Pesimismo, ilusi¨®n y las maletas sin hacer
Que una Europa culturalmente dispersa caiga en la trampa de los lobbies multinacionales es lamentable
Que los espa?oles tenemos algo de catastrofistas es algo sabido a estas alturas de la pel¨ªcula. Por ello, ante cualquier situaci¨®n de cambio, ante cualquier novedad que se nos presente o incertidumbre en el horizonte, suelen escucharse m¨¢s las voces que previenen de los males por venir que aquellas que saludan a la oportunidad de construir un escenario mejor. Es la eterna lucha entre el pesimismo y la ilusi¨®n, siendo el primero el padre de todos nuestros fracasos y la segunda, la madre de los logros alcanzados, que no son pocos en nuestra historia, por mucho que nos empe?emos en ignorarlos y hasta devaluarlos.
Perm¨ªtaseme, sin m¨¢s pre¨¢mbulos, abordar esta casu¨ªstica desde el ¨¢mbito que me ocupa, que no es otro que el de los derechos de autor, la gesti¨®n colectiva de los mismos y el desarrollo cultural en general como activo de una sociedad con vocaci¨®n de universalidad. Y para hacerlo no voy a referirme al pasado, ni siquiera al m¨¢s reciente, sino al presente y a un futuro esperanzador que requiere, desde un diagn¨®stico riguroso, eso s¨ª, una serie de elementos, de actitudes y de sinergias que permitan alcanzarlo. Veamos, pues, d¨®nde estamos y hacia d¨®nde queremos ir.
Es inevitable referirnos a la Directiva 2014/26/UE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 26 de febrero de 2014, y la Directiva (UE) 2017/1564 del Parlamento Europeo y del Consejo, de 13 de septiembre de 2017, as¨ª como a su transposici¨®n a nuestro ordenamiento jur¨ªdico a trav¨¦s del Real Decreto ?ley 2/2018, de 13 de abril, por el que se modifica el texto refundido de la Ley de Propiedad Intelectual, aprobado por el Real Decreto Legislativo 1/1996, de 12 de abril. Digamos, en primer lugar, que si bien en la directiva europea asoma ya un tufillo sospechoso respecto de su intencionalidad y su visi¨®n de un entorno cultural globalizado, podr¨ªa decirse que hasta uniformado, en el que los creadores est¨¢n llamados a la irrelevancia en el modelo de negocio impuesto por el mercado e inducido por intereses muy concretos, en su transposici¨®n espa?ola este tufillo es ya casi asfixiante.
Resulta esperanzador releer hoy el programa cultural con el que el PSOE se present¨® en las pasadas elecciones
Que una Europa culturalmente dispersa caiga en la trampa de los lobbies multinacionales es lamentable. M¨¢s a¨²n cuando con ello favorece intereses ajenos, cuya presencia en nuestra realidad cultural ha conseguido que generaciones de europeos estuvieran m¨¢s interesadas en c¨®mo se vive en Beverly Hills que en c¨®mo se muere en Venecia.
Pero que Espa?a, cuya lengua comparte con una comunidad latinoamericana cada d¨ªa m¨¢s emergente y cuya ra¨ªz cultural determina su pertenencia a una familia iberoamericana que re¨²ne a m¨¢s de setecientos millones de personas, sea incapaz de poner en valor esta circunstancia es verdaderamente un desprop¨®sito monumental, producto de una cortedad de miras m¨¢s que notable. Ello nos lleva a la paradoja de ser un pa¨ªs culturalmente importador, con un d¨¦ficit de balanza dif¨ªcil de explicar desde nuestra riqueza y diversidad cultural. Si analizamos las listas del Top 50 en la radio espa?ola veremos que el 99% del repertorio emitido pertenece a las tres grandes multinacionales discogr¨¢ficas y, de este, casi un 80% es repertorio anglosaj¨®n. Algo muy diferente de lo que ocurre en las listas brit¨¢nicas, por ejemplo, donde, salvo rar¨ªsimas excepciones, no encontramos un t¨ªtulo espa?ol ni siquiera en el Top 100. Y si analizamos las cifras de lo que desde Espa?a pagamos en derechos de autor a Reino Unido y lo que ellos nos pagan a nosotros, la relaci¨®n es de diez a uno a su favor, lo que demuestra que nuestro inter¨¦s por sus contenidos no es rec¨ªproco, ni mucho menos.
Es cierto que desde el ¨¢mbito privado tenemos una responsabilidad en ello. Tenemos, por ejemplo, muchos millones de turistas europeos y de todo el mundo que nos visitan cada a?o y que deber¨ªan llenar nuestros teatros, nuestros cines y salas de conciertos, como ocurre en Broadway o en el West End londinense y no hemos sabido conquistarlos m¨¢s all¨¢ de los t¨®picos conocidos, a menudo m¨¢s cercanos a la caricatura que a nuestra realidad sociocultural. Pero no es menos cierto que existe una responsabilidad p¨²blica por parte de nuestros gobernantes, incapaces de desarrollar una pol¨ªtica de Estado en lo que a la cultura se refiere. Una pol¨ªtica que proteja y estimule la creaci¨®n, incentive la inversi¨®n cultural y eduque a los ciudadanos en el respeto y la exigencia.
El futuro de nuestra identidad cultural depende de que seamos capaces de converger con nuestro ¨¢mbito natural y fomentar la realidad de un mercado cultural iberoamericano
Por todo ello resulta esperanzador releer hoy el programa cultural con el que el PSOE se present¨® en las pasadas elecciones, que defin¨ªa la cultura en su pre¨¢mbulo como ¡°aquello que nos define, configura nuestro imaginario y se convierte en factor de cohesi¨®n social¡±. Y a?ad¨ªa: ¡°La cultura es una de nuestras fortalezas como pa¨ªs. Tiene una importancia econ¨®mica decisiva, es una oportunidad para el bienestar de la ciudadan¨ªa y es un sector estrat¨¦gico para nuestra proyecci¨®n en el exterior¡±.
El futuro de nuestra identidad cultural y nuestra relevancia en un mundo globalizado depende de que seamos capaces de converger con nuestro ¨¢mbito natural y fomentar la realidad de un mercado cultural iberoamericano, consolidando nuestra posici¨®n como puerta europea de esa realidad. Un proyecto que no nace contra nadie, ni excluye a nadie, pero que emerge de la vocaci¨®n de situar en el lugar que le corresponde a una realidad cultural iberoamericana, de origen mediterr¨¢neo, que no puede diluirse, y menos en la mediocridad de un fast food cultural de usar y tirar.
Un viaje para el que tenemos a¨²n las maletas sin hacer.
Jos¨¦ Miguel Fern¨¢ndez Sastr¨®n es presidente de la SGAE.
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