Una decisi¨®n noble
La renuncia del embajador de EE UU en Panam¨¢ ejemplifica la labor de un diplom¨¢tico
El 12 de enero se hizo p¨²blica la renuncia del embajador de Estados Unidos en Panam¨¢. Junto con el encargado de negocios norteamericano en Pek¨ªn, se trata del ¨²nico par de jefes de misi¨®n bajo Donald Trump en negarse a seguir siendo sus representantes ante otro gobierno.
John Feeley fue consejero pol¨ªtico en la embajada estadounidense en M¨¦xico a principios de este siglo, y despu¨¦s Vicejefe de misi¨®n entre 2009 y 2012 y tiene muchos y buenos amigos en M¨¦xico, entre los cuales me siento orgulloso de contarme. La nota que escribo debe leerse en ese contexto.
Habiendo sido marine, Feeley ingres¨® al servicio exterior de su pa¨ªs hace treinta a?os. As¨ª explic¨® su renuncia: ¡°Como joven funcionario del servicio exterior, firm¨¦ un juramento de seguir lealmente al presidente y a su administraci¨®n de manera apol¨ªtica, aun cuando pudiera no estar de acuerdo con algunas posturas determinadas. Mis mentores me aclararon que, si yo llegaba a creer que no pod¨ªa cumplir ese juramento, mi honor me obligar¨ªa a renunciar. Ese momento ha llegado¡±. En sus diversos cargos, Feeley transit¨® por uno de los momentos m¨¢s dif¨ªciles de la historia de las relaciones entre M¨¦xico y Estados Unidos en 2010, cuando el presidente Felipe Calder¨®n expuls¨® al Embajador Carlos Pascual de M¨¦xico (entonces jefe y amigo de Feeley), con el pretexto de un cable de WikiLeaks, pero en realidad por haberse relacionado amorosamente con la hija de un alto dirigente del PRI (entonces partido de oposici¨®n). Aunque la Secretaria de Estado Hillary Clinton reconoci¨® en sus memorias que se trat¨® del momento m¨¢s doloroso de su gesti¨®n, acept¨® sin mayores miramientos la expulsi¨®n. Actitud que algunos pudieran haber cuestionado. Feeley no.
Pero Trump rebas¨® el l¨ªmite de lo aceptable para Feeley, incluso antes de haberse referido a Hait¨ª, El Salvador y a varios pa¨ªses africanos en los t¨¦rminos que lo hizo. Su decisi¨®n refleja el dilema que viven todos los integrantes de un servicio civil de carrera, como lo es el servicio exterior en la mayor¨ªa de los pa¨ªses. Por un lado, trabajan para el Estado, y su lealtad se debe precisamente al Estado, no al presidente de turno. Pero en pol¨ªtica exterior, las decisiones presidenciales revisten un peso espec¨ªfico que no siempre puede ser ignorado. En M¨¦xico tuvimos el caso de Octavio Paz, miembro del Servicio Exterior Mexicano, quien solicit¨® licencia en 1968 despu¨¦s de la matanza de Tlatelolco, un acto de pol¨ªtica interna que sin embargo imposibilit¨® la estad¨ªa del poeta en la India como representante del Estado.
Tanto en Am¨¦rica Latina como en Europa, abundan las circunstancias que a lo largo de los ¨²ltimos cincuenta a?os han llevado a numerosos diplom¨¢ticos de carrera a ¡°bellos gestos¡± como el de Feeley. El costo es elevado: con 56 a?os de edad, John Feeley pose¨ªa un futuro atractivo en el Departamento de Estado.
Por eso es tan noble y encomiable su decisi¨®n, y tan aleccionadora. Hay momentos en la vida de un funcionario, a¨²n de carrera, cuando su permanencia en un gobierno resulta intolerable, porque lo vuelve c¨®mplice de comportamientos reprobables. Cada quien tiene su propio l¨ªmite, y los de un funcionario no son extrapolables a otro.
El ejemplo sirve para comprender y cuestionar la obcecaci¨®n de personas en teor¨ªa dotadas de ciertos principios en el gobierno de Trump. En particular de los llamados cuatro adultos: los generales Kelly, MacMaster y Mattis, y el secretario de Estado Tillerson. Se supone que estos personajes arriesgan algo al persistir en su af¨¢n de mantenerse al lado de su exc¨¦ntrico jefe extremista. Disponen de prestigio propio, criterio acad¨¦mico, cosmopolita o empresarial, y de cierto sentido del Estado.
El pretexto para justificar su permanencia en la administraci¨®n tiende a ser que sin ellos todo ser¨ªa peor. Alegan que solo ellos ponen orden y evitan una cat¨¢strofe. Sabemos que nadie es indispensable, pero este tipo de explicaciones adem¨¢s de ser falsa, debe ser inaceptable para una persona de bien. Nadie puede afirmar que una alternativa puede ser peor que el statu quo, pero cualquiera comprende que, si el statu quo es impresentable, hay que hacerse a un lado. Lo otro es oportunismo disfrazado de falso hero¨ªsmo.
Jorge G. Casta?eda fue ministro de Asuntos Exteriores de M¨¦xico.
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