Espa?a como tabarra
Poco a poco se van reforzando t¨®picos que ofician como anclas intelectuales
Lo confieso, jam¨¢s pude acabar un art¨ªculo de La¨ªn Entralgo. Especialmente, cuando merodeaba Espa?a como problema. La alergia no era al autor, sino al asunto. Por eso la cosa no mejoraba con Calvo Serer y su Espa?a, sin problema. La esencia de los pueblos me desborda. A m¨ª y al m¨¢s elemental conocimiento cient¨ªfico. Presume una suerte de quintaesencia (¡°lo espa?ol¡±) que, intacta, asomar¨ªa por detr¨¢s de la cocina, el deporte, el arte o el pensamiento. Del gol de Iniesta y del bigote de Tejero.
La sensaci¨®n es parecida ante el otro h¨¢bito, complementario, de acudir a una obra art¨ªstica para descubrir almas de pueblos. Ya saben: Cervantes y Espa?a; Goethe y Alemania; Dostoievski y Rusia. Naturalmente, todos encuentran lo que buscan, porque ya saben d¨®nde quieren ir, como cuando de chiquillos resolv¨ªamos los laberintos de los pasatiempos desandados desde su final. El truco es conocido: del enorme saco de los acontecimientos se extraen los que convienen, se enhebran en un interesado relato y, naturalmente, al final, todo cuadra. Entre los datos y las esencias, los genios, dotados de excepcionales talentos para captar lo inasible, ¡°lo espa?ol¡± o ¡°lo catal¨¢n¡±.
El empalagoso g¨¦nero apenas encuentra cultivadores acad¨¦micamente civilizados. No conocemos cosas, y menos esencias, sino determinadas propiedades de las cosas y sus relaciones. No se conoce ¡°la Luna¡± sino la posici¨®n, la trayectoria o la atm¨®sfera de la Luna. No se conoce ¡°Espa?a¡± sino su sistema pol¨ªtico, su pir¨¢mide demogr¨¢fica o su r¨¦gimen hidrogr¨¢fico. La investigaci¨®n procede mediante abstracciones tasadas, susceptibles de un razonable control emp¨ªrico. La captaci¨®n de esp¨ªritus de pueblos, si acaso, es cosa de visionarios dotados de singulares talentos, indistinguibles de nigromantes, m¨¦diums y espiritistas.
Pero la tonter¨ªa nunca descansa y surgen nuevos aficionados al g¨¦nero. Asoma entre los nacionalistas, entregados a urdir no solo su propia mitolog¨ªa (?qu¨¦ cosa es eso de ¡°el catalanismo¡±?) sino, sobre todo, la que necesitan para alimentar sus fantasmas: la eterna Espa?a nacional-cat¨®lica. Normal. Es lo suyo. No lo es tanto que tambi¨¦n lo cultiven acad¨¦micos entregados a desentra?ar ¡°lo espa?ol¡±, con la misma soltura con la que podr¨ªan hablar de ¡°la naturaleza¡± o de ¡°el mal¡± (as¨ª, a lo grande), o corresponsales extranjeros que descuelgan sus antropolog¨ªas de taxista no ya en cr¨®nicas sino en libros enteros como de viajero ingl¨¦s del XIX. Eso s¨ª, sin rozar el menor indicador emp¨ªrico.
La cosa no ser¨ªa grave si el trastorno solo afectara a sus lectores. Lo malo es que poco a poco se van reforzando t¨®picos que ofician como anclas intelectuales, ese conocido sesgo cognitivo que ante nuevos hechos?lleva a aceptar solo variaciones respecto a una informaci¨®n inicial de p¨¦sima calidad. As¨ª, no deber¨ªamos extra?arnos de que para nuestros conciudadanos europeos Espa?a se asemeje m¨¢s a la Espa?a de Franco que a Francia, sin que importe que, si nos medimos en libertades, calidad democr¨¢tica o garant¨ªa de derechos, luzcamos mejor que la mayor parte de pa¨ªses europeos. Solo quedan las esencias. Siempre mentirosas, siempre reaccionarias. Y los inmortales la¨ªnes.
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