El ¡®vozhd¡¯ vuelve a Rusia
Putin capitaliza una memoria que presenta el periodo comunista como una etapa de plenitud nacional, de liderazgo incontestable y de unidad ante el enemigo. Encarna, sobre todo, la autoestima recuperada de un pueblo
El pasado 20 de marzo, este peri¨®dico informaba del enigm¨¢tico tuit con el que Margarita Simoni¨¢n, directora del canal de televisi¨®n ruso RT, celebraba el ¨¦xito de Vlad¨ªmir Putin en las recientes elecciones presidenciales: ¡°Antes era nuestro presidente; ahora ser¨¢ nuestro vozhd¡±. Sus palabras recordaban el culto a la personalidad de los tiempos de Stalin, tributado esta vez a quien, gracias a su aplastante victoria electoral, pasaba de ser un l¨ªder al uso, a la manera ef¨ªmera de los dirigentes occidentales, a un vozhd (jefe o caudillo) a la antigua usanza, dotado de un poder carism¨¢tico sin fecha de caducidad. Si la victoria de Putin ha venido acompa?ada de m¨²ltiples acusaciones a Occidente por supuestas injerencias en Rusia, en medios occidentales se han subrayado las crecientes similitudes entre la Rusia actual y la Uni¨®n Sovi¨¦tica, por ejemplo, en la falta de un sistema electoral realmente competitivo. Calificar a Putin de vozhd, como hace Margarita Simoni¨¢n en su tuit ¡ªalgo que, por cierto, ya hab¨ªan hecho algunos analistas occidentales, y no precisamente para ensalzar su figura¡ª, era como reconocer que Rusia volv¨ªa al pasado, tras el largo bucle hist¨®rico iniciado con la perestroika. Ella misma daba por cerrada una larga etapa de quiero y no puedo de un pa¨ªs que durante demasiado tiempo se hab¨ªa mirado obsesivamente en el espejo de Occidente. La cuesti¨®n es saber a qu¨¦ pasado nos devuelve la a?orada y ahora reencontrada figura del vozhd.
Con Stalin viv¨ªamos mejor, debieron de pensar algunos rusos al votar en las elecciones
Aunque a menudo se asocia con Stalin y su ¨¦poca, vozhd es una antigua palabra rusa anterior al estalinismo y a la propia revoluci¨®n bolchevique y contraria, por tanto, al adanismo sovi¨¦tico: la idea de que lo nuevo ven¨ªa a acabar con lo viejo. ?Tambi¨¦n con su lenguaje? Tal vez no. En un art¨ªculo escrito hacia 1920, aunque publicado poco despu¨¦s de su muerte, Lenin lamentaba la man¨ªa que observaba en la prensa sovi¨¦tica de utilizar palabras extranjeras, dificultando as¨ª su comprensi¨®n por las masas. ¡°?No ha llegado la hora de declararle la guerra al maltrato que sufre la lengua rusa?¡±, se preguntaba el nuevo vozhd bolchevique. La palabra se aplic¨® efectivamente al padre de la revoluci¨®n, sobre todo tras su muerte en 1924, consagr¨¢ndolo como una figura providencial inmune al paso del tiempo, como su cuerpo embalsamado. El uso del t¨¦rmino contribu¨ªa a reconciliar el pasado con el futuro, los sue?os de la Rusia eterna con las realizaciones de los s¨®viets, y a crear en torno a Lenin y a la revoluci¨®n una religi¨®n pol¨ªtica capaz de arraigar en las masas. Esa dimensi¨®n religiosa del bolchevismo, se?alada ya por los primeros viajeros occidentales a la URSS ¡ªKeynes, entre otros¡ª, se tradujo muy pronto en un nuevo culto a Stalin como sucesor de Lenin y encarnaci¨®n de su esp¨ªritu visionario y protector. En diciembre de 1928 aparece ya como vozhd en los art¨ªculos conmemorativos que Pravda dedica a su 50? cumplea?os. Durante alg¨²n tiempo tuvo que compartir tal apelativo con otros l¨ªderes, como Kalinin, Zhdanov y Kirov, pero el asesinato de este ¨²ltimo y el impacto del terror en la c¨²pula del poder sovi¨¦tico despejaron el camino de Stalin hacia el monopolio de tan preciado t¨ªtulo, que a finales de los a?os treinta qued¨® definitivamente unido a su nombre en f¨®rmulas cada vez m¨¢s rutinarias y empalagosas, como los v¨ªtores de rigor que los dirigentes del partido dedicaban a ¡°nuestro querido vozhd, maestro y amigo de nuestra patria sovi¨¦tica¡±.
Su poder absoluto favoreci¨® una interpretaci¨®n nacionalista del papel de la URSS como continuadora de la vieja Rusia por otros medios, tan brutales o m¨¢s que en el pasado, pero m¨¢s efectivos. ?l mismo se lo explic¨® a su c¨ªrculo m¨¢s ¨ªntimo en una cena celebrada en noviembre de 1937 en casa de Voroshilov: los zares hicieron muchas cosas mal, pero dejaron una gran naci¨®n que los bolcheviques ten¨ªan que preservar y engrandecer. Qu¨¦ mejor que la vieja voz vozhd para expresar ese v¨ªnculo invisible entre el arcaico nacionalismo de la Rusia zarista y el imperialismo redentor de los s¨®viets. Cuando la victoria en la II Guerra Mundial llev¨® a su paroxismo el culto a la personalidad, la palabra vozhd se qued¨® peque?a y el caudillo se convirti¨® en generalissimus (Generalissimus Sov¨¦tskogo Soyuza), seg¨²n el nombre que le otorgaron los suyos en junio de 1945. Caudillo y general¨ªsimo a la vez, ?les suena?
Putin ha agrupado en torno a s¨ª al electorado conservador, comunista y nacionalista
Con Stalin viv¨ªamos mejor, debieron de pensar algunos compatriotas de Putin al votarle en las recientes elecciones presidenciales. Pocos rusos pueden hablar hoy con conocimiento de causa de aquella ¨¦poca terrible, pero en la Rusia actual pervive una cierta memoria hist¨®rica, no necesariamente comunista, que la presenta como una etapa de plenitud nacional, de liderazgo incontestable y de unidad ante el enemigo. Estos son los sentimientos que hoy en d¨ªa capitaliza Vlad¨ªmir Putin, s¨ªmbolo de la continuidad del Estado, al que sirvi¨® como oficial de la KGB, y de un nacionalismo panruso que con Stalin alcanz¨® su m¨¢ximo esplendor. Putin encarna sobre todo la autoestima recuperada de un pueblo que se siente temido en el exterior y que puede reconocerse al menos en alguno de los ingredientes ideol¨®gicos y simb¨®licos de la nueva autocracia, desde la bandera y el escudo zaristas hasta el himno nacional de la etapa estalinista, restaurado por Putin, y la ¨¦pica antifascista de la Gran Guerra Patria, conmemorada cada a?o en el desfile de la Victoria de la Plaza Roja de Mosc¨². En el que se celebr¨® el pasado 9 de mayo, la bandera tricolor zarista comparti¨® honores con la bandera roja con la hoz y el martillo. No es de extra?ar que, seg¨²n afirmaba Margarita Simoni¨¢n en uno de sus tuits, Vlad¨ªmir Putin haya agrupado en torno a su candidatura al electorado conservador, comunista y nacionalista.
El pasado es impredecible, dice un proverbio ruso. Y sirve para cualquier cosa, especialmente en Rusia. Cuando gan¨® las anteriores elecciones presidenciales, en marzo de 2012, Putin lanz¨® un desafiante discurso contra Occidente por haber querido destruir a su pa¨ªs. Su encendida soflama patri¨®tica conclu¨ªa con unas palabras siempre gratas al pueblo ruso: ¡°?No pasar¨¢n!¡±. Su reelecci¨®n seis a?os despu¨¦s, aumentando su ventaja sobre sus competidores, y su condici¨®n oficiosa de vozhd del siglo XXI, agrandan la brecha cultural y pol¨ªtica con Occidente, prisionero m¨¢s que nunca de su incapacidad para entender a Rusia. ¡°Un acertijo envuelto en un misterio metido en un enigma¡±, as¨ª la defini¨® Churchill en 1939, en pleno estalinismo, y as¨ª nos sigue pareciendo en tiempos del nuevo vozhd.
Juan Francisco Fuentes es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea en la Universidad Complutense de Madrid y Visiting Senior Fellow en el IDEAS Centre de la London School of Economics
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