Andr¨¦s
El escritor recuerda a su mejor amigo durante la adolescencia. Le perdi¨® la pista durante a?os y retomaron el contacto. Hoy impera la ausencia
PERDON? QUE te escriba por aqu¨ª, pero ya no puedo hacerlo de otro modo. Me estaba acordando de cuando eras mi mejor amigo, de las pendejadas que hac¨ªamos a los 14 y un poco m¨¢s tarde, cuando te gustaba poner esos ojos siniestros y brillantes, como si estuvieras sobando un talism¨¢n. Ambos hab¨ªamos le¨ªdo los mismos libros, escuchado los mismos discos, pero vos llegaste a la resoluci¨®n de que en todo eso hab¨ªa un plan, un destino. Y en la primera curva acabaste tom¨¢ndote no s¨¦ cu¨¢ntos tranquilizantes. Ca¨ªste en coma. Tardaste meses en recuperarte.
A esas alturas viv¨ªamos en Bogot¨¢ y vos ya eras graf¨®mano patol¨®gico y escrib¨ªas sin parar en unos cuadernos baratos y te daba igual si est¨¢bamos conversando o en medio de una fiesta, no dejabas de escribir nunca. Yo acercaba la vista a los papeles, pero no se entend¨ªa nada. Ten¨ªas una letra imposible y lo poco que se pod¨ªa leer no ten¨ªa ni pies ni cabeza, era un ovillo antinarrativo en llamas, y para rematar tambi¨¦n te gustaba usar varios colores y entonces la hoja se iba llenando m¨¢s bien como de im¨¢genes muy bonitas. Tus papeles ten¨ªan algo grotesco, algo involuntariamente popular, como si a trav¨¦s de esas graf¨ªas lograras transformarte en chatarrero, en gam¨ªn, en ladr¨®n, en prostituta, en reciclador de basura.
?Qu¨¦ habr¨¢ sido de esos cuadernos? ?A alguien se le habr¨¢ ocurrido que val¨ªa la pena conservarlos? C¨®mo me gustar¨ªa poder verlos otra vez.
?Qu¨¦ habr¨¢ sido de esos cuadernos? ?A alguien se le habr¨¢ ocurrido que val¨ªa la pena conservarlos?
Poco despu¨¦s empezaste tu viaje imparable: Arabia Saud¨ª, Egipto, Argelia, Marruecos. Ah¨ª te perd¨ª la pista durante a?os.
Cuando restablecimos el contacto ya te hab¨ªas vuelto pintor y eras asistente de un artista reconocido en Roma. Me mandaste fotos de tus cuadros y de tu novia en el sobre de una carta. Tu novia me pareci¨® muy guapa. Tus cuadros encajaban en eso que algunos ahora llaman con ligereza ¡°hiperrealismo¡±. En mi respuesta te escrib¨ª que los objetos gelatinosos que pintabas eran como bombas a punto de estallar, algo visto en el instante preciso en que se detona el explosivo pero la cosa todav¨ªa no pierde la forma. Te habl¨¦ de todo eso para no contarte lo mal que la estaba pasando yo en Madrid, en plena ca¨ªda libre.
Quiz¨¢s no eran tus cuadros los que estaban a punto de estallar. Quiz¨¢s era yo, mi materia de veintipocos a?os.
Ahora veo que esas fueron nuestras ¨²ltimas cartas. Ya no volvimos a escribirnos, ni a llamarnos por tel¨¦fono.
Hace poco me enter¨¦ de tu escapada a la casa de campo en las afueras de Roma con la excusa de pintar a solas unos d¨ªas. La preocupaci¨®n de tus amigos al ver que no regresabas. C¨®mo fueron a buscarte y c¨®mo te encontraron all¨ª, c¨®mo hab¨ªas dispuesto las cosas. La voluntad de estilo de la puesta en escena.
Todav¨ªa no s¨¦ c¨®mo tomarme ese relato, c¨®mo asumir la descripci¨®n de los hechos de tu suicidio. ?De veras te mataste? ?De veras lo hiciste? ?No lo hab¨ªas hecho antes ya? ?Te moriste dos veces? ?Y qu¨¦ pas¨® entre una muerte y la otra? ?D¨®nde est¨¢s, en qu¨¦ limbo?
En fin, amigo, ojal¨¢ puedas responder pronto.?
El escritor colombiano Juan C¨¢rdenas es autor de 'El diablo de las provincias' (Perif¨¦rica).
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