Otras razones para la alegr¨ªa
El PP perdi¨® las elecciones de 2004 por mentir y Rajoy ha sido desalojado del poder por los efectos del mismo error: confiar en la eficacia de la posverdad. Ni hay lugar a la prepotencia socialista ni a la petulancia doctrinaria por parte de Podemos
Casi sin salir del pasmo y sin tiempo a disfrutar, a muchos el v¨¦rtigo ha empezado a acercarlos a la angustia. La moci¨®n de censura ha sido un asalto al poder en toda regla, regla democr¨¢tica, pero ha sido a la vez tan inesperado como racionalmente explicable. Hay pautas que parecen enquistadas en algunos de los partidos de esta democracia: el error de las mentiras que apuntill¨® la derrota de Rajoy en las elecciones generales de 2004, al ocultar la autor¨ªa yihadista para los atentados de Atocha, ha vuelto a repetirse ahora tras la sentencia de la trama G¨¹rtel. El Gobierno y el PP prefirieron banalizar su contenido, minimizar el impacto y desmentir tanto su responsabilidad penal como su responsabilidad pol¨ªtica. La pauta es la misma: confiar en el efecto propagand¨ªstico de la mentira (una variante cl¨¢sica de la moderna posverdad) para desviar la atenci¨®n sobre la realidad.
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El procedimiento no es nuevo. Fue Alfonso Guerra el primero que vincul¨® la responsabilidad pol¨ªtica a la responsabilidad penal en democracia. Las irregularidades flagrantes de su hermano Juan Guerra, descubiertas en 1990, no afectaban pol¨ªticamente al entonces vicepresidente hasta que no se sustanciase jur¨ªdicamente la causa: esa fue la doctrina. La estrategia elud¨ªa as¨ª la responsabilidad pol¨ªtica y ha sido com¨²n en los innumerables casos de corrupci¨®n que hemos visto en los ¨²ltimos treinta a?os (que dejan los hechos probados del caso Juan Guerra en una nimiedad de pie de p¨¢gina).
Parad¨®jicamente, la tumba de Rajoy ha sido la fidelidad a esa misma norma t¨®xica que en democracia parec¨ªa imbatible. Pero ha vuelto a castigar al que la usa: Alfonso Guerra fue cesado en 1991 por Felipe Gonz¨¢lez, el PP perdi¨® las elecciones de 2004 por mentir masivamente en un aciago fin de semana y Rajoy ha sido desalojado del poder por los efectos del mismo error: negar la realidad y confiar en la eficacia de la posverdad. Las tres son razones para la alegr¨ªa y sobre todo lo son para conjeturar un nuevo aprendizaje en democracia: la mentira lleva dentro un riesgo letal en pol¨ªtica. Muchas trolas pasan y circulan como verdades hasta que una, demasiado gruesa, demasiado imp¨ªa, desmorona el castillo entero, como acaba de suceder.
La ciudadan¨ªa de izquierda ya es consciente de la efectividad del discurso antiutopista
Pero el hecho de que Pedro S¨¢nchez haya asaltado el poder en 48 a?os horas no por sus m¨¦ritos sino por los dem¨¦ritos del partido del Gobierno y de Rajoy en particular, no resta alegr¨ªa a la noticia. Casi parece que el denostado r¨¦gimen del 78 haya prestado un ¨²ltimo e ir¨®nico servicio a la democracia, y quiz¨¢ sea su mejor despedida. De sus reservas ag¨®nicas y urgidas de revisi¨®n profunda ha salido un mecanismo constitucional que, parad¨®jicamente, ha corregido los errores cometidos por los dos partidos de izquierda y centro-izquierda en en el frustrado acuerdo de desalojar al Gobierno de Rajoy de hace dos a?os.
Hoy la alegr¨ªa ya no es explosiva ni saltimbanqui porque, pasado el pasmo cat¨¢rtico y casi catat¨®nico, la maquinaria del poder se pone en marcha de inmediato. Pero las condiciones son objetivamente nuevas y francamente prometedoras, contra los peores augurios de provisionalidad, de insuficiencia, de precariedad pol¨ªtica. Como me dec¨ªa un amigo desde Londres a las once de la ma?ana, con la moci¨®n ganada, es una oportunidad de oro. No s¨¦ si el metal es ese, pero la oportunidad es al menos luminosa, y lo es a muchas bandas. Sus nuevas condiciones objetivas creo que se resumen en una sola con variantes: el pragmatismo fr¨ªo y el escarmiento interiorizado, la prevenci¨®n antiut¨®pica y el reformismo inteligente, la convicci¨®n civil y la audacia pol¨ªtica. Contra este asalto al poder no ha habido ni sabotajes interiores, ni fuego amigo, ni intimidaci¨®n latente ni cualquier otra forma de la conspiraci¨®n pol¨ªtica: parece una oportunidad para renovar acuerdos fuertes sobre el futuro cuando llev¨¢bamos mucho tiempo viendo solo nebulosidad verbal, insustancialidad y tacticismo cortoplacista.
Ni hay lugar a la prepotencia socialista tras la moci¨®n de censura ni hay lugar a la petulancia doctrinaria por parte del principal socio de moci¨®n, Podemos. Y ninguno de sus portavoces, ni Pedro S¨¢nchez ni Pablo Iglesias, ni Jos¨¦ Luis ?balos ni ??igo Errej¨®n, ni Meritxell Batet ni Irene Montero han cargado el instante de munici¨®n revoltosa y follonera sino de sentido de Estado y gravedad institucional. La izquierda se ha dejado robar tantas veces los valores del pragmatismo y la sensatez, de la prevenci¨®n cauta y el escepticismo activo que hemos acabado creyendo que esas virtudes son de derechas. Pero no es verdad, o es una falsa verdad difundida por la derecha para neutralizar a la izquierda posible: en la derecha funcionan como instrumentos de conservaci¨®n inm¨®vil de las desigualdades y los privilegios; en la izquierda funcionan como instrumentos de acci¨®n sobre lo real. La ciudadan¨ªa de izquierda se ha hecho consciente, en una sociedad educada y civilizada, de la efectividad del discurso plausible y antiutopista, de la viabilidad de algunas cosas y la inviabilidad frustrante y contraproducente de otras. Esa es la respiraci¨®n que llevaban las intervenciones de los l¨ªderes del PSOE y de Podemos en el ruido central y el ruido perif¨¦rico de los d¨ªas de la moci¨®n.
El cambio de escenario desarbola la reciente estrategia radicalizada de Ciudadanos
Para m¨ª es la mayor raz¨®n de alegr¨ªa: la credibilidad del discurso de izquierdas ha llegado de s¨²bito y a la vez suavemente, como una primavera leve que no asalta cielo alguno sino el poder real. Es all¨ª donde el cambio de clima arruina los planes del independentismo frentista y antidemocr¨¢tico, donde la impunidad pol¨ªtica de la corrupci¨®n ya no cabe, donde la radicalizaci¨®n espa?olista de los discursos descubre su fondo vac¨ªo y electoralista. Sea efectiva o no la capacidad de intervenci¨®n del nuevo Gobierno en los desmanes de la realidad, la primera noticia poderosa consiste en visualizar una renovaci¨®n del lenguaje y de las prioridades, y abandonar la fatalidad como refugio inhibidor ¡ªde ah¨ª la banda sonora de la celebraci¨®n del viernes en las Cortes: s¨ª se puede.
Claro que se puede, pero ese poco que se puede es mucho en pol¨ªtica cuando la honradez reformista garantiza la fijaci¨®n de prioridades y de objetivos sociales. Es verdad que la oposici¨®n popular puede volver a las andadas del resentimiento corrosivo que ya puso en pr¨¢ctica tras la derrota electoral de 2004, y es verdad que el cambio de escenario desarbola la temeraria estrategia radicalizada de Ciudadanos en los ¨²ltimos meses patri¨®ticos. Pero es verdad tambi¨¦n que nadie ha cre¨ªdo nunca que la cuesti¨®n de Catalu?a se pudiese resolver con jueces en funciones pol¨ªticas, como nadie imagin¨® tampoco que el Gobierno popular bloquear¨ªa hasta la n¨¢usea las iniciativas pol¨ªticas aprobadas por el Parlamento como lo hizo en los ¨²ltimos a?os. El principio del fin de ambos bloqueos invita a una alegr¨ªa clara y segura, pero solo primaveral, sin rastro de trippy alguno ni de convulsi¨®n delirante.
Jordi Gracia es ensayista. Su ¨²ltimo libro ha sido Contra la izquierda. Para seguir siendo de izquierdas en el siglo XXI, de Anagrama.
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