La inocencia y el maldito Estado
Para ganar al nacionalismo hay que entender su noci¨®n de progreso, que se funda en unas premisas identitarias corrosivas para la democracia
?Por qu¨¦ persiste el nacionalismo en sociedades avanzadas como la nuestra? Numerosas personas se formulan esta pregunta llevadas por la supuesta evidencia de que el nacionalismo es una ideolog¨ªa reaccionaria que el progreso deber¨ªa haber arrojado al basurero de la historia.
El puente que tiende el nacionalismo entre la cultura y la pol¨ªtica est¨¢ lleno de agujeros negros. Que la investigaci¨®n filol¨®gica y erudita sobre asuntos como la lengua, las canciones, el folclore y los mitos llegue a convertirse en la punta de lanza de una estrategia para conquistar el poder, y fundar este sobre bases ¨¦tnicas y ling¨¹¨ªsticas homog¨¦neas, plantea numerosos problemas. No siendo el menor de ellos postular que un hecho tan evanescente como la identidad cultural, sea esta lo que sea, no solo puede documentarse, sino que se debe partir de esa prueba documental para exigir, ni m¨¢s ni menos, el reconocimiento de tal identidad como un sujeto pol¨ªtico por derecho propio. En esta arriesgada operaci¨®n ¡ªmediante la que se crea un absoluto moral desde una realidad hist¨®rica, como m¨ªnimo, cuestionable¡ª radicar¨ªa esa sospecha que hoy comparten muchas personas de que el nacionalismo es una ideolog¨ªa reaccionaria que poco tiene que ver con las libertades individuales, el Estado de derecho y la democracia representativa. Sin embargo, aquella sospecha da por buenos demasiados t¨®picos sobre el nacionalismo que conviene someter a revisi¨®n para formarnos una idea m¨¢s compleja del fen¨®meno, y entender por qu¨¦ el progreso no ha logrado acabar con ¨¦l y sigue contando con un importante respaldo popular.
Cuando nos tomamos en serio el nacionalismo y, por ejemplo, leemos a uno de los fundadores de dicha ideolog¨ªa, el pensador alem¨¢n Johann Gottfried Herder (1744-1803), se constata que el argumento nacionalista aparece en la crisis del Antiguo R¨¦gimen como una perspectiva extremadamente cr¨ªtica con la Ilustraci¨®n oficial y reformista. Este nacionalismo habr¨ªa identificado, en la alianza entre reyes, nobles y fil¨®sofos, la corrupci¨®n del mensaje original y emancipador de la Ilustraci¨®n.
Enfrent¨¢ndose a las pol¨ªticas centralizadoras y modernizadoras del reformismo ilustrado, dicho nacionalismo dilucid¨®, en las ideas de pueblo y humanidad, el horizonte de un mundo de culturas hermanadas, vitalmente animado por la singularidad e identidad de cada una de ellas y por la ¡°inocencia no culpable¡± de las ¡°pobres gentes¡±, sometidas a la regla uniformadora del ¡°maldito Estado¡±.
Si algo comparten el discurso populista, el multicultural y el nacionalista es un temple ideol¨®gico rebelde y emocionalmente cargado
Esta primera e influyente versi¨®n del nacionalismo utiliza estrat¨¦gicamente el culto a los or¨ªgenes, inventa, con gran audacia, la panacea del pueblo puro y aut¨¦ntico para derribar lo existente y construir una sociedad ajena a la l¨®gica del poder y la desigualdad. Y ello con la vista puesta en un reino de f¨¢bula donde las ¡°pobres gentes¡±, los hombres an¨®nimos por cuyas venas fluye el caudal redentor de la cultura, se liberar¨ªan del ¡°maldito Estado¡± y podr¨ªan autodeterminarse y ser independientes, cumpliendo as¨ª la promesa emancipadora, universalista e igualitaria de la verdadera Ilustraci¨®n.
Herder ofrece una posible respuesta a nuestra perplejidad ante la persistencia del nacionalismo. En la obra del pensador alem¨¢n, asistimos al ca¨®tico y confuso parto de una ideolog¨ªa con indudables credenciales progresistas. Este nacionalismo critica a las ¨¦lites, alaba la pureza de las emociones, sospecha de los Estados centralizadores, encomia la decencia y simplicidad de los hombres comunes, y bosqueja un futuro en el que los pueblos y culturas de la tierra ¡ªcada uno con su centro de felicidad en s¨ª mismo¡ª convivan en paz y armon¨ªa. Esto dice mucho de una cierta sensibilidad pol¨ªtica contempor¨¢nea que atraviesa el amplio y diversificado espacio del populismo, el multiculturalismo y el nacionalismo. Una sensibilidad en la que palabras como democracia, tolerancia, diversidad e igualdad poseen una carga sentimental que las vincular¨ªa, antes que con las sobrias reglas del Estado de derecho, con aspiraciones emancipadoras cuya fuerza persuasiva procede del hecho de esgrimir la ¡°inocencia no culpable¡±, en la cr¨ªtica al statu quo. M¨¢s all¨¢ de sus muchas diferencias, si algo comparten el discurso populista, el multicultural y el nacionalista es un temple ideol¨®gico rebelde y emocionalmente cargado que se situar¨ªa en las ant¨ªpodas de una lectura legal y procedimental de la pol¨ªtica.
La persistencia del nacionalismo obedece, en gran medida, al hecho de que su tradicionalismo de fondo, su culto a los or¨ªgenes, est¨¢ configurado como la promesa ut¨®pica de un mundo donde los valores ilustrados se realizar¨¢n con toda la transparencia del pueblo libre y autodeterminado. Entelequia que riza el rizo al unir la invocaci¨®n a la democracia con la apolog¨ªa de la identidad, pero que es capaz de sustentar tal uni¨®n gracias al significado humanitario y progresista que atribuye a dicha apolog¨ªa. La batalla contra el nacionalismo, por tanto, no hay que darla se?alando su anacronismo y calific¨¢ndolo de ideolog¨ªa reaccionaria. La batalla hay que darla entendiendo c¨®mo la noci¨®n de progreso, inherente a la utop¨ªa nacionalista, se funda en unas premisas identitarias y homogeneizadoras verdaderamente corrosivas para ese derecho consustancial al pluralismo democr¨¢tico, a ser diferente sin sentir miedo. Derecho cuya ausencia provoca que cualquier utop¨ªa corra el riesgo de desmentirse a s¨ª misma, mutar en mera propaganda y entronizar, mediante su apelaci¨®n a los sentimientos de las ¡°pobres gentes¡±, una tiran¨ªa mesi¨¢nica sobre las cenizas del ¡°maldito Estado¡±.
En una palabra, a los independentistas catalanes, lo que debe reproch¨¢rseles no es que nos hayan devuelto a las cavernas, sino que est¨¦n ensayando una de las posibilidades m¨¢s antiliberales de la modernidad. Aquella que dilucida en la cultura el camino a la instauraci¨®n de un reino de f¨¢bula en donde se podr¨¢ ejercer un poder sin l¨ªmites, en proporci¨®n directa a la pregonada virtud de sus detentadores. Solo teniendo presente la modernidad antiliberal del nacionalismo, cabe comprender que tal ideolog¨ªa, citando a Graham Greene, ¡°posee toda la inocencia de una vida pasada desde el nacimiento junto al pecado¡±. Que, en el caso del nacionalismo, ser¨ªa el pecado de avalar un concepto de lo pol¨ªtico petrificado en su esencialismo colectivista que anula la individualidad de los ciudadanos mediante seductoras invocaciones a su liberaci¨®n.
Luis Gonzalo D¨ªez es profesor universitario y ensayista. Acaba de publicar en Galaxia-Gutenberg El viaje de la impaciencia. En torno a los or¨ªgenes intelectuales de la utop¨ªa nacionalista.
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