Nunca cerrar los ojos
Los estudiantes que protestan en Nicaragua est¨¢n devolviendo al pa¨ªs la moral perdida
Jam¨¢s antes la doble condici¨®n que siempre he defendido en m¨ª mismo, la del escritor y el ciudadano, se hizo tan patente como el mediod¨ªa del 23 de abril cuando sub¨ª a la c¨¢tedra del paraninfo de la Universidad de Alcal¨¢ de Henares para pronunciar mi discurso ritual tras recibir de manos del rey de Espa?a el Premio Cervantes.
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Por varios d¨ªas j¨®venes estudiantes indefensos que protestaban en las calles de Managua y otras ciudades de Nicaragua hab¨ªan sido agredidos por fuerzas policiales y de choque, y muchos hab¨ªan resultado asesinados, en una cuenta que a¨²n sigue creciendo, decenas de ellos apresados y muchos desaparecidos.
Era una represi¨®n desaforada, que el mundo estaba conociendo de primera mano no solo a trav¨¦s de las informaciones de prensa, sino de las im¨¢genes que se multiplicaban en los videos filmados por los tel¨¦fonos celulares, estremecedoras, entre ellas la del periodista Angel Hernando Gahona, muerto de un balazo en la cabeza en Bluefields.
Del otro lado del Atl¨¢ntico, lleno de estupor e impotencia, y tambi¨¦n de admiraci¨®n, ve¨ªa como los j¨®venes, desarmados, se multiplicaban en un levantamiento multitudinario que era ante todo ¨¦tico. Le estaban devolviendo al pa¨ªs la moral perdida, o silenciada por el miedo, despert¨¢ndolo de un sue?o anestesiado.
Somos m¨¢s bien testigos de cargo; nuestro oficio es levantar piedras y si debajo lo que hallamos son monstruos, no es nuestra culpa
Hab¨ªa preparado mi discurso con anticipaci¨®n meditada y entre los temas que iba a desarrollar estaba ese, el del escritor que es tambi¨¦n ciudadano y no debe callar. Qu¨¦ incongruencia habr¨ªa sido ignorar ese despertar moral, esa lecci¨®n de civismo que los j¨®venes nos estaban dando a todos, devolviendo a Nicaragua la esperanza de que la vida democr¨¢tica, con libertades plenas, es posible; que es posible derrotar las mentiras oficiales que prometen felicidad a la fuerza, administrada desde arriba.
Entonces, la noche antes escrib¨ª una breve introducci¨®n a mi discurso, la imprim¨ª y la puse por delante de las hojas preparadas. Y al salir la ma?ana del lunes hacia Alcal¨¢, me coloqu¨¦ en la solapa el lazo negro que una muchacha emigrante de alg¨²n lugar de Nicaragua me hab¨ªa dado ese domingo cuando asist¨ª con Gioconda Belli al acto de protesta en la Puerta del Sol.
¡°Perm¨ªtanme dedicar este premio a la memoria de los nicarag¨¹enses que en los ¨²ltimos d¨ªas han sido asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia, y a los miles de j¨®venes que siguen luchando, sin m¨¢s armas que sus ideales, porque Nicaragua vuelva a ser Rep¨²blica¡±, empec¨¦. Y supe entonces que todo lo que dir¨ªa sobre mi escritura tendr¨ªa sentido.
Que si bien escribo entre cuatro paredes, lo hago con las ventanas abiertas, porque como novelista no puedo ignorar las anormalidades constantes de la realidad en que vivo, tan desconcertantes y tornadizas, y no pocas veces tan tr¨¢gicas pero siempre seductoras.
Que a ese paisaje iluminado y a la vez lleno de sombras, desolado y a la vez lleno de voces recurro, en busca de los humildes personajes que lo pueblan, cada uno cargando a cuestas sus peque?as historias, v¨ªctimas tantas veces del poder arbitrario que trastoca sus vidas, el poder demag¨®gico que divide, separa, enfrenta, atropella. Ese poder que no lleva en su naturaleza ni la compasi¨®n ni la justicia y se impone por tanto con desmesura, cinismo y crueldad.
Que el vasto campo de La Mancha es el reino de la libertad creadora. Que un escritor fiel a un credo oficial, a un sistema, a un pensamiento ¨²nico, no puede participar de esa aventura diversa, contradictoria, cambiante, que es la novela. Porque una novela es una conspiraci¨®n permanente contra las verdades absolutas.
Que los caudillos enlutados antes, caudillos como magos de feria hoy, disfrazados de libertadores, ofrecen remedio para todos los males. Que las fosas clandestinas se siguen abriendo y los basureros siguen siendo convertidos en cementerios.
Que cerrar los ojos, apagar la luz, bajar la cortina, es traicionar el oficio. Que todo entrar¨¢ sin remedio en las aguas de la novela. Y lo que calla o mal escribe la historia, lo dir¨¢ la imaginaci¨®n, due?a y se?ora de la libertad, ¡°por la que se puede y debe aventurar la vida¡±, pues no hay nada que pueda y deba ser m¨¢s libre que la escritura, en mengua de s¨ª misma cuando paga tributos al poder el que, cuando no es democr¨¢tico, solo quiere fidelidades incondicionales. Que somos m¨¢s bien testigos de cargo. Que nuestro oficio es levantar piedras, como dec¨ªa Jos¨¦ Saramago; y que si debajo lo que hallamos son monstruos, no es nuestra culpa.
Sergio Ram¨ªrez es escritor y premio Cervantes 2017.
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