Solsticio
El fuego puede con todo y la voluntad de no quemarse con ¨¦l tambi¨¦n
Esta noche (de San Juan para el mundo cristiano y del solsticio de verano o de invierno para el resto, depende del hemisferio en el que se est¨¦) millones de personas saldr¨¢n al campo a buscar el tr¨¦bol de cuatro hojas, ese que da buena suerte, ba?arse en los arroyos y en los r¨ªos a la luz de la luna y de las estrellas o encender hogueras purificadoras de los malos momentos del a?o que se fue, que arder¨¢n como antorchas sobre las que saltar¨¢n algunos. De lado a lado de los hemisferios, desde el Polo Norte al Sur, docenas de millones de personas mirar¨¢n arder sus recuerdos del a?o viejo al tiempo que le pedir¨¢n al nuevo lo que aqu¨¦l no les pudo o no quiso dar. El sol quieto del solsticio y el cielo, que girar¨¢ como en la pel¨ªcula de Mercedes ?lvarez haciendo girar a la vez nuestros ojos, ser¨¢n el foco y el decorado en el que se proyectar¨¢n todos nuestros sue?os.
En el mundo hay muchas maneras de celebrar el solsticio de verano, pero la mayor¨ªa de ellas tienen al fuego como protagonista. En Espa?a, algunas son muy famosas, pero la que yo prefiero es la de San Pedro Manrique, un lugar de la sierra de Soria rodeado de aldeas deshabitadas o abandonadas completamente desde hace d¨¦cadas en el que los vecinos, hombres y mujeres, incluso el cura, toda una instituci¨®n en la comarca por su compromiso con ella, m¨¢s all¨¢ de su misi¨®n religiosa, pasan descalzos sobre una alfombra de brasas rememorando un rito milenario al que Julio Caro Baroja, nuestro gran antrop¨®logo, emparent¨® con las celebraciones solsticiales primitivas, esas que los romanos que doblegaron Numancia y Tiermes encontraron cuando llegaron a aquellas tierras. La pervivencia de las tres llamadas m¨®ndidas, mujeres vestidas y engalanadas como sacerdotisas ib¨¦ricas que protagonizan la fiesta y que son las primeras en pasar la alfombra de brasas a hombros de los sampedranos representar¨ªa esa cultura ancestral que a duras penas se mantiene en un mundo que deglute todo lo que no considera moderno. Por suerte, quedan atavismos, miedos hist¨®ricos y sue?os irrealizables como el de la eternidad humana que hacen que sobrevivan costumbres cuya significaci¨®n no se entiende sin el reconocimiento de esas carencias que hacen de los misterios deseos, y de la onerosidad de la vida, una fiesta en la que arden y brillan como pavesas fugaces en la quietud de la noche todos los malos rollos vividos a lo largo del ¨²ltimo a?o, que en Espa?a y en el mundo han sido muchos, para desgracia de quienes los habitamos. Pero el fuego puede con todo, y la voluntad de no quemarse con ¨¦l, tambi¨¦n.
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