Queridos fan¨¢ticos, cambiemos de tema
En la edad de plata de la supuesta conversaci¨®n en red, lo que hay es silencio y reconcomo
En el equipaje llevamos, entre libros, camisetas, esl¨®ganes y buenas intenciones, una dosis abundante de fanatismos y de microfanatismos. ¡°Nos gusta escuchar al otro¡±, me dec¨ªa ayer un se?or que esperaba de madrugada a que llegara el peri¨®dico a la estaci¨®n de Girona, hasta que en la conversaci¨®n irrumpe la palabra ¡°Madrid¡±. ¡°Y entonces ya la hemos jodido¡±.
En esta etapa de la conversaci¨®n nacional que se libra en Catalu?a y amplios alrededores el l¨ªmite es ese, ¡°Madrid¡±. Lo ha hecho Madrid, lo que se propone Madrid, lo que piensa Madrid. Joder con Madrid, qu¨¦ bien resistes. Pues en Madrid se para todo, dec¨ªa el se?or gerundense, y ya la culpa es de otro. Rafael Azcona le preguntaba a un arriesgado productor de cine c¨®mo hac¨ªa para pagar las deudas. ¡°Pido un cr¨¦dito y ya la culpa es del Banco¡±.
Como dice Milena Busquets, esto tambi¨¦n pasar¨¢. Y entonces el l¨ªmite en el que ahora se acaban las formalidades ser¨¢ otra palabra, un nombre propio, un lugar geogr¨¢fico, o un lugar com¨²n. Ay, los lugares comunes. Un d¨ªa se dir¨¢: ¡°Espa?a, capital Lugar Com¨²n¡±. Y as¨ª, hasta el Juicio Final.
Fanatismos y microfanatismos, esos son nuestros padecimientos. En la edad de plata de la supuesta conversaci¨®n en red, lo que hay es silencio y reconcomo. Queremos que hable el otro, pero hasta cierto punto. Ah, de eso no se habla, eso no se toca, deja de joder con la pelota. En su libro Queridos fan¨¢ticos (Siruela, acaba de salir), el israel¨ª Amos Oz explica una frase de Winston Churchill, creador de refranes sabrosos. ¡°Un fan¨¢tico es una persona que de ning¨²n modo cambia de opini¨®n y de ning¨²n modo permite que se cambie de tema¡±.
Ahora la conversaci¨®n est¨¢ detenida, en el aire; si alguien la pincha e introduce pongamos que ¡°Madrid¡± ya truena el universo y empiezan a caer palabras mayores y se abre el infierno del desentendimiento. Dice Oz, que tiene en el fanatismo a la puerta de su casa: ¡°El fan¨¢tico desea apresurarse a cambiar este mundo malo por ?un mundo que es todo bondad?, el ?otro mundo` (con o sin las setenta y dos v¨ªrgenes que lo aguardan all¨ª como premio y recompensa por el sacrificio)¡±. Sin bajarse del p¨¢rrafo, Oz cuenta: ¡°Muchas veces los fan¨¢ticos imaginan el ?otro mundo` con las diversas tonalidades propias del kitsch edulcorado¡±.
Vivimos en un pa¨ªs defectuoso. Da la impresi¨®n, como en la distinci¨®n enunciada por Sartre, que el infierno son los otros, que en nuestro jard¨ªn pastan los buenos y que los malos vienen del extrarradio. Y viceversa. Lo que dec¨ªa Churchill ya lo dijo Joyce: ya que no podemos cambiar de pa¨ªs cambiemos de conversaci¨®n. O por lo menos, no la destruyamos simplemente porque el otro no est¨¦ de acuerdo con nuestros deseos. Lo advierte con sosegada sabidur¨ªa el viejo Amos Oz, al que aqu¨ª le caer¨ªa la ira de los que monopolizan la raz¨®n dial¨¦ctica: ¡°El fan¨¢tico, de hecho, es alguien que solo cabe contar hasta uno (¡), casi siempre tiende a revolcarse por placer en una especie de sentimentalismo agridulce, compuesto de una mezcla de ira ardiente y autocompasi¨®n pegajosa¡±.
Pero que no se hagan ilusiones los otros. Una vez que se enciende el fuego del fanatismo todos nos quemamos del mismo mal. Ahora estamos en medio del incendio, pero, cuidado, s¨®lo de un lado se grita fuego.
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