Cat¨¢strofe moral
ETA ha pedido perd¨®n tendenciosamente porque no se ha disculpado por pudrir la integridad de un pueblo. Y todav¨ªa est¨¢ en el ambiente, como una ponzo?a que se adhiere a las relaciones sociales y a las relaciones personales

Se produce, al fin, la desaparici¨®n de ETA. Bienvenida sea. Pero hay que calibrar bien la cat¨¢strofe moral que ha supuesto. Solo eso servir¨¢ para que aprendamos de ello. Ese gran desastre ha sido el envilecimiento del pueblo vasco. Se ha medio pedido perd¨®n tendenciosamente a algunas de las v¨ªctimas porque se ignora la l¨®gica del perd¨®n. Pero no se menciona lo m¨¢s grave: que pudrieron la integridad moral de todo un pueblo. Implantaron un pavor difuso que intercept¨® la libertad personal de los vascos. Y determin¨® el deterioro de su dignidad moral al forzarlos a mirar para otro lado. Les obligaron a no ver a base de miedo, de coacci¨®n. Y eso todav¨ªa persiste. Y se recurre a ello.
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Lo acabamos de ver en Alsasua. Lo de menos es si esas agresiones son o no son terrorismo desde el C¨®digo Penal. Lo grave es que all¨ª vuelven a tener que pasar por la verg¨¹enza moral de no haber visto nada, vuelven a traicionar sus deberes morales m¨¢s elementales solo porque en Alsasua sigue en el aire el t¨®xico moral de ETA, el veneno que determin¨® durante tantos a?os la indignidad moral del pueblo vasco, incluida la de sus pastores religiosos. Ninguno de ellos, por cierto, ha levantado tampoco la voz en Alsasua. Hacen como el patr¨®n de la villa, Pedro, negar una y otra vez su condici¨®n y traicionar sus convicciones morales; y la verdad que pueda acompa?arlas. Quiz¨¢s por miedo. Quiz¨¢s porque tambi¨¦n han sido inoculados con ese veneno.
?C¨®mo puede explicarse este desastre ¨¦tico? Pues no es tan dif¨ªcil. Un antiguo texto que rescat¨® ya hace a?os Arthur Koestler, lo ilustra muy bien. Es de un obispo medieval, y dice as¨ª: ¡°Cuando est¨¢ amenazada su existencia, la Iglesia queda libre de toda restricci¨®n moral. Con el fin de la unidad de los fieles, todos los medios est¨¢n santificados, todos los ardides, traiciones, violencias, simon¨ªas, encarcelamientos y muertes, puesto que las reglas protegen al grupo, y el individuo tiene que sacrificarse para garantizar el bien com¨²n¡±. He ah¨ª el trasfondo de todo ello. Entre el individuo y sus deberes morales m¨¢s elementales se ha interpuesto una entidad colectiva que se presenta como una realidad ¨¦tica suprema y determina la identidad de sus integrantes como agentes morales.
La v¨ªctima puede perdonar pero el victimario es incapaz de pedirlo
Su existencia e integridad se constituyen as¨ª en un ideal moral superior que confiere a los individuos su identidad ¨¦tica. Ll¨¢mese iglesia, partido, clase, pueblo, comunidad, naci¨®n, patria, o como sea, la aparici¨®n de una realidad colectiva dotada de esencia moral desplaza a los individuos a posiciones subalternas en el discurso ¨¦tico. Quienes obran en nombre de esa realidad colectiva est¨¢n dotados por ello de una legitimidad moral m¨¢s alta que la del ser humano com¨²n, y pueden proyectar sobre ¨¦l su mensaje moral, de grado o por fuerza. Un terrorista etarra no es m¨¢s que esa l¨®gica llevada al extremo: una mente inmadura en la que se ha alojado de tal modo semejante apor¨ªa moral que le lleva a verse como instrumento privilegiado de la entidad colectiva.
En esta l¨®gica no cabe la compasi¨®n individual, porque ser¨ªa tanto como poner en cuesti¨®n el postulado moral del grupo. Por eso esta l¨®gica no deja espacio a las relaciones individuales de perd¨®n. La v¨ªctima puede perdonar unilateralmente pero el victimario est¨¢ imposibilitado para pedirlo, porque pedir perd¨®n es sencillamente solicitar la restauraci¨®n de mi estatus de agente moral, y eso le est¨¢ vedado al guardi¨¢n de la iglesia. Por eso lo pide con los labios, pero no con el coraz¨®n.
Aunque parezca contrario a nuestras convicciones m¨¢s elementales, en la mentalidad abertzale los etarras son inocentes, porque su peripecia moral individual carece de importancia ante su alta misi¨®n de defensa y promoci¨®n del destino ¨¦tico de la patria. En un escrito propio de su comunismo m¨¢s dogm¨¢tico, Luck¨¢cs apelaba a la frase tremenda de la Judith de Hebbel: ¡°Y si Dios hubiera puesto el pecado entre m¨ª y la acci¨®n que se me ha impuesto, ?qui¨¦n soy yo para sustraerme al pecado?¡±. Exactamente la misma convicci¨®n que late en el escrito del obispo medieval. Igual que la actitud del etarra. La moralidad objetiva que anida en la patria ordena el pecado para existir y sobrevivirse a s¨ª misma. Y esa orden hace inocente por definici¨®n la haza?a de Judith y el acto de terror. Quienes as¨ª pecan solo est¨¢n obedeciendo una orden moral superior y, por tanto, sus acciones ¡°est¨¢n santificadas¡±.
ETA implant¨® un pavor difuso que determin¨® el deterioro de la dignidad moral de los vascos
El desastre colectivo de sustraer a los individuos su sustancia moral infundiendo el terror en sus conciencias es despreciado ante el destino del todo. El envilecimiento de las personas individuales que conforman un pueblo es irrelevante ante la salvaci¨®n del pueblo como entidad ¨¦tica superior. Esa es la cat¨¢strofe moral de los vascos. Y todav¨ªa est¨¢ en el ambiente, como una ponzo?a que se adhiere a las relaciones sociales y a las relaciones personales. Tardar¨¢ decenas de a?os en desaparecer. Todos los a?os en que su vida social y pol¨ªtica est¨¦ presidida por el relato nacionalista, que es una versi¨®n m¨¢s de esa mentira moral.
Hace ya algunos a?os, El¨ªas D¨ªaz nos record¨® que la sustanciaci¨®n de lo colectivo acompa?a siempre al Estado totalitario. El nacionalismo es tambi¨¦n una sustanciaci¨®n de lo colectivo, una transformaci¨®n de una realidad colectiva en un ser ¨²nico dotado de atributos morales. Esa transformaci¨®n es seguramente gradual, se produce paulatinamente en una sociedad por v¨ªas muy complejas y diversas, pero a medida que lo colectivo se va solidificando y sustantivando hasta alcanzar la pretensi¨®n de ser una demanda moral unitaria, esas sociedades se van haciendo m¨¢s autoritarias e intolerantes, y se van fragmentando con discriminaciones inspiradas en esa exigencia moral colectiva.
Se empieza en la educaci¨®n, y entonces maestros y profesores asumen que deben indoctrinar en la epopeya nacional a muchachos inermes. Se sigue con la manipulaci¨®n de la deliberaci¨®n colectiva: medios de comunicaci¨®n, mensajes, proclamas, etc¨¦tera; la mentira y la tergiversaci¨®n son entonces un instrumento tan leg¨ªtimo como cualquier otro. Y se acaba poco a poco en aquella supresi¨®n de todas las restricciones morales de que hablaba el obispo medieval. Incluida, s¨ª, la violencia sobre las personas; y tambi¨¦n la manipulaci¨®n blasfema del credo religioso de la comunidad para que se adecue al mensaje moral nacional. En Catalu?a se est¨¢ viviendo esa paulatina transformaci¨®n. Muchos lo estamos viendo con el alma en un pu?o.
Francisco J. Laporta es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa del Derecho de la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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