La respuesta es el silencio
La protecci¨®n de grupos vulnerables convive hoy con la impunidad de discursos nauseabundos en las redes. La ¨²nica pol¨ªtica posible para no magnificar el alcance de las afrentas es evitar en lo posible las persecuciones legales
Hace ya m¨¢s de 30 a?os, fui testigo de algo que ilustra bien lo que estamos padeciendo estos meses. Una pel¨ªcula de Godard, titulada Je vous salue Marie, que pretend¨ªa una revisi¨®n del mito cat¨®lico de la Anunciaci¨®n y virginidad de Mar¨ªa, algo exhibicionista, pesada y discutible, provoc¨® un esc¨¢ndalo may¨²sculo. Hasta el mismo papa Wojtyla, con su testarudo integrismo, sali¨® a la palestra para declarar que ¡°hiere profundamente el sentimiento de los cristianos¡±. En Espa?a, una nutrida tropa de j¨®venes fan¨¢ticos dio en ponerse a rezar el rosario a la puerta de las salas que la proyectaban. El resultado: una cinta que hubiera resistido dos meses en cartel solo por el fervor de cuatro cin¨¦filos convoc¨® a miles de espectadores. Todos supimos de ella, y acudimos presurosos a ver el bodrio. Y eso que entonces no hab¨ªa redes sociales.
Otros art¨ªculos del autor
Es lo que estamos viviendo estas semanas entre nosotros. La estupidez de prohibir o perseguir alguna obra multiplica el apetito por verla o defenderla. Y as¨ª, una cantinela o rap de ¨ªnfima calidad literaria y detestable gusto ha podido ser escuchado por todos los ciudadanos, lo que era impensable sin mediar la persecuci¨®n. O una ocurrencia fotogr¨¢fica irrelevante como arte e irrelevante como consigna pol¨ªtica, se ha transformado en un objeto de general curiosidad y deseo. Ambos artistas est¨¢n obteniendo ya ping¨¹es ganancias. Por su parte, un presunto afectado en su honor por la narrativa de un libro-reportaje riguroso sobre el tr¨¢fico de droga en Galicia ha conseguido hacerlo un ¨¦xito de ventas simplemente con una demanda seguida de un desafortunado secuestro judicial del libro. Cualquiera que fuera la intenci¨®n del demandante, entre ¨¦l y el juez han conseguido que todos sepamos ya de sus andanzas de hace a?os. Algunos de los perseguidos est¨¢n naturalmente frot¨¢ndose las manos. Hasta el punto de que el supuesto vate ha insistido en su rap y en sus insultos tras ser condenado, seguramente para provocar una nueva reacci¨®n y hacer m¨¢s caja.
Los l¨ªmites de la libertad de expresi¨®n siempre han sido dif¨ªciles de establecer. Si aceptamos que se puede delinquir con palabras o im¨¢genes, tenemos que admitir que esos l¨ªmites existen. Pero dibujarlos no es nada f¨¢cil. El magistrado americano Oliver Wendell Holmes dec¨ªa que no se puede gritar falsamente ¡°?fuego!¡± en un teatro abarrotado, provocando una estampida humana. Pero hay demasiados casos que no est¨¢n tan claros. Nos lo acaba de recordar la Corte de Estrasburgo al afirmar que quemar retratos de autoridades no es incitaci¨®n a la violencia ni discurso de odio. Est¨¢, pues, amparado por la libertad de expresi¨®n.
No debemos multiplicar por nuestra cuenta los efectos que nos perjudican
Detesto a quienes andan por ah¨ª quemando cosas. Se les ha visto demasiadas veces pasar de quemar unas a quemar otras (libros, por ejemplo). Pero admito que puedan verse como actos simb¨®licos de protesta pol¨ªtica. Cada uno protesta como le da de s¨ª el cerebro. Pero los l¨ªmites, como vemos, son inciertos. Algunos periodistas pretenden incluso que no los hay. Eso les permite injuriar, manipular, tergiversar, denigrar, etc¨¦tera, so capa de libertad de informaci¨®n. Y luego se escandalizan p¨²dicamente con las diatribas de Trump contra las fake news.
Adem¨¢s, la libertad de expresi¨®n tiene hoy que actuar en dos escenarios nuevos y contradictorios que no exist¨ªan tan solo hace 30 a?os. El primero es el de la sensibilidad, a veces impostada, de ciertos grupos y minor¨ªas que han dado en alentar las prohibiciones de ciertos discursos odiosos o discriminatorios porque hieren la dignidad de sus miembros. El segundo es el de las redes sociales y la realidad de Internet.
En el primer escenario los l¨ªmites de la libertad de expresi¨®n tienden a reducirse, pues los partidarios de esa pol¨ªtica han logrado incluir ciertas conductas expresivas como delitos en los c¨®digos penales. Esto amenaza esa libertad y sus parientes cercanas, porque las minor¨ªas pueden ser artificiales y las ofensas inventadas. Estos d¨ªas los dirigentes de UPL han afirmado que ¡°se ha insultado a los leoneses¡± porque unos medievalistas han concluido en un seminario acad¨¦mico que Le¨®n no fue la cuna del parlamentarismo. Y eso amenaza la libertad de c¨¢tedra.
El derecho es lento y torpe comparado con el anonimato y la capacidad de camuflaje de la Red
En el segundo escenario, la ampliaci¨®n de esas libertades es imparable, porque el derecho como m¨¦todo de control de conductas es lento y torpe comparado con la agilidad, el anonimato y la capacidad de camuflaje de la Red. Adem¨¢s, la web est¨¢ m¨¢s all¨¢ de la territorialidad propia del derecho estatal; como dicen algunos especialistas, carece de soberano. Sus efectos pueden ser por ello los que antes mencionaba: cada prohibici¨®n, amenaza o sanci¨®n desencadena una catarata de reproducciones del texto o la imagen perseguida, produciendo as¨ª una reiteraci¨®n incontrolable de las expresiones que se pretend¨ªan limitar. En estos d¨ªas vamos a ver muchas veces esa quema de los retratos del Rey que solo hab¨ªan visto cuatro gatos en una triste plaza de Girona.
Estamos, pues, ante un horizonte parad¨®jico. El progreso moral que podr¨ªa suponer la demanda de protecci¨®n de la dignidad de individuos, grupos y minor¨ªas vulnerables tiene que convivir con la impunidad de tantos discursos nauseabundos como se depositan todos los d¨ªas en las redes. Lo mejor del ser humano se expresa en aquello; lo peor en esto. Quiz¨¢s hayamos estado siempre condenados a movernos entre lo uno y lo otro, pero ahora vivimos en el seno de una ret¨ªcula comunicativa ingobernable que puede multiplicar exponencialmente las muestras de esa degradaci¨®n y las consiguientes afrentas a individuos o grupos. La ¨²nica pol¨ªtica que cabe para minimizar la estupidez de multiplicar los v¨®mitos repulsivos o las toscas ocurrencias que circulan por ella es evitar en la mayor medida posible las persecuciones legales. Adoptar tendencialmente la directriz de no enfrentarlos, salvo excepcionalmente. Es decir, limitar al m¨¢ximo los supuestos de hecho que dan lugar a sanciones o prohibiciones.
Y para ello no necesitamos apelar a principios, que los hay, y son los que nos empujan a defender con repugnancia moral el ultraje del rapero, la insidia del fot¨®grafo, o la burda protesta del incendiario. Solo necesitamos pensar en lo que supone que seamos nosotros los que multipliquemos semejantes expresiones. Es decir, hemos de pensar en la perversi¨®n est¨²pida que supone provocar unos efectos contrarios a lo que deseamos. Ignorarlos es la ¨²nica manera de que, dada su liviana catadura, permanezcan en el silencio que merecen. No los transformemos en actores privilegiados de un di¨¢logo al que no tienen t¨ªtulo alguno. Silencio. Nada m¨¢s. No ofende quien quiere sino quien puede.
Francisco J. Laporta es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa del Derecho de la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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