Iglesia y feminismo
Solo faltaba que el Papa, buen hombre visiblemente corto a la hora de ajustar teolog¨ªa y modernidad, resucitase la figura del demonio
A fines del siglo XIX Oskar Panizza escribi¨® El concilio del amor, pieza sat¨ªrica donde los principales actores de la vida celestial viv¨ªan en un ambiente comparable a la corte de los Borgia. El m¨¢s activo era Mar¨ªa, quien desde su virginidad no soportaba la generalizaci¨®n del placer imperante sobre la tierra. As¨ª que toma al Diablo como aliado para que encuentre un medio que ponga fin a los felices excesos de los humanos. Su recurso ser¨¢ la s¨ªfilis, que durante siglos castig¨® en este mundo el ejercicio libre de la sexualidad.
La met¨¢fora blasfema de Panizza responde a un hecho real: la desconfianza secular de la Iglesia ante toda actividad sexual ajena al fin de la procreaci¨®n, y la condena rotunda de la misma fuera del matrimonio. El polo positivo de esta argumentaci¨®n maniquea residir¨ªa en el protagonismo de la familia, pero siempre dentro de una distribuci¨®n de roles que sit¨²a a la mujer en un plano inferior, incluso en el sexo matrimonial, y adem¨¢s como causa inmediata, provocadora del pecado.
En los a?os 60, con el Concilio de un lado y la invenci¨®n de la p¨ªldora por otro, surgi¨® la oportunidad de un cambio que no tuvo lugar. La prohibici¨®n por Pablo VI de la p¨ªldora anticonceptiva fue acompa?ada por el refrendo a una posici¨®n tradicional, edulcorada eso s¨ª con menciones m¨¢s positivas al papel de la mujer. Pero la Iglesia no tragaba ni traga con el feminismo, y menos aun cuando este potencia formas de acci¨®n sexual aut¨®nomas.
Solo faltaba que el Papa Francisco, buen hombre visiblemente corto a la hora de ajustar teolog¨ªa y modernidad, resucitase la figura del demonio. Los diablillos salpicaban la escritura antirracionalista de Ratzinger, pero en Francisco es el demonio, la fuente del mal, quien anda por ah¨ª infiltr¨¢ndose en la vida cotidiana de los hombres, llev¨¢ndoles a la mundanalidad. El diablo est¨¢ entre nosotros, vista de Prada o de Adolfo Dom¨ªnguez. (M¨¢s bien habr¨ªa que lamentar el distanciamiento de Francisco del mundo real, observable en su insensibilidad ante la falta de democracia en pa¨ªses latinoamericanos o problemas internos a la Iglesia como la pederastia).
Pero la ciza?a est¨¢ sembrada, como aliciente para la afirmaci¨®n de un tradicionalismo agresivo, al abordar temas sexuales y, espec¨ªficamente, el de la mujer. Escuchemos al obispo Munilla, hablando del aborto como un ¡°genocidio femenino¡± y de que, al asumir una ideolog¨ªa de g¨¦nero, la mujer permite que el diablo meta un gol desde el feminismo. Met¨¢fora burda, signo de la agon¨ªa intelectual de una instituci¨®n que dilapida el legado del Evangelio.
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