La psicolog¨ªa pol¨ªtica de los colores
No hay todav¨ªa ning¨²n decreto que proh¨ªba el amarillo, pero s¨ª episodios grotescos en los que ese color es perseguido. Ma?ana puede ser el a?il o el siena.
LOS PROBLEMAS con la libertad de expresi¨®n se suelen asociar con las palabras. Muchos nos criamos en un medio ambiente de miedo y cautela marcado por una consigna murmurada: ¡°?Eso no se puede decir!¡±. Han pasado d¨¦cadas y vivimos un cierto retorno a lo que ¡°no se puede decir¡±. Sabemos lo que suele ocurrir con las segundas partes, y que expres¨® el joven Carlos Marx en su mejor obra, El 18 de brumario de Luis Bonaparte, cuando era, sin saberlo, un crack del nuevo periodismo: ¡°La historia se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa¡±.
En nuestro tiempo y en nuestro pa¨ªs, la sensaci¨®n de desvar¨ªo anacr¨®nico no solo viene dada por ese ruido herrumbroso de cerrojos en el castillo kafkiano, con una irritaci¨®n jer¨¢rquica ante coplas raperas, chistes tuiteros o blasfemias art¨ªsticas, esos desahogos populares y orilleros del carnaval de la historia, sino que se manifiesta como una extrema obsolescencia de los sentidos pol¨ªticos cuando el malhumor del poder le lleva a obcecarse con un color.
Lo podr¨ªamos denominar ¡°el s¨ªndrome del amarillo catal¨¢n¡±. No hay todav¨ªa ning¨²n decreto que proh¨ªba el amarillo, pero s¨ª episodios grotescos en los que ese color es perseguido: la prohibici¨®n de la luz amarilla en las fuentes ornamentales de Catalu?a, la prohibici¨®n de lazos y globos en ciertos escenarios, y el l¨ªmite de la incautaci¨®n policial de camisetas y bufandas a la entrada de la final de la Copa del Rey de f¨²tbol. Se dir¨¢ que no se persigue un color, sino su uso o exhibici¨®n como signo de una protesta pol¨ªtica. ?Un color que reta al Estado! Pero justamente esa respuesta, en lugar de ¡°explicar¡± la actuaci¨®n, la hace m¨¢s perturbadora e inquietante. Pues lo que viene a decir es que la libertad de expresi¨®n excluye a los colores. Hoy es el amarillo. Pero ma?ana puede ser el a?il o el siena. En ese castillo kafkiano, que hoy debe ser el Interior del ministro Zoido, deber¨ªan aprestarse a crear un Departamento de Psicolog¨ªa de los Colores.
Cuando un Estado se empe?a en perseguir un color, la consecuencia es el rid¨ªculo y una carcajada internacional
Hablamos de esta historia, por casualidad, con Stefano Mancuso, autor de Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal, uno de los grandes expertos mundiales en la vida de las plantas y, por tanto, de los colores. No daba cr¨¦dito. Pero a?adi¨® algo muy interesante: ¡°Es el s¨ªntoma de un sistema de extrema obsolescencia¡±. Hay que renovar la democracia, potenciando la colaboraci¨®n en red frente a la competencia jer¨¢rquica: ¡°Las personas competentes no compiten, solo compiten los incompetentes¡±.
M¨¢s que acaparar la competencia, los poderes del Estado, con el ¡°s¨ªndrome del amarillo¡±, han traspasado una l¨ªnea democr¨¢tica para llegar a la jactancia, ese mal del poder.
Cuando un Estado, o el Ministerio de Interior, que es el instrumento m¨¢s visible para imponer la autoridad del Estado, o la fuerza a sus ¨®rdenes, se empe?an en perseguir un color, la consecuencia es el rid¨ªculo y una carcajada internacional. Un Estado contempor¨¢neo puede resistir muchas cosas serias, pero una carcajada generalizada, ser materia de la globalizaci¨®n del chiste, lo coloca en una situaci¨®n h¨ªbrida de rid¨ªculo intelectual y la jactancia del poder.
La acci¨®n de la jactancia aparece regulada en la ley 46 de la parte tercera del libro Las siete partidas de Alfonso X, conocido como el Sabio. Los diccionarios recogen dos acepciones de ¡°jactancia¡±: 1. Cualidad del que presume o se alaba a s¨ª mismo; y 2. Acci¨®n presuntuosa y arrogante.
Cuando la jactancia la ejerce un poderoso, es una especie de pavoneo del poder. En t¨¦rminos de pre?cisi¨®n, un alarde excesivo, una sobreactuaci¨®n derivada de lo que tambi¨¦n se denomina la ¡°embriaguez del poder¡±.
Esos excesos en la historia suelen tener un efecto contraproducente para quien utiliza el poder con jactancia. Uno de los episodios m¨¢s determinantes en el movimiento pacifista que encabez¨® Gandhi en India fue la llamada ¡°marcha de la sal¡±. Gandhi estuvo, al principio, poco apoyado en su protesta consistente en manifestarse con un pu?ado de sal en la mano. Pero al poco tiempo fueron multitudes, miles y miles de personas, que se manifestaban con la ¨²nica ense?a de un pu?ado de sal. No ofrec¨ªan resistencia cuando se les deten¨ªa. Pero las autoridades estaban instaladas en la jactancia y atravesaron la delgada l¨ªnea del absurdo. Cuando alguien decidi¨® reflexionar, se encontraron con un problema judicial irresoluble: ten¨ªan 100.000 personas detenidas por llevar un pu?ado de sal.
Por favor, dejen en paz el amarillo.?
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