La democracia como interpretaci¨®n
El combate contra la falsedad solo puede librarse en un entorno de pluralismo garantizado porque la clave es el conflicto de distintas versiones, no la imposici¨®n de una ¡°descripci¨®n correcta¡± de la realidad
Las tecnolog¨ªas posibilitan ciertas cosas y nos desprotegen frente a otras. La pretensi¨®n de la Uni¨®n Europea y de algunos Gobiernos de controlar las noticias falsas tiene su origen en esa ambivalencia que caracteriza a las nuevas posibilidades de difusi¨®n de la opini¨®n, su facilidad, inmediatez y falta de control. Nuestros espacios p¨²blicos, poco articulados por ideolog¨ªas de referencia y d¨¦bilmente institucionalizados, son vulnerables a la difusi¨®n de cualquier bulo e incluso a la interferencia en los procesos electorales.
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Lo primero que me llama la atenci¨®n en toda esta ¨¦pica de combate contra la posverdad y los hechos alternativos es el cambio cultural que implica. En muy poco tiempo hemos pasado de celebrar la ¡°inteligencia distribuida¡± de la Red a temer la manipulaci¨®n de unos pocos; de un mundo construido por voluntarios a otro poblado por haters; de celebrar las posibilidades de colaboraci¨®n digital a la paranoia conspirativa; de la admiraci¨®n por los hackers a la condena de los trolls; de la utop¨ªa de los usuarios creativos a la explicaci¨®n de nuestros fracasos electorales por la intromisi¨®n de poderes extra?os (m¨¢s cre¨ªble cuanto m¨¢s rusa sea dicha intromisi¨®n).
Es muy saludable que, a la vista de lo f¨¢cil que es mentir y difundir estas mentiras, haya surgido un tipo de periodistas que se encargan de verificar las afirmaciones de los pol¨ªticos en lo que estas tienen de datos comprobables. Para que el debate p¨²blico sea de calidad no basta con que los hechos referidos sean ciertos, pero podemos estar seguros de que si esas referencias son completamente falsas no tendremos una verdadera discusi¨®n democr¨¢tica.
Los alarmados por las ¡®fake news¡¯ consideran que la verdad es lo normal y no la excepci¨®n
Por supuesto que hay mentiras flagrantes y mentirosos compulsivos, que merecen ser combatidos con todos los instrumentos period¨ªsticos y jur¨ªdicos a nuestro alcance. Me preocupa, adem¨¢s, una degradaci¨®n m¨¢s sutil de la vida pol¨ªtica propiciada por los enemigos de la ret¨®rica (que siempre se justifican porque los mentirosos se sirven de ella). Me refiero al modo como entendemos nuestras relaciones con la realidad y el lugar que ocupan la verdad y la mentira en la vida pol¨ªtica. Nuestra relaci¨®n con la verdad ¡ªespecialmente en la vida pol¨ªtica¡ª es menos simple de lo que quisieran los que la conciben como un conjunto de hechos incontrovertibles. No vivimos en un mundo de evidencias, sino en medio del desconocimiento, el saber provisional, las decisiones arriesgadas y las apuestas. La verdad no es lo mismo que la objetividad y la exactitud. Casi nada de lo que decimos o sentimos es ¡°chequeable¡±. Adem¨¢s, como la vida misma, tambi¨¦n la pol¨ªtica posee una dimensi¨®n emocional y nuestras emociones ¡ªaunque las haya m¨¢s o menos razonables, mejor o peor informadas¡ª tienen una relaci¨®n muy indirecta con la objetividad. ?En qu¨¦ quedar¨ªa el oficio pol¨ªtico si no pudiera recurrirse a esa exageraci¨®n ret¨®rica sin la que es imposible movilizar a nadie? El lenguaje pol¨ªtico es m¨¢s prescripci¨®n que an¨¢lisis. La pol¨ªtica no es algo que se resuelva con la objetividad, o solo en una peque?a parte.
Quienes, alarmados por las fake news, quieren garantizar la objetividad dan a entender que la verdad es lo normal y no m¨¢s bien la excepci¨®n. El mundo es un conjunto de opiniones generalmente con poco fundamento, donde discurren con libertad muchas extravagancias, se aventuran hip¨®tesis con ligereza, se simula y aparenta. Por supuesto que las medias verdades pueden llegar a ser mentiras completas e incluso un asunto criminal, pero lo habitual es que no podamos perseguir todas las mentiras y, sobre todo, que tenemos la amarga experiencia de que muchas veces, al hacerlo, nos hemos llevado por delante otras cosas muy estimables. No proteger¨ªamos tanto la libertad de expresi¨®n o de conciencia si no fuera porque hemos conocido los males que se siguen de su excesivo condicionamiento. En una sociedad avanzada el amor a la verdad es menor que el temor a los administradores de la verdad.
Una cierta debilidad ante los manipuladores es el precio para proteger la libertad de opinar
Hay otro efecto lateral del modo como se plantea este combate contra la mentira al sugerir un mundo m¨¢s d¨®cil de lo que realmente es y dar una imagen exagerada de tres poderes que son m¨¢s limitados de lo que suponen: el de los conspiradores, el del Estado y el de los expertos. Por supuesto que hay gente conspirando, pero esto no quiere decir que se salgan siempre con la suya, entre otras cosas porque conspiradores hay muchos y generalmente con pretensiones diferentes, que rivalizan entre s¨ª y que de alguna manera se neutralizan. Sugiere tambi¨¦n que el Estado tiene una gran autoridad a la hora de limitar leg¨ªtimamente el poder de la mentira, algo que sin duda podemos en una medida mucho menor de lo que creemos. Y da a entender que nuestras controversias pueden arreglarse recurriendo a alg¨²n tipo de autoridad epist¨¦mica que las zanje definitivamente, como los expertos, los t¨¦cnicos o cualquier supuesto administrador de la exactitud, algo que afortunadamente ocurre pocas veces y que es poco democr¨¢tico.
?Quiere esto decir entonces que hemos de rendirnos ante la fuerza injusta de la mentira? Estoy tratando de sostener que en una democracia el combate contra la falsedad solo puede llevarse a cabo en un entorno de pluralismo garantizado. John Stuart Mill, uno de los grandes te¨®ricos de la democracia en versi¨®n aristocr¨¢tica, conjeturaba que si se sometiera el sistema newtoniano al voto de una asamblea democr¨¢tica en la que hubiera un buen ret¨®rico defendiendo el sistema ptolemaico, no podr¨ªamos excluir que este ¨²ltimo ganara la votaci¨®n. Pero el transfondo de esta broma era una defensa del elitismo pol¨ªtico que hoy nos resultar¨ªa inaceptable. Una democracia es un sistema de organizaci¨®n de la sociedad que no est¨¢ especialmente interesado en que resplandezca la verdad sino en beneficiarse de la libertad de opinar. La democracia es un conflicto de interpretaciones y no una lucha para que se imponga una ¡°descripci¨®n correcta¡± de la realidad.
Una cierta debilidad de la democracia ante los manipuladores es el precio que hemos de pagar para proteger esa libertad que consiste en que nadie pueda agredirnos con una objetividad incontestable, que cualquier debate se pueda reabrir y que nuestras instituciones no se anquilosen. Por supuesto que hay l¨ªmites para la libertad de expresi¨®n, que no todo son opiniones inocentes y que hay mentiras que matan. No hace falta dejarse seducir por los encantos de esa posmodernidad banal que todo lo relativiza para entender en qu¨¦ sentido pod¨ªa afirmar Rorty que el valor de la democracia era superior al de la verdad. No convirtamos la guerra contra las fake news en un conflicto nuclear, limitemos bien el campo de batalla, establezcamos una regulaci¨®n sobria, eficaz y garantista de cuanto pueda ser regulado, pero sobre todo protej¨¢monos de los instrumentos a trav¨¦s de los cuales pretendemos protegernos frente a la mentira. La democracia tiene que defenderse m¨¢s de los poderes propios que de los extra?os.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Pol¨ªtica e investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco. Acaba de publicar Pol¨ªtica para perplejos (Galaxia Gutenberg).
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