El esc¨¢ndalo de San Ferm¨ªn agita el moralismo progre
El prohibicionismo y el buenismo reaparecen contra el exceso hedonista de Pamplona
El moralismo predominante que aspira a hacernos mejores reprocha a la fiesta pamplonesa de San Ferm¨ªn sus excesos y su brutalidad, hasta el extremo de pretender constre?irse su idiosincrasia a un ejercicio de pedagog¨ªa social y de alm¨ªbar homeop¨¢tico. Tambi¨¦n la fiesta, despoj¨¢ndola as¨ª de su raz¨®n de ser, el hedonismo. Y pretendiendo castrarla en su naturaleza hiperb¨®lica. Antes de extremarse la tutela al ciudadano, bien podr¨ªa convenirse que San Ferm¨ªn representa un estado de excepci¨®n. La evidencia festiva, evasiva y et¨ªlica no implica que deba suspenderse el c¨®digo penal ni que deba condescenderse con el machismo, pero obliga a la suspensi¨®n del c¨®digo moral.
E impresiona c¨®mo intenta aplicarlo la progres¨ªa desde una autoridad ¨¦tica y un poder anest¨¦sico que se arroga ella misma por derecho natural. De ah¨ª que haya prosperado la tentaci¨®n de prohibir las corridas de toros como expresi¨®n de la atrocidad. Lo sugiri¨® el propio alcalde, con su bast¨®n de Bildu, no ya cuestionando el punto de atracci¨®n universal que representa la ciudad que gobierna, sino pretendiendo evacuar de la fiesta la transubstanciaci¨®n del vino y de la sangre.
Es la misma hipocres¨ªa en que incurren las cadenas de televisi¨®n. Todas ellas se recrean en la narraci¨®n de los encierros porque la marabunta democratiza el hero¨ªsmo, lo convierte en asambleario, pero abjuran de cuanto sucede con las reses despu¨¦s. Como si se hubieran evaporado. Y como si el camino que recorren los miuras no consistiera precisamente en trasladarse de los corrales a la plaza para ser lidiados y sacrificados a estoque. Las teles nos ense?an el calentamiento, pero nos ocultan el partido.
Llegar¨¢ el momento en que el vino se convertir¨¢ en agua. Sobrevendr¨¢n la misa sin eucarist¨ªa y la morcilla vegana. Terminar¨¢ imponi¨¦ndose la simulaci¨®n de la fiesta, restringi¨¦ndose por nuestro bien todos aquellos comportamientos que escapan al placebo del mundo feliz y ordenado.
Y se avecina en cuesti¨®n de unas horas la tormenta perfecta en la que aparecen alineados los movimientos animalistas, los antitaurinos, los moralistas, los puritanos y hasta la izquierda protectora e intervencionista a la que gusta mucho legislar ¡ªPodemos ha propuesto impedir la entrada a los toros a los menores de 18 a?os¡ª, renegando de esa Espa?a tribal que aparece en la CNN y que se anestesia con la fiesta transformando una ciudad conservadora y hasta mojigata como Pamplona en Iru?a y Gomorra o Sodoma.
La pretensi¨®n consiste en acabar con San Ferm¨ªn en cuanto fiesta visceral, descomunal, irracional, et¨ªlica, orgi¨¢stica, pagana, desquiciada, anacr¨®nica, inmoral, eucar¨ªstica y pecuniaria ¡ªy tambi¨¦n familiar, diurna, pac¨ªfica¡ª, pero se dir¨ªa que todas esas razones no son motivos para prohibir la fiesta, sino para conservarla y protegerla.
Y es verdad que aqu¨ª, en Pamplona, el capote de San Ferm¨ªn concede indulgencia. No para el quinto ni el s¨¦ptimo mandamiento, pero s¨ª, desde luego, para los pecados capitales. Que son siete, como el 7 de julio, y que vendremos a observar, a rajatabla, antes de que el clero laico e integrista convierta los colores rojo y blanco de San Ferm¨ªn en la alegor¨ªa de la prohibici¨®n.
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