Un pa¨ªs paralizado
La democracia sufre cuando los pol¨ªticos son incapaces de acordar
Los espa?oles fueron convocados a las urnas en dos ocasiones muy recientes: en diciembre de 2015 y en junio de 2016. Los resultados de ambos comicios dibujaron un escenario de fragmentaci¨®n que obliga a partidos y l¨ªderes pol¨ªticos a buscar el acuerdo en los grandes temas que preocupan a la ciudadan¨ªa.
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Sin embargo, ni l¨ªderes ni partidos pol¨ªticos parecen haber entendido, y menos atendido, esa demanda. Al contrario, siguen encastillados en posiciones maximalistas, como si a?oraran los tiempos de la mayor¨ªa absoluta en los que la imposici¨®n sustitu¨ªa a la negociaci¨®n. Consecuencia de ello, asuntos de crucial importancia sobre los cuales no se puede demorar m¨¢s la actuaci¨®n, est¨¢n bloqueados o languidecen.
Pueden buscarse excusas en la cuesti¨®n catalana, que sin duda ha consumido enormes energ¨ªas. Pero no es de recibo escudarse en ella para evitar el acuerdo en materias tan importantes como las pensiones, la violencia de g¨¦nero, la reforma educativa, la precariedad laboral, la financiaci¨®n auton¨®mica o las medidas anticorrupci¨®n.
La reforma constitucional, deseable, pero hoy por hoy dif¨ªcil de vislumbrar en el horizonte, tampoco puede servir para explicar la falta de capacidad de llegar a acuerdos en un gran n¨²mero de temas que por su propia naturaleza requieren amplios consensos de car¨¢cter transversal.
El Parlamento, lejos de haberse visto revitalizado, se ha convertido en el foco de una par¨¢lisis que da?a la legitimidad de nuestro sistema pol¨ªtico. El bloqueo del plan de ayuda al empleo juvenil, dotado con 500 millones de euros, y que podr¨ªa beneficiar con 430 euros mensuales a 800.000 j¨®venes, no es sino un sangrante ejemplo de los brutales costes de esta par¨¢lisis.
Una vez m¨¢s se pone de manifiesto que no estamos tanto ante una crisis de la democracia representativa, ¨²nica manera, hoy por hoy, de gobernar sociedades abiertas y complejas, como de una crisis de aquellos que tienen que hacer funcionar la democracia: los partidos pol¨ªticos. Son ellos los que tienen que hacer valer los intereses de sus representados en el sistema pol¨ªtico y lograr acuerdos que les beneficien.
El Gobierno, con Rajoy a la cabeza, parece haber encontrado en la tarea de no gobernar, no reformar y no impulsar pol¨ªticamente, su estado ideal. Y el PSOE, principal partido de la oposici¨®n, lejos de proponerse como alternativa, solo aspira a minimizar sus derrotas. Mientras, Ciudadanos sigue conform¨¢ndose con desgastar al Gobierno desde el asiento de atr¨¢s y Podemos, empe?ado en cambiar de sistema en lugar de mejorarlo, ha abandonado hace tiempo todo intento de lograr cambios tangibles que beneficien a sus votantes, en su inmensa mayor¨ªa j¨®venes cuyo futuro de precariedad y desigualdad desatienden.
La democracia se legitima, ante todo, por los resultados. Y los resultados de nuestra democracia son, cada d¨ªa que pasa, m¨¢s escasos. El pragmatismo y la disposici¨®n al acuerdo, el llamado consenso, que tan buenos resultados ha dado a este pa¨ªs, parece haberse evaporado, siendo sustituido por el tacticismo y la mediocridad. Espa?a no puede permitirse otro a?o de par¨¢lisis y anquilosamiento en el que los grandes problemas queden desatendidos. Es urgente recuperar el pulso pol¨ªtico y la pulsi¨®n por el acuerdo.
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