Los insistentes
Son los tercos, los voluntariosos, los empecinados, los que antiguamente se llamaban ¡°inasequibles al desaliento¡±. Los detesto y me guardo de ellos.
FUE UNA CONVERSACI?N hace cuarenta a?os, yo viv¨ªa en Barcelona entonces. Mi muy querida amiga de all¨ª Montse Mateu y yo expres¨¢bamos nuestra sorpresa de que una mujer que conoc¨ªamos, francamente tonta e incapaz (lo mismo pod¨ªa haberse tratado de un hombre: en estos tiempos susceptibles hay que avisarlo todo), consiguiera no s¨®lo publicar, sino cargos y prebendas con inveros¨ªmil facilidad, mientras otras personas de m¨¢s val¨ªa apenas lograban nada. Mi perplejidad era mayor que la de Montse, porque recuerdo su contestaci¨®n, y adem¨¢s he visto, a lo largo de las d¨¦cadas, cu¨¢nta raz¨®n ten¨ªa. Esto vino a decir, m¨¢s o menos: ¡°En realidad no es muy extra?o. Yo estoy convencida de que si alguien dedica toda su voluntad, todo su empe?o y su esfuerzo a un fin determinado; si pone en ello los cinco sentidos y centra sus energ¨ªas en un objetivo, acaba casi siempre alcanz¨¢ndolo, independientemente de su ineptitud, sus limitaciones, su absoluta falta de talento y de perspicacia. No importa cu¨¢n obtusa sea esa persona: si posee cierta habilidad social, pero sobre todo una voluntad que jam¨¢s se distrae ni desv¨ªa, antes o despu¨¦s conseguir¨¢ sus prop¨®sitos. Todo es cuesti¨®n de tes¨®n y de poner el ojo en una meta¡±.
El insistente no se da por vencido, insiste y persiste. Si no de inmediato, al cabo de unos meses. Jam¨¢s se olvida de sus presas, no renuncia a ellas y vuelve a la carga.
No me qued¨¦ muy conforme, pero s¨ª callado. Andar¨ªa por los veinticinco a?os, y todav¨ªa cre¨ªa en una vaga justicia universal, que situaba a cada uno en el lugar que merec¨ªa. Pero, como resulta evidente, registr¨¦ aquella opini¨®n de Montse, y desde que se la escuch¨¦ he detestado y temido, a partes iguales, a los insistentes, acaso los individuos m¨¢s peligrosos de la tierra. Y quien dice los insistentes dice los tercos, los voluntariosos, los empecinados, los que antiguamente se llamaban ¡°inasequibles al desaliento¡±. Los detesto y me guardo de ellos. Son esa gente que nunca admite un ¡°No¡± por respuesta. Pretenden que uno vaya a un sitio al que no tiene inter¨¦s en ir, o que escriba un art¨ªculo insulso, o que lea un libro, o que d¨¦ una entrevista reiterativa (hablo de las peticiones que suelen llegar a los escritores; seg¨²n el oficio de cada cual, ser¨¢n de otra ¨ªndole). Uno responde civilizadamente que no le es posible, evita decir la pura verdad (¡°No me apetece o no me compensa¡±) porque eso se considera una groser¨ªa, y aduce excusas aceptables, verdaderas o aproximadas (¡°Estoy escribiendo una novela, me espera un periodo de viajes y compromisos, estoy de trabajo hasta las cejas¡± ¡ªesta es la f¨®rmula que le o¨ª a mi padre mil veces¡ª, ¡°le ruego que me disculpe¡±). Pero el insistente no se da por vencido, insiste y persiste. Si no de inmediato, al cabo de unos meses. Jam¨¢s se olvida de sus presas, no renuncia a ellas y vuelve a la carga. Y, claro est¨¢, consigue a menudo derribar las resistencias. A uno le acaba dando apuro negarse tantas veces, o bien cree ingenuamente que, cediendo, se quitar¨¢ al pesado de encima. ¡°Me dejar¨¢ en paz si me avengo a lo que quiere. Cualquier cosa con tal de perderlo de vista¡±, piensa. As¨ª que acaba aceptando algo que le viene fatal, o que le sienta como un tiro, o que es solamente un engorro, por hartazgo. Conviene se?alar r¨¢pidamente lo err¨®neo de esta creencia, porque el insistente nunca se da por satisfecho con lo arrebatado. Todo lo contrario: una vez obtenido un bot¨ªn, una vez comprobada la eficacia de su t¨¢ctica, retorna al cabo del tiempo con una nueva solicitud abusiva y con su terquedad a prueba de bombas.
Trasladen estos ejemplos menores a asuntos pol¨ªticos y por lo tanto m¨¢s graves y colectivos. ?Cu¨¢ntas veces no han sentido el impulso de desistir ante la obstinaci¨®n de los independentistas catalanes, pongo por caso, que llegan a negar la realidad y a falsearla? ?Cu¨¢ntas veces no han pensado, por saturaci¨®n y agotamiento, ¡°Pues que se vayan y nos dejen en paz¡±, olvidando que con esa postura abandonar¨ªamos a su negra suerte a m¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n catalana, que no quiere verse bajo el yugo y las flechas de Torra, Puigdemont y compa?¨ªa, los cuales no rendir¨ªan cuentas a nadie y har¨ªan lo que les viniera en gana? La pol¨ªtica est¨¢ plagada de sujetos as¨ª, que no cejan, fuerzan e imponen, y no son pocas las ocasiones hist¨®ricas en que gentes tan ineptas como aquella mujer de mi conversaci¨®n con Montse Mateu consiguen hacerse con el poder y regir naciones, a veces durante interminables decenios. Esto no anda muy lejos de la famosa frase de Burke (cito de memoria): ¡°Para que el mal triunfe, solamente se precisa que los hombres buenos no hagan nada¡±. Es decir, que desistan por extenuaci¨®n o indiferencia, que admitan su carencia de tozudez para oponerse a la inagotable de los individuos-apisonadora. Y ¨¦stos, hoy en d¨ªa, son millares. Ya han triunfado en los Estados Unidos y en Gran Breta?a, en Rusia, Polonia, Hungr¨ªa, Eslovaquia, Eslovenia e Italia, por supuesto en Egipto y las Filipinas. Si no queremos ser arrasados por ellos en todas partes, empiecen a resistirse ¡ªa ejercitarse¡ª tambi¨¦n en lo personal, en la vida cotidiana. En cuanto alguien les insista en que se presten a algo que no quieren, y a lo que pueden negarse, al¨¦jense de ese alguien y mant¨¦nganse en sus trece; en su ¡°No¡±, contra viento y marea.?
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