El rastro
Mi voz retenida, desafinada, destemplada, s¨®lo sirve para cantar en los estadios porque se camufla con las de miles de personas mas
Llevo en mis o¨ªdos la m¨¢s espantosa m¨²sica: los dedos de la se?orita Z. aporreando un piano destemplado ¡ªlas u?as pintadas de un rojo desfalleciente, la nariz afilada y punzante¡ª, en una sala gris como el llanto del Conservatorio Municipal de la ciudad donde nac¨ª, y yo a su lado sosteniendo el libro de solfeo de Pozzoli, las tapas revestidas con papel azul, cantando en clave de sol y de fa con una voz arqueada, acurrucada en la garganta como un animal que se niega a salir de su refugio. Mi voz retenida, desafinada, destemplada, que s¨®lo sirve para cantar brutalmente rock en los estadios porque se camufla con la de 50.000 personas m¨¢s. Mi madre, sin embargo, cantaba muy bien. No lo hac¨ªa a menudo. S¨®lo a veces, mientras lavaba la ropa, o cuando ¨ªbamos a hacer compras en el auto, o cuando sal¨ªamos de vacaciones. Cantaba con una voz limpia, satinada y heroica. Una voz ambarina, desnuda, severa, enorme, un canto como un trozo de hueso. Ese canto se muri¨® con ella y no tengo ning¨²n registro de c¨®mo fue, salvo el de mi memoria. Este domingo me despert¨¦ rara. Mansa. Los pensamientos no colgaban dentro mi cabeza como reses de ganchos flojos. Estaba prolija, compacta, bien encajada en m¨ª. Hac¨ªa tostadas y t¨¦ para el desayuno cuando empec¨¦ a cantar una vieja canci¨®n gitana. Con una voz que me sal¨ªa de los hombros y el cuello y los tendones. Una voz templada y rigurosa. Una voz que era como echar baldazos de agua limpia sobre las plantas. Como patinar sobre hielo. Como pulir un piso de madera. Una voz virtuosa y perfecta que sal¨ªa de m¨ª como si fuera el rastro de un cuerpo. Cant¨¦ y cant¨¦. Siempre la misma canci¨®n. Siempre las mismas estrofas ardientes. Con la voz de mi madre. Y despu¨¦s call¨¦, espantada por la monstruosidad que hab¨ªa cometido.
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