Manfred Gn?dinger, el ¨²ltimo anacoreta ecologista que se paseaba en taparrabos por Galicia
Diecis¨¦is a?os despu¨¦s de su muerte, el jard¨ªn-museo que mont¨® en la playa de Camelle (A Coru?a) sigue conservando su obra
Si en pleno 2018 a cualquiera de nosotros nos diera por salir a la calle en taparrabos y ponernos a pintar c¨ªrculos en las rocas de la playa no tardar¨ªamos ni 24 horas en acabar ingresados en una unidad psiqui¨¢trica. Mientras los enfermeros nos ajustan la camisa de fuerza, cientos de organizaciones pedir¨ªan nuestra cabeza por atentar contra la naturaleza. Manfred Gn?dinger, el ¨²ltimo anacoreta, el hombre considerado hace 16 a?os como un icono del ecologismo, probablemente ser¨ªa tachado hoy en d¨ªa de terrorista ecol¨®gico: "No s¨®lo pintaba las rocas. Construy¨® una choza en primer¨ªsima l¨ªnea de costa e intervino el paisaje natural con cemento" clamar¨ªan sus detractores en las redes sociales.
Pero en el siglo XX las cosas se tomaban con mucha m¨¢s calma. El romanticismo a¨²n no era considerado una lacra y los exc¨¦ntricos lo ten¨ªan un poco m¨¢s f¨¢cil para vivir a su manera. Cuando Manfred lleg¨® a Camelle en 1962 todav¨ªa no luc¨ªa la imagen de ecce homo con la que pas¨® a la posteridad. Lleg¨® a la costa gallega, tras una larga traves¨ªa a pie a lo largo de Espa?a, luciendo como un joven dandi. Su hermano Ewald recuerda lo coqueto que era en su juventud, cuando viv¨ªa en Radolfzell am Bodensee, un peque?o pueblo al sur de Alemania: "Ten¨ªa que vestirse siempre muy moderno. La corbata y el pelo ten¨ªan que estar perfectos. Ten¨ªa abrigos extremadamente llamativos de color mostaza . ?Estaba siempre delante del espejo!". Ambos pertenec¨ªan a una familia de ocho hermanos.
Su madre muri¨® cuando eran peque?os y fue sustituida por una madrastra malvada, estilo cuento de hadas, a la que culpan de dilapidar la fortuna ganada gracias a la granja familiar. Ewald recuerda que todos los hermanos ten¨ªan que cortar le?a y trabajar duro pero Manfred se escaqueaba siempre que pod¨ªa. Prefer¨ªa esconderse en el bosque y pasar el tiempo leyendo. Esta aversi¨®n al trabajo sol¨ªa provocar tensiones con sus hermanos. En el colegio las cosas no le iban mejor. Era un ni?o t¨ªmido y solitario al que sus compa?eros de clase insultaban y apodaban "El loco".
Se form¨® y trabaj¨® como pastelero y cocinero pero ninguna de las dos profesiones le agradaban. Tambi¨¦n fue profesor de ni?os discapacitados. Ya entonces era extremadamente frugal y ahorrador. En los ¨²nico en lo que no reparaba en gastos era en ropa y buenos relojes. Trabajaba durante periodos cortos de tiempo para financiarse sus viajes de mochilero por Europa. Antes de venir a Espa?a viaj¨® por toda Italia con el objetivo de empaparse del mundo del arte. Su formaci¨®n art¨ªstica era totalmente autodidacta.
Dicen que decidi¨® quedarse en Camelle, un pueblo costero de menos de 2000 habitantes, por su espectacular paisaje y por su gente. En los primeros a?os Manfred era tratado como un rey. Su hermano Ewald comenta que en sus cartas siempre resaltaba lo servicial que eran los vecinos. Le regalaban m¨¢s pescado del que pod¨ªa comer, le lavaban la ropa y estaban a su completa disposici¨®n para cualquier cosa que necesitase. Tuvo una gran amistad con una mujer de origen alem¨¢n, Eugenia Heim, que lo adopt¨® como un hijo. Incluso le cedi¨® una casa para vivir, la mejor casa de Camelle seg¨²n los vecinos, de forma gratuita. Fueron los d¨ªas m¨¢s felices de Manfred. Encontr¨® en Eugenia la figura materna que le fue arrebatada en la infancia, pod¨ªa dedicarse por completo al arte y empezaba a palpitarle el coraz¨®n por una profesora con la que manten¨ªa largas conversaciones.
Pero como el propio Manfred sol¨ªa decir, la vida es un c¨ªrculo, un eterno retorno, y la desgracia no tard¨® en volver a golpearlo. En los 70 muere Eugenia Heim dejando al artista desolado. La familia de la fallecida le sugiere que empiece a buscar su propia casa y la profesora de la que estaba enamorado se casa con otro hombre. Devastado emocionalmente organiza una exposici¨®n en el interior de la casa de los Bra?a Heim que horroriza a todos los habitantes del pueblo, especialmente, a los propietarios. Todas las paredes estaban pintadas de negro, hab¨ªa cortinas de telara?a, fuentes hechas con piedras , ¨¢rboles y todo tipo de ranas e insectos circulando libremente por las habitaciones. Nadie entiende como puede vivir en esas condiciones infrahumanas. La familia considera que ha ultrajado su confianza y lo expulsan definitivamente de la casa. Manfred reacciona con violencia, llega a amenazar a la familia con un hacha, pero finalmente se rinde y escapa rabioso al monte.
Creo que este s¨²bito abrazo a la vida primigenia no surge de una iluminaci¨®n sino de las m¨¢s oscura de las desesperaciones. Igual que el abrazo demente de Nietzsche al caballo de Tur¨ªn, tiene m¨¢s que ver con el rechazo visceral a la propia condici¨®n humana que a un ejercicio de comuni¨®n con la naturaleza. Manfred jam¨¢s logr¨® comprender la humanidad. En algunas entrevistas dice que preferir¨ªa ser un ¨¢rbol o directamente no haber nacido. Uno de sus fil¨®sofos de cabecera era Schopenhauer. Pese a su curtido exoesqueleto de asceta m¨ªstico en su interior siempre habit¨® un lastimoso pesimista.
Se traslada a vivir a un peque?o terreno al lado del mar que un vecino le vende por un precio simb¨®lico. Tambi¨¦n fueron los propios vecinos, bajo sus ordenes, los que construyeron la famosa barraca en la que pas¨® el resto de su vida. Todos los alba?iles colaboraron de forma altruista. Se despoja poco a poco de la ropa, hasta hacer de un min¨²sculo taparrabos su uniforme diario. Tanto en verano como en invierno. Es necesario visitar su jard¨ªn-museo en persona. Notar la amenaza de las olas a escasos metros, sentir el viento salvaje zumb¨¢ndote en los o¨ªdos y tropezar al intentar caminar entre las rocas para comprobar que la "ermita" de Man no tiene que ver con el lugar destinado al silencio monacal, paz y recogimiento que se le presupone a un anacoreta. No es el para¨ªso na¨ªf que puede parecer en las fotos sino una inhumana m¨¢quina de martirio. Parece imposible que un hombre desnudo pueda sobrevivir m¨¢s de una noche en un lugar con semejantes condiciones. Man estuvo treinta a?os all¨ª metido, cargando rocas como un Atlas, busc¨¢ndose a si mismo a trav¨¦s de la penitencia. Treinta a?os a lo largo de los cuales su piel se curti¨® como la de un rinoceronte a base de viento, sol y salitre. Se alimentaba de algas y peque?os moluscos. Nadaba como un pez y sal¨ªa a correr todos los d¨ªas. S¨®lo acudi¨® una vez al m¨¦dico. No cabe duda de que su obra maestra fue ¨¦l mismo, la performance de una vida imposible. La gente iba a Camelle "a ver al alem¨¢n". Todo el resto: los cr¨ªpticos aforismos estilo maestro de kung-fu, los tubos de pl¨¢stico estirados como huesos, los cr¨¢neos de animales coloreados, los cantos rodados, los autorretratos, las libretas... a su lado, eran decoraci¨®n y atrezzo.
Pero no podemos ignorar que tras toda esa aparente locura hab¨ªa tambi¨¦n un m¨¦todo. A¨²n estando en taparrabos, Man jam¨¢s dej¨® de estar conectado con los c¨ªrculos del arte. Ped¨ªa cat¨¢logos de exposiciones y estaba suscrito a revistas. Cobraba a todos los visitantes 100 pesetas, costumbre con la que lleg¨® a ahorrar 120 000 euros para asegurar la continuidad del museo tras su muerte. Siempre hubo una clara autoconsciencia de trascendencia art¨ªstica que lo diferencia de outsiders aparentemente similares como Josep Puijula "el tarz¨¢n de Algelaguer". De hecho, Man renegaba de la figura de Tarz¨¢n. Prefer¨ªa considerarse un Robinson. No le faltaba raz¨®n. Tarz¨¢n era un hombre en feliz comuni¨®n con la naturaleza. Man, en cambio, era un naufrago en la isla de s¨ª mismo. Su obra est¨¢ mucho m¨¢s cerca del malditismo narcisista de David Nebreda que del placer l¨²dico y salvaje de Puijula.
Es precisamente ese malditismo el que lo lo convierte en un personaje ¨²nico. A diferencia de los grandes anacoretas de la historia, Man jam¨¢s encontr¨® la iluminaci¨®n. Todo lo contrario. Si nos fijamos en sus autorretratos y fotograf¨ªas, a medida que pasan los a?os cada vez hay m¨¢s dolor e incomprensi¨®n en su rostro. No daba respuestas a ninguno de sus visitantes. Al rev¨¦s, les ped¨ªa que dibujaran en sus libretitas, quiz¨¢s esperando que fueran ellos quienes le ayudaran a encontrar el sentido de su obra y su existencia. Tras treinta a?os de ascetismo lo ¨²nico que encontr¨® al final de su vida no fue la luz sino el fundido a negro del petr¨®leo del Prestige. Dej¨® de comer y de tomar la medicaci¨®n. Se dej¨® morir, cerrando el ¨²ltimo c¨ªrculo con brochazos de chapapote. Acab¨® el hombre, empez¨® la leyenda.
"Lo m¨¢s importante es que cada uno viva como le parezca. Los tipos raros, como tipos raros. Vosotros, como sois vosotros." (Carta de Manfred Gn?dinger a sus hermanos)
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