuyo dogmatismo no hace otra cosa que malograrla. M¨¢s todav¨ªa cuando la redundancia de la felicidad navide?a impone sus rituales de ficci¨®n. Ninguno tan grande como el nacimiento de Dios hecho ni?o. Ni tan obligatorio como la concordia familiar o la hipocres¨ªa que fomenta la amistad de los compa?eros de trabajo.
Suelen premiarlos los patrones con el ama?o de una cena dadivosa. Y acostumbran a precipitarse los efectos contrarios a los urdidos, sobre todo porque el alcohol es el suero de la verdad que frustra la pretensi¨®n de la bonhom¨ªa y de la concordia. Especialmente cuando la agenda de la actualidad introduce argumentos incendiarios. Ll¨¢mese el proc¨¦s. Ll¨¢mese el ba?o del Bar?a al Madrid en la fiesta infantil del mundialito.
Felipe VI hizo el esfuerzo de invitarnos a enterrar el garrote unas horas. Su discurso parec¨ªa haberlo escrito el papa Francisco. Y fue un error tutear a los espa?oles. No ya porque hacerlo contradice la liturgia que emana de un antiguo poder sobrenatural, sino porque convierte al Monarca en un colega.
Amaos los unos a los otros, ven¨ªa de decirnos Felipe VI, pero la recomendaci¨®n cristiana que ya hab¨ªa proclamado Junqueras en el cautiverio de Estremera dif¨ªcilmente puede sobreponerse a la crispaci¨®n de los hogares, al derecho de injerencia del cu?ado, a la guerra fr¨ªa de la familia pol¨ªtica ¡ªla guerra caliente se declara siempre en la familiar biol¨®gica¡ª y a los propios l¨ªmites de la felicidad navide?a. Tantas veces nos la deseamos que parecemos dudar de ella.
Podr¨ªamos decirnos ¡°te acompa?o en el sentimiento¡±, una f¨®rmula acaso m¨¢s funeraria pero menos pretenciosa. Servir¨ªa para contener los comportamientos infantiles. No de los ni?os, que ni?os son, sino de los adultos. Que se ponen cuernos de reno voluntariamente. Y que entonan villancicos voluntariamente tambi¨¦n, acaso con la picaresca de las versiones blasfemas.
No es nueva la tregua de la Navidad. El amor es el odio en estado de reposo, pero la novedad de las redes sociales ha convertido la divulgaci¨®n y la propaganda de la propia felicidad en una obsesi¨®n estresante, en una nueva frontera de exhibici¨®n y en una patolog¨ªa social. M¨¢s que ser felices, necesitamos parecerlo. Y amontonar pruebas documentales de nuestra dicha en Instagram, en Facebook o en los fat¨ªdicos grupos de WhatsApp. Perseguimos ser aceptados. Necesitamos que nuestros amigos y allegados celebren el autoenga?o del ¨¦xtasis.
Pascal Bruckner, autor de un ensayo sobre La euforia perpetua, habla de la felicidad como la penitencia invisible. No porque reivindique la aspiraci¨®n de una vida desgraciada y triste en el camino expiatorio del masoquismo, sino porque el objetivo de llegar a ella en ausencia de dolor y de sufrimiento no hace otra cosa que alejarla y someterla al placebo del hedonismo, sin otra compa?¨ªa que la zambomba y la botella de an¨ªs.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.