De una a otra izquierda
En esta era de globalizaci¨®n imparable, cuando se resquebraja la noci¨®n de soberan¨ªa absoluta y cualquier problema serio se plantea en t¨¦rminos transnacionales, hay quienes a¨²n siguen aferrados a excepcionalismos y mitolog¨ªas autorreferenciales
Barcelona, oto?o de 1907. Aparece el primer n¨²mero de Solidaridad Obrera, </CF>¨®rgano del nuevo sindicato de ese nombre, embri¨®n de la futura CNT. Su grabado de portada nos presenta a un trabajador adormecido bajo los efectos del opio. Pero su opio no es la religi¨®n. Su ensue?o est¨¢ presidido por una opulenta diosa-matrona tocada con una barretina que enarbola un escudo con las cuatro barras y una senyera con la inscripci¨®n: ¡°Autonom¨ªa de Catalu?a¡±; alrededor de ella, un grupo t¨ªpicamente ataviado baila una sardana. Otra figura femenina, presentada como real, intenta despertar al inconsciente obrero y atraerle hacia otra habitaci¨®n, donde debaten sus compa?eros de clase. El grabado se titula: ¡°?Proletario, despierta!¡±.
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Desde el d¨ªa mismo de su nacimiento, el sindicalismo antipol¨ªtico que encarnar¨ªa la CNT se enfrent¨® con el nacionalismo catal¨¢n. Hasta el nombre de su primera organizaci¨®n era una r¨¦plica de Solidaridad Catalana, alianza parlamentaria del a?o anterior que integraba, de carlistas a republicanos, a todo el arco pol¨ªtico catal¨¢n menos al radicalismo lerrouxista.
La izquierda antiparlamentaria tambi¨¦n se qued¨® al margen, porque por entonces era internacionalista. Opon¨ªa la solidaridad de clase a la m¨ªstica nacional, y las clases eran universales. Tras la revoluci¨®n, las patrias desaparecer¨ªan y, seg¨²n el sue?o ilustrado, toda la humanidad se fundir¨ªa en una organizaci¨®n pol¨ªtica fraternal. El primer grupo obrero espa?ol que se integr¨® en la AIT de Marx y Bakunin, durante la revoluci¨®n de 1868, se llam¨® Federaci¨®n Regional Espa?ola. Es decir, neg¨® a Espa?a la categor¨ªa de naci¨®n, rebaj¨¢ndola a ¡°regi¨®n¡±. Puestos a descender de pelda?o, Catalu?a se qued¨® en ¡°comarca¡± y, dentro de la Regional Espa?ola, se cre¨® la Federaci¨®n Comarcal Catalana. Renunciar al rango de naci¨®n, casi sacrosanto por entonces, era un generoso acercamiento a los vecinos, un reconocimiento de la gran familia humana y un indicio de la intenci¨®n de integrarse alg¨²n d¨ªa en una organizaci¨®n superior, europea primero y mundial m¨¢s tarde. No era mala idea: en vez de querer ser todos naci¨®n, renunciar todos a serlo. Podr¨ªamos relanzarla hoy.
Pero la vida da muchas vueltas y la visi¨®n progresista de la historia se equivoc¨® en sus previsiones. En la dura competencia entre clase y naci¨®n, la ¨²ltima derrot¨® a la primera. La prueba fue julio de 1914, cuando, al acumularse los nubarrones que anunciaban la gran tormenta b¨¦lica, los partidos socialistas franc¨¦s y alem¨¢n se vieron obligados a optar entre sumarse a la fiebre patri¨®tica o declarar la huelga general, como hab¨ªan anunciado que har¨ªan ante cualquier guerra imperialista. Los obreros franceses o alemanes demostraron sentirse m¨¢s franceses o alemanes que obreros.
El Kremlin rindi¨® al fin mayores honores a la gran patria rusa que al proletariado universal
Perdida la pureza revolucionaria por la socialdemocracia, vino a sucederla, como alternativa radical, el comunismo. Tras tomar el poder en la Rusia zarista, se propuso exportar la revoluci¨®n al resto del mundo. Pero la dificultad de la tarea le hizo renunciar a ello y conformarse con construir el para¨ªso obrero en un solo pa¨ªs. Al final, ya se sabe, el Kremlin acab¨® rindiendo mayores honores a la gran patria rusa que al proletariado universal.
En el per¨ªodo de intenso nacionalismo que vivido por la humanidad entre finales del siglo XIX y primera mitad del XX, la suprema ambici¨®n de cualquier comunidad humana fue alcanzar la categor¨ªa de naci¨®n, base de la soberan¨ªa y los derechos pol¨ªticos. Al rev¨¦s que los internacionalistas espa?oles de 1868, nadie acept¨® ya renunciar a tan prestigiosa etiqueta.
La izquierda, en general, se sum¨® a esa operaci¨®n, siempre que se tratara de nacionalismos estatales. Era comprensible, porque su ambici¨®n era conquistar el poder y transformar, desde ¨¦l, la estructura social. El Estado, la palanca que le permitir¨ªa llevar a cabo su proyecto redistributivo, deb¨ªa ser fuerte y para ello hab¨ªa que consolidar la base de su legitimidad, el sentimiento comunitario ¡ªfuera este pueblo, naci¨®n o clase¡ª. La izquierda revolucionaria no era liberal; le preocupaban poco las libertades individuales o los derechos de las minor¨ªas culturales. Y en nombre del pueblo, la patria o el proletariado, reg¨ªmenes socialistas o populistas tomaron m¨²ltiples medidas autoritarias, desp¨®ticas hacia los individuos o las minor¨ªas, pero indispensables para transformar revolucionariamente la jerarqu¨ªa social.
La izquierda espa?ola es de las pocas que se ha alineado con los nacionalismos perif¨¦ricos
Los defensores del Antiguo R¨¦gimen, en cambio, se resistieron tanto al ideal igualitario como al nuevo culto al Estado-naci¨®n y se refugiaron, contra ambos, en las viejas identidades geogr¨¢ficas o corporativas. Incluso se alzaron en armas contra los nuevos proyectos estatales, como hizo el carlismo espa?ol, una de cuyas banderas fue el foralismo. Los m¨¢s sofisticados pudieron presentarse como adalides de la ¡°sociedad¡±, frente al Estado, o de la ¡°libertad¡± frente a la arrasadora igualdad del jacobinismo y luego del leninismo; aunque frecuentemente llamaron libertades a los privilegios y derechos procedentes de siglos pret¨¦ritos que proteg¨ªan situaciones excepcionales. Algunas de esas defensas de las singularidades se acabaron fundiendo con los nacionalismos perif¨¦ricos o secesionistas, aspirantes a crear unidades pol¨ªticas ¨¦tnicamente homog¨¦neas y resguardadas frente a tormentas exteriores.
La izquierda espa?ola, o al menos parte de ella, no ha sido la ¨²nica pero s¨ª una de las pocas que han evolucionado en sentido contrario. Porque, en lugar de intentar reforzar el Estado central, y el sentimiento comunitario que lo legitima, se aline¨® con los nacionalismos perif¨¦ricos. Ocurri¨® ya entre algunos republicanos durante la Guerra Civil y se aceler¨® bajo el franquismo. Era comprensible, dado el ultraespa?olismo de la dictadura y el peso del catalanismo y el vasquismo entre las mitolog¨ªas movilizadoras de la oposici¨®n. Pero dej¨® de serlo tras la consolidaci¨®n de la democracia y la integraci¨®n en la Uni¨®n Europea.
En esta era de globalizaci¨®n imparable, cuando se resquebraja la noci¨®n de soberan¨ªa absoluta, desaparecen fronteras y monedas y cualquier problema serio se plantea en t¨¦rminos transnacionales, los enemigos de la unidad europea, ¨²nica utop¨ªa viva que aspira a superar el Estado-naci¨®n, son las derechas nacionalistas, defensoras de las viejas identidades soberanas. La izquierda espa?ola, caso raro, las acompa?a en las trincheras de los excepcionalismos y las mitolog¨ªas autorreferenciales. Lo cual rompe con su internacionalismo de ra¨ªz ilustrada. Y no es coherente con La internacional, ese himno que sigue a¨²n cantando en sus m¨ªtines y manifestaciones y que clama por la unidad del g¨¦nero humano para su emancipaci¨®n final.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es historiador.
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