Democracia en Latinoam¨¦rica
El presidencialismo no ha generado crisis sist¨¦micas que hayan acabado con el parlamentarismo
Hace tres d¨¦cadas, en plena discusi¨®n sobre las posibilidades de que las transiciones a la democracia desde Gobiernos autoritarios alcanzaran el nivel de la consolidaci¨®n democr¨¢tica, Juan J. Linz abri¨® un debate acad¨¦mico sobre las virtudes del parlamentarismo confrontadas con los vicios del presidencialismo.
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Frente a argumentos basados en la teor¨ªa de la dependencia mediante los que la inestabilidad pol¨ªtica era causada por la desigual relaci¨®n entre los pa¨ªses industrializados del centro y los de la periferia, se esgrim¨ªan otros que la vinculaban al papel del imperialismo estadounidense. Asimismo, hab¨ªa explicaciones que enfatizaban el lento proceso modernizador de Am¨¦rica Latina, o la desigualdad rampante, e incluso otras que pon¨ªan el acento en los efectos de la colonizaci¨®n ib¨¦rica y la presencia todopoderosa de la Iglesia cat¨®lica a la hora de desarrollar valores democr¨¢ticos. Pero nada se arg¨¹¨ªa del papel que pod¨ªan jugar las instituciones.
En 2018 se cumplen 40 a?os del inicio de las transiciones a la democracia latinoamericanas y hay evidencia emp¨ªrica suficiente para saber que la satanizaci¨®n del presidencialismo en la regi¨®n demanda notables matizaciones. Aventuro cuatro consideraciones que requieren evaluarse con detenimiento.
La primera es que el presidencialismo per se no ha generado crisis sist¨¦micas que pusieran fin a la democracia significativamente (Fujimori ¡ªen estos d¨ªas muy de moda por su m¨¢s que discutible indulto¡ª tuvo la actuaci¨®n m¨¢s relevante). Contrariamente, la pol¨ªtica latinoamericana ha sabido encauzar las crisis derivadas de la veintena de interrupciones presidenciales acaecidas, que representan el 12% del total de periodos presidenciales registrados. Hoy se puede afirmar que la democracia solamente se ha deteriorado dram¨¢ticamente en Nicaragua y Venezuela, pero no es atribuible al esquema institucional vigente.
La segunda, derivada de la idea de la legitimidad dual en un r¨¦gimen de separaci¨®n de poderes que en teor¨ªa llevaba irremediablemente a choques entre el presidente y el Congreso, configurado por una mayor¨ªa contraria al partido de aquel, apenas si se ha producido. Los presidentes en minor¨ªa es algo habitual en la pol¨ªtica latinoamericana, pudi¨¦ndose evidenciar tomando cualquier a?o al azar. En el panorama actual solo 7 de los 18 presidentes tienen una mayor¨ªa parlamentaria c¨®moda. Gobernar en minor¨ªa ha supuesto la introducci¨®n de mecanismos parlamentarios para generar mociones de censura que terminaran inhabilitando al presidente. Cuando se ha llevado a cabo esta pr¨¢ctica, se ha hecho violentando la Constituci¨®n (Honduras 2009), o articulando juicios pol¨ªticos poco claros (Paraguay 2012, Brasil 2016). Lo que ha sucedido sin ¨¦xito recientemente en Per¨² al aplicar el t¨¦rmino constitucional de ¡°incapacidad moral¡± recuerda lo que s¨ª fue factible en Ecuador en 1997 al declarar el Congreso la incapacidad mental del presidente Abdal¨¢ Bucaram.
La tercera se relaciona con el sistema de partidos. El presidente no suele ser el l¨ªder del partido y ello conduce a una compleja relaci¨®n con su grupo parlamentario. Llevada al l¨ªmite puede suponer que este termine volvi¨¦ndole la espalda como le sucedi¨® al venezolano Carlos Andr¨¦s P¨¦rez cuando su partido vot¨® en su contra en un juicio pol¨ªtico en 1993, o a Zelaya, a quien su partido tambi¨¦n le abandon¨® en 2009. La consecuencia es la proliferaci¨®n de candidatos que han configurado su capital pol¨ªtico original fuera de los partidos.
Finalmente, cabe argumentar que el presidencialismo es un juego en el que el ganador se lo lleva todo. No hay posibilidad de articular soluciones consociacionales. Adem¨¢s, los presidentes latinoamericanos tienen hist¨®ricamente rasgos preponderantes con respecto a los otros poderes del Estado. Cierto es que, como analiza Mercedes Garc¨ªa Montero, tienen poderes institucionales diferentes y act¨²an en contextos tambi¨¦n muy distintos, pero esto no les aleja de ser las figuras m¨¢s relevantes de sus sistemas pol¨ªticos. Ello ha comportado en la historia de la regi¨®n, pero muy claramente desde el inicio del presente siglo, una actuaci¨®n estrat¨¦gica de componedores de hegemon¨ªa por excelencia. Amparados por su fortaleza electoral personal, Hugo Ch¨¢vez, Evo Morales y Rafael Correa pudieron desarticular el orden constitucional vigente y sustituirlo por uno a su guisa. Algo que habr¨ªa sido mucho m¨¢s dif¨ªcil bajo el parlamentarismo.
Manuel Alc¨¢ntara S¨¢ez es profesor de la Universidad de Salamanca.
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